jueves, septiembre 27, 2007

Las chicas ensimismadas sonríen la mitad de tiempo (III)


–Te voy a llevar a un sitio donde los ciervos se comen bombones de chocolate.
-¿Cómo dices?

Ella rió.
–Sí, es verdad, yo lo vi, una vez, tenía 16 años.

–Vale, continúa tu tomadura de pelo.
–Ey, que es verdad, si no me crees mejor no merece la pena que me acompañes.
-¿Estas loca? ¿Cómo te voy a dejar sola en el parque?

Ella se encogió de hombros con la actitud de quien le parece ridícula la pregunta. Así que no me quedó más remedio que pedirle me contara la historia.

–Sucedió en invierno del 2010, mis padres me habían dejado con mi tía y esta se había dedicado a salir noche sí noche también. Estaba sola. Pero no me sentía sola. ¿Sabes a lo que me refiero?
-Creo que sí.
–Aquella noche fui al cine con un par de amigas. Como ellas tenían toque de queda, y a mi sobraba el aburrimiento decidí acompañarlas. Una de ellas vivía al otro lado del parque. No llegábamos, así que decidimos atravesar el parque con todo. Corrimos como locas. Empezamos a gritar a mitad de camino. No podíamos más. Pero la adrenalina podía con todo. De repente, encontramos una pequeña colina. Y los vimos. Era una silueta demasiado especial. Era imposible. No me costó mucho convencer a mi amiga, otra cabra loca como yo. Subimos muy despacio y cuando los vimos, aquel ciervo estaban urgando en unas bolsas de comida.
–Entonces era el ciervo, no los ciervos.
–Cállate tonto.
-Vete a saber cómo habían llegado hasta allí. Así que echamos mano de los bombones que nos habían regalado a la salida del cine. Y los depositamos en el suelo. Se acercaron y los comieron con una paz que nos dejó emocionadas. El resto del trayecto lo hicimos totalmente calmados. Estábamos contentos. Esa sensación nos duró un par de días. Ya no importaban las broncas de los padres. Ni la opresión que sentíamos en el pecho tan a menudo. Tampoco que no tuviésemos dinero. O las continuas decepciones con los chicos. Llámame loca si quieres, desde entonces me paso la vida buscando momentos como aquel. Instantes perfectos. Y sí ya se que sueno ridícula y que tengo que madurar...
-No lo creo, dije con todas franqueza. El problema es que eres demasiado lúcida. Por eso buscas con tanto ansia remedios contra la tormenta. La mayoría sin embargo nos acostumbramos a sufrir, no intentamos superarlo. Y cuando nos hemos dado cuenta ya no sentimos nada.

Vaya, no pensé que todavía me quedara sed.

–¿Sabes una cosa?
-Dime.

–Hace un rato he sentido esa paz de la que te he hablado antes. Me la has provocado tú. Me gusta cuando te pones melancólico.

Casi no nos conocíamos. Así que todo lo demás sucedió de una manera instintiva. Juntos sí podíamos vaciar nuestro vacío.

Aunque sonrían la mitad de tiempo, las chicas ensimismadas pueden salvarte.

miércoles, septiembre 26, 2007

Las chicas ensimismadas sonríen la mitad de tiempo (II)


¿Y lo de mirar?
-¿Perdona?
–¿Cómo se te da mirar?
-En el mejor de los casos, te diría que miro con los ojos de un niño pequeño. Pero eso no me ocurre con las personas. A veces me pasa cuando me dejo llevar en un parque. O cuando me acerco al ZOO.
–¿No te gusta el campo?
-Claro.
–¿Entonces por qué eres tan dominguero?

No sabía si reír o enfadarme. Aquella tipa no me conocía de nada y ya estaba sacando conclusiones.

–No se, me temo que me he hecho amamantado en los pechos de las chicas del Burger.

Se rió. Su risa se parecía al sonido de una ola desapareciendo. Al salir, justo cuando pensaba en cómo despedirme de una manera no del todo cerrada, ella me soltó

–¿Te apetece dar una vuelta por Park Avenue?


