jueves, agosto 10, 2006

Tres fronteras


Mala cosa cuando lees demasiado sobre la excepcionalidad de un lugar. Acudimos a los pies de las Cataratas del Iguazu con la vana expectativa de asistir a la octava maravilla del mundo. Y el experimento no salió del todo mal si tenemos en cuenta que el río está bajo mínimos. Pero no escuchamos ni vimos la caída de agua más fascinante del planeta. Aún así, disfrutamos de una jungla densa en la que el señor White se empeñó en camuflarse para pegar un susto a algún incauto coatí (un mapache típico de la zona). Al otro expedicionario (señor Z, por su afición a intercambiar miradas con las musas del sueño) se le ocurrió poner en solfa la existencia de jaguares. Nada atestigua su presencia y la excusa improvisada por la guía (es que viven por la noche) no contribuyó a mejorar la impresión.
En serio, el paraje es incomparable. Cuando te quieres dar cuenta, adviertes que has caminado cinco kilómetros sin grandes problemas. Las cataratas te dejan extasiado por la exhuberancia de su sonido, la belleza de sus colores y profundidad del río que las prolonga. El día estuvo lleno de toques surrealistas. Le petit Pet se sentó al lado de su doble alemán, con lo que la novia de éste (una mujer de grandes pechos entre los que el señor W hubiese cabido perfectamente) no le quitó ojo durante un rato. Entretanto, Rulos Burgalian (el chico es de Burgos por la rama materna) se acercó a por mate con la ventaja de su afición por el té. Y no quedó defraudado. Ni por el sabor del mate (sabe a té verde) ni por la lujosa colección de mujeres que explicaban sus propiedades y el singular ritual. En un momento de debilidad perfectamente comprensible, uno de los dos expedicionarios lamentó no haber fotografiado a la guapa rubia de foto que nos deseó suerte para el resto del viaje. Otro, por su parte, lamentó no haber averiguado si una ambición nórdica que se divisaba en el horizonte se daba o no el filetazo con su partenaire morena con la que, arrumacada, miraba en el césped fotos y más fotos.

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