martes, septiembre 30, 2008

Estrella telúrica


Alta e imposible,
como una jugadora princesa
de la que las cámaras niponas no pueden
apartar la mirada

viernes, septiembre 26, 2008

Elegante y sucia


Con estas palabras, gastados y sugerentes, una tímida marinera del océano virtual califica la odisea de dos vaqueros que centran sus pensamientos y existencias en un ferrocarril. El tren sale a las 3.10 y marcha destino a Yuma.
Vamos a deshacer la memoria. Uno de ellos se podría llamar Jonatan. Es honesto y cabal. Tiene una esposa que se parece a una mujer que una vez, una sola (vez), encontré en la Fuente Labrada. Es rubia, serena y abnegada, con esa elegancia marchamo de las mujeres que han nacido para preservar este mundo. Jonatan es Cristian Bale un tipo que tiene un pacto con el lado sombrío y cuyos pómulos manejan un lenguaje propio.


Al otro lado de la charca, campa Dylan. Un forajido con un alto sentido del honor que no duda en ser piadoso con sus enemigos mientras pulveriza los sesos del primero de los suyos que comete una cagada. Dylan es Russel Crove, ese australino talentoso y violento que en su día lo dio todo por tirarse a la antigua adolescente de Alcobendas.


¿Por qué El tren de las tres y diez ha pasado a convertirse en la medalla de plata de mis preferencias en cine? Porque tiene ritmo, es divertida y original. Porque indaga sin correcciones en la ceniza del alma humana. Porque en ella malvive un bueno con el cuerpo y el alma tullida. Porque en ella surge un malo con el corazón doblado, escindido entre su instinto de supervivencia y un interesante muestrario de gestos honrosos hacia el género femenino y la gente con agallas.
Todos, en algún momento de nuestra existencia, nos hemos creído mejores de lo que éramos. Y todos también hemos terminado en alguna ocasión en ese desfiladero en el que nos pensábamos peores de lo que realmente éramos. Esa contradicción alimenta nuestro corazón de animales hambrientos de felicidad.


Por eso me gusta esta historia. Porque encuentras en ella metafísica de aguardiente. También aventura, un cierto toque de comedia y algo de sofisticación en algunos de sus diálogos. Y la mística del salvaje oeste sembrando de incertidumbre la vida de su gente. Dan (Cristian Bale) ha perdido la dignidad en algún momento del camino. ¿Les suena? Ni siquiera los cojones que le echó cuando quedó lisiado en la maldita guerra, le han valido para vivir decentemente de su granja. Y lo que es peor, ha perdido el respeto de su hijo adolescente, William, obsesionado con historias de legendarios forajidos. Por no hablar de cómo su compañera de viaje empieza a dudar de su capacidad resolutiva para sacar adelante a la familia.
Enfrente, Dylan saquea diligencias, ríe como una hiena y habla como un senador, mientras encama a la camarera más apetecible del pueblo. Pero en esta partida, como en tantas otras, no conviene bajar la guardia. Así pues, Dan (o Jonatan, as you prefer) y Dylan están amarrados a la puerta de una duna. Cantan, beben, se odian y admiran secretamente mientras el miedo hace su trabajo y les deja, cara a cara, enfrentados a su destino.


Esta película me gusta porque esté hecho de vértigo, tiros, confusión, absurdo y muerte. Pero me fascina porque ofrece honor, peligro, entereza y determinación. Una combinación que, de lograrla, algún día nos podría meter en un buen sueño.

domingo, septiembre 21, 2008

El día que llovieron ranas de nieve


Hace un rato la tormenta dibujaba sugerentes en el cielo de la ciudad. Al lado, acuática se demoraba en las palabras y jugueteábamos como viejos.

Ya dentro de la sala de cine, he odiado a un tío como hacía tiempo no lo (hacía). Alguien con todo a su favor, pero con las garras de la vieja dama en la piel. Cuando averiguas esa extinción, absorbes su comportamiento. Y respiras con él a la espera de capturar ese lucio que tanto se resiste.


Serenamente respirado, conquistas el océano con la mirada. A veces un silencio también puede ser una señal de valentía. Aunque personal impersonalmente me quedo con la hojarasca de la broma. Bailamos como aparentando que nos abrazamos. Y el cielo se permite nuevos rugidos.
Es verano. Todavía. Y el corazón, en calma.