Mire el reloj. Era demasiado tarde para ir a dar un paseo con una chica por el parque sin que algo surrealista o peligroso ocurriera. Pero le dije que sí. No creo que seas precisamente una coleccionista de calabazas. Y reí.

–¿De qué te ríes?
-Nada, estaba pensando en la clase de gente que suele frecuentar el parque a estas horas. –¿Qué clase de gente?
-No se, desperados, extravagantes, vagabundos.
–O gente interesante, terció ella. ¿No te apetece ir?
-Sí, claro.

Supongo que con la sonrisa que puse no le dejé demasiados motivos para dudar. Durante el trayecto, me comporté como un buen chico, escuchando sus opiniones sobre la ciudad y sobre lo que para ella representaba el anuncio de los diamantes.

–Es la ocasión de financiarme las giras con mi grupo para los próximos cinco años.

Me miró.
-Sí, ya lo se lo más probable es que para entonces el grupo no existe, pero la música ahora es mi sueño y no veo por qué no poner todo lo que tengo para que salga bien.

La miré. Y vi que lo decía con toda intención.


-Ojalá tuviese ese hambre.
–Perdona?
-Sí, esas ganas de hacer cosas, esa fe para que las cosas salgan bien.

Casi al instante, ella pasó su brazo por debajo del mío y me arropó como a un cuerpo cálido. Por alguna agradable razón, permanecimos así, en silencio, durante el resto del paseo hasta llegar al parque.

martes, septiembre 25, 2007

Las chicas ensimismadas sonríen la mitad de tiempo (I)


La primera vez que la vi estaba leyendo un libro de Herman Hesse. Bebía batido de fresa con el aire de una oficinista en apuros. Vivía la historia con toda dedicación. Decir eso de una alguien cuando tiene 16 años es decir mucho. Entonces estaba en Lisboa y no sabía que aquella belleza era la hija de uno de los escritores más famosos del planeta.
Pasó el tiempo. Me emborraché demasiadas veces. Y hasta tuve ocasión de perder el miedo. Incluso me gané una reputación como diseñador gráfico de una multinacional de telefonía móvil. Tiene gracia, detestaba aquellos aparatejos, precisamente por eso me resultaba tan fácil encontrar mensajes convincentes para historias impactantes. Niños desnutridos que se salvan a distancia. Mujeres dándose placer hasta colapsar el satélite. O una adolescente que era capaz de mantener despierto a su novio a través de un relato dosificado en 25 entregas. La vida me trataba con displicencia. Y eso, tratándose de mi, era mucho. Había conseguido apagar mi sed.
Bueno, al menos ya no me torturaba con sueños que nunca podría cumplir. Un mirador en Valpraíso era el único factible a estas alturas. Aún así, me encontraba moderadamente contento. Aquella tarde recibí un curioso encargo; al día siguiente tenía cita con Sophie Auster, una estrella del pop independiente que iba a anunciar diamantes.
No me podía sorprender. La chica pertenecía a esa categoría de hembras que son bendecidas sin descanso desde que están aquí. Guapa, talentosa, rica y sin los veinte todavía. En cuanto vi la foto, la reconocí. La misma expresión pero más sombría.
No sabía por qué. Tampoco era la primera ocasión en la que me ocurría algo así. Pero el movimiento de esa chica, sus gestos, se habían multiplicado en mi imaginación. Lo raro era que la hubiera visto una sola vez y hubiera pensado tantas veces en ella.
Algo eléctrico me recorrió el cuerpo esa noche. No funcionaron ninguno de los remedios habituales. Amanecí con la botella de ron vacía y cientos de fotos en el suelo. Fotografía el mundo si no eres capaz de fotografiar tu alma me dijo una vez un viejo explorador. En eso estaba.
Llegué diez minutos antes para que mi maldita costumbre de llegar tarde no pusiera de morros a la niña diamante. Dio igual. Ella ya estaba allí. Otra vez leyendo un libro. Una fugaz sonrisa, con los ojos un poco entornados, fue su saludo. Podía haber sido peor.
Sophie hablaba como calmando el mundo. Detrás de su aparente tranquilidad había un animal confinado en unos labios irrechazables.
–¿De dónde eres?
-De Buenos Aires. ¿Sabes dónde queda?
–¿Por quien me tomas?
El plato de lenguado estaba delicioso. En ese restaurante era siempre de primera. Así que me limité a disfrutar con sus caras de disimulo (no podía permitirse una sonrisa de pescado...).
–¿Qué sabes de mi?
-Que eres la hija de Paul Auster.
–Vaya, veo que eres perspicaz.
Reí.
-He leído el libro de relatos que sacaste el año pasado.
–¿Te gustó?
-Sí, son muy...Urbanos.
–Lo son, sonrío ella.
-Me gusta especialmente la historia del chico que no podía tocar a la gente.
-¿Por qué? No se, supongo que todos nos hemos sentido alguna vez así, como si no pudiéramos salir de la mazmorra. Y por muchos lujos que tengas dentro de ti, necesitas conectar con alguien. Aunque sea para odiarlo. –Veo que no se te mal lo de leer. ¿Y lo de mirar?