Me gusta el balanceo del suelo, cuando caen las primeras lágrimas. Niños, también de felicidad. Azules ojos sonríe enigmática y la humedad se reparte entre la ensoñación y la experiencia. El saurio metálico rojo me propone un paseo de quince minutos.
Suenan irreverentes americanos en mi cabeza. I heard myself tonight.


Y de repente. El cielo cambia las lágrimas por cubos de agua. Y no siento incomodidad. “Evoca aquella dehesa extremeña”. Y extiendo las alas. Río, puedo sentir mis tripas dejándose. Dejándose.

Todo lo que no sé se me cae encima con una melodía violenta que me conduce al portal de esa que princesa nunca conoceré (no se han encontrado princesas en la palabra sinónimo).


El mar se da la vuelta y por un momento imagino que podré nadar hasta las manos de la panadera. El diluvio sube su volumen. Diría que hasta se enfurece. Puede que sólo sea un pensamiento. Y los del coche se toman con humor y miedo el asfalto de nieve. Las ranas deben de estar a punto de caer. Respiraciones fuertes.
Como disfrutando de la confusión.


Entretanto, las castañas de nieve concentrada rebotan contra los cubos de basura. Y por un momento siento a la princesa que nunca conoceré esperando, de espaldas, al otro lado de la evanescencia.


Y las guitarras del Freyr (ese nórdico descatalogado dios) descargan una nueva tromba de agua sobre mi cabeza. Estoy solo. No me siento. Ni siquiera solo. De alguna manera estoy fundido con la tempestad callejera. Y encuentro el ritmo. Oh, sí, lo encuentro. Abro otra vez las velas. Y el imperio de la oscuridad me hace una leve reverencia (también ellos aflojan).
Y los tambores se me reparten por los músculos.


De repente, la veo al fondo del banco, mirando la carrera. Deteniéndola con su sonrisa. Es la rebelde del relato de Bradbuy. ¿Por qué esa obstinación en no humedecerte?
Y el león de dentro bendice mi ropa manchada de alegría.

miércoles, septiembre 17, 2008

Viaje


Aquí estoy
rodeado de voz
y mujeres al principio.

Un túnel que finalmente me ha llevado a casa.

Abuelos con carisma
esbozan una memoria
cuyos tentáculos
imprimen vértigo y desesperación,
por suerte también
bromas y espumosas
(bebidas).

A veces,
parezco uno de sus nietos.
A veces.

Y aparece ella

aparece ella
para quitárselo todo.

lunes, septiembre 15, 2008

Dark sideral


Gafas de Lennon
y pose de buscador bragas.

Hombre de rock
cruza las manos
y caza filosóficamente

ah, el momento

viernes, septiembre 12, 2008

Cómplices cardiacos de las estrellas


(Sucedió el 22 de Agosto. María y Chiki entrelazaron para siempre su destino. La ceremonia fue sobria y emotiva. El ágape, digno de la era del jazz estadounidense. La cena, pantagruélica como dicen les gustan a los príncipes de las mil y una noches. La fiesta posterior, simplemente sensacional, por divertida y delirante. Supongo que no es casualidad teniendo en cuenta la magia de los contendientes. Éste fue mi particular homenaje para ellos, el panegírico que diría Don Avelino).

Antonio es emprendedor, inteligente, divertido, trabajador, honesto y valiente. También impulsivo y curioso. En cierto modo, su manera de ser y vivir evoca la de aquellos pioneros que un día lo arriesgaron todo para mejorar su civilización.

En la Antigua Roma, hubiese sido el tribuno de su ejército. Si la revolución francesa lo hubiera escogido, se hubiese revelado como uno de sus librepensadores más solventes, uno de esos que inspira a todo el vecindario. En los tiempos del salvaje oeste norteamericano, es fácil imaginarlo como uno de esos tipos resistentes al hambre, la desesperación y el peligro, que cincelaron el manual del sueño de las 50 estrellas: una familia, una casa rodeada de una enorme extensión de tierra y un código inquebrantable de valores para hacer que todo eso funcionara.

En nuestros días es un tipo de fiar, el amigo que siempre está a tu lado en los momentos delicados. El tío inquieto que te graba una cinta de rock para que te adentres en la poesía cotidiana y aprendas a reír, a dejarte llevar cuando eres adolescente. También el colega que te cautiva con su determinación para explorar las noches y conciliarlo con notables notas durante de la carrera. Todo eso mientras se obstinaba en currar los fines de semana y entrenar su cerebro, sus músculos y su sentido de la responsabilidad para cuando le tocara fundar una familia. Aunque lo que siempre te ha hecho único, Chiki, es ese corazón que no te cabe dentro. Un corazón que te impulsa a buscar un mundo más libre, más justo y más solidario.