viernes, septiembre 14, 2007

Nomadismo





Relacionarse con los jugadores de élite en deportes mayoritarios no es fácil. La mayoría te miran con desconfianza o la típica arrogancia de quien vive en la cima (aunque sean unas laderas muy cerquita de la tierra). Por eso, los sensacionales partidos de Calderón en el Eurobasket me han recordado a un chaval muy majo que militó en el Fuenla hace unos años. Se trata de David Gil.
Fue hace tres temporadas. Los sureños (del estado madrileño) jugaban en la segunda división de nuestro baloncesto y eran algo así como el rival a batir. El caso es que el equipo ganó todos los títulos en liza (Copa Príncipe y Liga LEB) con el consiguiente ascenso a la ACB. En aquel grupo, sobresalía un chico resultón en su juego, que defendía francamente bien y emboca triples en momentos complicados. Pero lo mejor de aquel melenudo era su calidad humana. Nunca tenía un no para la gente que le pedía un autógrafo, una sonrisa o (en el caso del periodista) una declaración. Tampoco estaba nada mal ver a su mujer bombón o las travesuras de su hijo, una simpática replica en miniatura de su papá.
Como sucede con algunos de los héroes semidesconocidos, en los últimos años David ha iniciado un largo peregrinaje por distintos equipos del sur de la Península. Esa piel de nómada le viene de lejos. En la temporada 2000 coincidió con Calde, allí trabaron una muy buena amistad, que todavía hoy perdura. Ya entonces se apreciaban algunas de las cualidades que hoy día distinguen al base extremeño: piernas potentes, buen timming defensivo, capacidad para la entrada a canasta y una cierta facilidad para organizar la manada...El resto de lo que ahora nos asombra en el europeo: su efectividad en el tiro exterior, la lectura más apropiada de cada encrucijada ofensiva, su aura de líder de la camada es adquirido.
¿Se puede adquirir la condición de líder espiritual de un grupo? Al contrario de lo que pensaba hace algún tiempo, la espiritualidad se trabaja. E incluso el carisma. Se trata de horas y horas de trabajo silencioso y paciente. En eso Calde se parece a Garbajosa. Ninguno de los dos tenía un talento superlativo para practicar este deporte. Pero su ética de trabajo y el afán de superación han obrado una llamativa transformación que estos días estamos celebrando. Si la sabes hacerla fluir, la autoexigencia te puede llevar muy lejos.
El partido de ayer ante Alemania es de lo mejor que recuerdo en mucho tiempo. Fue como coger a la selección yugoslava de la frontera 80-90 (ya saben, con un talento apabullante y rastros de genialidad en media docena de jugadores) y agregarle defensa, una mejor actitud y el hambre de quienes quieren ser más especiales. En su momento, dije: Calderón es correcto en el mejor de los casos. Lo retiro después de lo visto estos días. No me hace especial ilusión cambiarme el criterio. Pero también me gusta cuando la vida te sorprende. O asombra.
Hecha esta loa no me quiero olvidar de mi venerado Sergio. Ya saben, el base chicharrero lleva más de un año penando en la NBA y ahora con la selección. Está desdibujado, sin confianza, precipitándose. Supongo que todos (hasta los genios) necesitamos una temporada de dudas e incertidumbre para crecer en nuestro juego, por eso esta tarde estoy más convencido que nunca de que Sergio triunfará en el mundo de la canasta. No merece otro destino un tío que se baja a jugar al básket a las dos de la madrugada. Ya sea en Madrid o en Pórtland. Sergio dice que nunca ha sentido miedo jugando en una cancha de baloncesto. Lo creo. Ha nacido para esto y de momento ya nos ha regalado algunas de las acciones (caños imposibles) o pases (magia sin precedentes) que siempre nos acompañarán en la fascinación hacia este juego.

jueves, septiembre 13, 2007

Josep Pastells, el lobo con mirada de hombre


Intelectual hipermusculado, novelista verosímil, lobo civilizado, francotirador compasivo o catalanista madrileño. Todo es posible en la figura de Josep Pastells.

Imaginen un mundo donde la ficción de tus creaciones se confunde con tu propia vida. Eso es lo que le ocurre a Josep Pastells, un tímido dedicado al arte de restaurar recuerdos. Un tipo al que le sobra imaginación y empatía. Buena memoria y facilidad para la fabulación, a través de estos ejes, Josep construye un mundo de inadaptados brillantes y simpáticos, gente de vida desordenada que busca su propia porción de felicidad a través de su facilidad para el sexo, la lucidez y los ideales.

Yo soy Madame Bobary, decía en su momento Gustave Flauvert. Algo parecido puede decir él de sus criaturas. Está en ellos, pero su vida y sus experiencias van más allá. El señor Pastells reúne suficiente valentía como para ignorar la dictadura de qué dirán, para explorar a fondo los mundos que conoce, con la lógica inducción a la duda.

A veces, uno tiene la sensación de que trayectoria vital y literaria de nuestro protagonista es fragmentaria. Antes de 2003, nunca había publicado en castellano. Y tenía una sólida trayectoria como novelista en catalán, donde ha publicado seis novelas, todas ellas distinguidas en diversos certámenes literarios. Se trata de ´Nus´, finalista del Premi Vila d´Ascó 1997; ´Rere el mirall´, Premi Cafè 1929 del año 2001; ´Wole´; Premi Narcís Oller 2001;´Witxi´, finalista del Premi Just Casero 2000 ; ´Pell de cilici´, Premi Just Casero 2002, o ´A la recerca de l´equilibri´, Premi Joescric.com 2004.

Pero no se equivoquen. Esa fragmentación es una falsa idea. Porque en el universo de Josep caben toda clase de paradojas. Cuando era joven, competía con relativo éxito en las pruebas de triatlón. Ya en la madurez, provoca el desánimo en sus compañeros de gimnasio cuando lidera el levantamiento de pesas en improvisados concursos.

Simpático Fracasado es una disparatada recopilación de relatos donde se refieren diversas anécdotas de Robert Mankel, un escritor sueco abonado a los pequeños fracasos, siempre en apuros, con una inseguridad y curiosidad infinitas que le llevarán a toda clase de situaciones comprometidas.

La última creación de Josep es Héroes Flacos, editada por Lobohombre, una parodia y recreación del mito quijotesco. Su protagonista es Alfonso Quimera, una suerte de Quijote de nuestro tiempo, a medio camino entre la genialidad y la esquizofrenia, entregado a la literatura como religión. La obra ya tiene trazas de algo grande: humor, entretenimiento, absurdo y brillantez, dosificada en una artesanía de sentencias que deja cautivado al lector. Entretenimiento inteligente que dicen los televisivos. Ahora toca disfrutarlo y aguardar a que nuestro héroe no se deje vencer por el funcionariado del periodismo y siga su escalada de asombros narrativos.

lunes, septiembre 10, 2007

Anónima


A principios del siglo XXI la sociedad estaba sedienta de vibración. La gente entregaba su vida al trabajo y la televisión con absoluta naturalidad. El resto del tiempo lo empleaban en colapsar su cerebro repitiendo agobios a propósito de una hipoteca que, en el mejor de los casos, les acompañaba de por vida. A mediados de la centuria, más de la mitad de la población española había cedido su piso al banco a cambio de no ir directamente al penal. En mitad de esa vida monolítica, llena de impulsos eléctricos (internet, móvil, microondas, almohada) y un estilo de vida básicamente sedentario, no tardaron mucho en normalizarse las enfermedades del sistema nervioso: entre las que se enmascaraban cientos de frustraciones, con el juego y el sexo como verdaderos apaciguadores de desesperación.
A su manera, la postmodernidad seguía adorando el poder y el dinero, como en cualquier otra época. La única diferencia estaba en la religión. En un mundo donde por fin el hedonismo había dejado de estar bajo sospecha, el fútbol se había entronizado como el mayor motivo de adoración para millones de personas. Un deporte, una religión, donde la salvación estaba al alcance de cualquiera: altos, flacos, atletas, artistas o ambiciosos. El único lugar del mundo donde la mayoría podía saborear espasmódicamente el sabor de la victoria, la complacencia o la autodestrucción”.
Tanto vacío programado a duras penas se veía interrumpido. En realidad, la salvación estaba dentro. Tan sólo había que mirar.
Una chica aplaza el cansancio con unas gafas de diseño. Deja caer el cuerpo en mitad de la pequeña pendiente que conduce a la piscina. Su ropa es holgada y mínima. Y trata al mundo con la condescendencia de una antigua princesa. Sin embargo, sus labios están llenos de expectación.
Pero es su olor, como de fruta despierta, lo que llena el cerebro de mareos. Es una sensación desagradable y placentera. Lo importante sucede por dentro. Ella lo sabe, para sorpresa del chico, responde en español y habla en francés. Su amiga es más bohemia pero también más aburrida. Ella prefiere la compañía de un libro que consume como el oxígeno, con ansiedad, antes de que el sol arruine su misterio. A veces merece la pena arruinarse. Sobre todo si tienes belleza para sentirte observada.
La mujer nada, la chica ríe, la mujer aparenta normalidad, la chica se atormenta, la mujer prueba coreografías abandonadas con la elegancia de sus piernas. Al final resulta que las sirenas tenían piernas. Y sonríen. Pero esas cosas no interesaban demasiado entonces.

miércoles, septiembre 05, 2007

Descubriendo naufragios


Una mujer con los ojos grandes y el misterio de una sonrisa a medio dibujar. Algunas sillas detrás, un hombre desocupado, un buen tipo, la escruta con la mirada de quien no tiene nada que perder. Muchas veces la situación no pasa de un leve centrifugado de deseo. Pero el protagonista de la escena, Coy, es bendecido con la oportunidad de salvar a la misteriosa, repentinamente en apuros. A partir de ahí, todo ocurre a la velocidad de una canción de jazz.
Hay más piezas en el tablero. Una mafioso italiano, con algo entrañable. Y un ex torturador argentino, con algo monstruoso. De esa situación, nace una aventura que mece al espectador en la cadencia de un océano furiosamente contenido, el encarnado por Tánger, mujer sirena, mujer negocio, decidida a satisfacer una ambición modelada a través de la cartografía y la crueldad más engañosa.
La carta esférica, título homónimo de la exitosa novela de Pérez Reverte, supone un nuevo acierto en la filmografía de Imanol Uribe (Días Contados, el Viaje de Carol). Es una película entretenida, a ratos emocionante, donde Carmelo Gómez (marinero en paro) conmueve con su integridad de héroe aletargado. Y Aitana Sánchez Gijón (sirena manipuladora) fascina con el manejo de los silencios. Entremedias, una historia seca, donde la gente llora riendo. Es lo que ocurre cuando uno busca sin miedo ni esperanza.