Ese día ya está aquí. Pero no se asusten. Esto no es un comienzo. Esto no es como siglos atrás o como cuando nuestros abuelos pasaban por la vicaría. Esto es una meta volante. Porque María y Antonio ya llevan tiempo juntos disfrutando del camino. Esto sólo es un pasito más adelante. Y sí, ya sé lo que están pensando. Pero no, Chiqui no me ha prometido una jarra extra de sangría a cambio de estas palabras para cuando luego estemos cenando. Y sí, tienen razón, ha sido una descortesía hablar primero de él y no de la guapísima novia. Pero la historia había que contarla así porque conozco al señor Antonio de cuando teníamos diez años y nos jugábamos el postre en el recreo del comedor, en el colegio.

Por eso, porque le conozco un poquito, estoy tan contento de que sea María quien le vaya a acompañar en este viaje. María es atenta, imaginativa, lista, tenaz, divertida; sorprendente. Conserva intacta la capacidad de asombro que hace especiales a algunos adultos. Por eso conecta con tanta facilidad con los peques. Porque siempre está dispuesta a reír y descubrir. Encima, es una trabajadora inagotable, una de esas pocas personas que no ceden hasta hacer realidad sus sueños. María, tú completas a Antonio.

Hay algo elegante y enigmático en María que remite a una princesa japonesa. Algunos lo llaman fascinación. Porque ella perfectamente podría ser la heroína de una de esas pelis argentinas donde una princesa se disfraza de normalidad y hace más agradable la vida a la gente del barrio, mientras guía con serenidad a sus alumnos y enamora a su chico. Hablando de cine, la prueba del algodón de que hoy estamos en el momento y lugar apropiado es proyectar una película muda. Cierren los ojos. Piensen en los momentos en los que han coincido con Chiki y María. Les resultará sencillo sonreír, porque hay vibraciones que no necesitan palabras.
Enhorabuena, chicos, que disfrutéis del viaje.

sábado, septiembre 06, 2008

Tu manera abatible de mover el cuerpo


Imagina que, por una noche, tienes la energía y el hambre de los quince. Añádele unas dosis de sabiduría y confianza. No sé las cantidades. A veces conviene darle un corte de mangas a la tormenta.

Es viernes y el vagón está atestado. Una gorda te pega un empujón y algo te dice que será como una travesía por aquella charca senegalesa (diferente, peligrosa, emocionante).
En honor a aquellos 90, descorchas un par de sonrisas de Barceló en un sitio llamado San Mateo, aquella gruta donde las chicas impresionables te llenaban los labios de irreverencia y sal. Da igual cuantas tempestades puedan azotar tu cancha, porque algunos amigos arrimamos el hombro cuando el océano se revoluciona.
Tu camarada ofrece filosofía y honestidad al destino. Así que le escuchas y agradeces que el Sanma ahora sea lo más parecido a un club de jazz en la espalda de la Catedral acuática de Mallorca. Compartiendo impresiones, ladrillos y vuelos.
At the same time.

Un momento es muy poco tiempo. Cuando nos dimos cuenta, dos rones con limón caían por el sumidero de la primera playa. Sonaban los Smashing, The Editors o algún grupo perfecto que no serás capaz de recordar. Los dedos entonan su propia sinfonía. Y ya no sabías si las pibas te miraban o simplemente las adorabas. Dos cosas que no quiero que me robe la marea: asombro para seguir descubriéndote y fe para ver lo mejor de cada compañero de viaje.
Cabeceamos como si las olas no estuviesen derritiendo la escarcha de chicos felices. Sí, nena, eso debe ser lo más parecido.
Ahí arriba, en el cielo de los bohemios, las ángeles tienen bkinis sesenteros. ¿Algún sitio en este barrio? Traficante de ideas, te has fijado en lo rubia que puedo llegar a ser. Bailemos. Cinco nombres. Una mujer sabe cómo demorar el licor y no soy quien para interpretar el camino.
Ahí abajo, en el infierno del tupper con el que nuestras abuelas mantenían alerta el sueño. Flúyeme, parece decir la incierta parisina. Me desconciertan los chistes de su amiga venezolana. No sé donde cojones aterrizo. Pero lo interesante es que esto solo acaba de despegar y mi viejo camarada y yo llenamos brillantes páginas de la literatura del sumidero que nunca tendrán ventana. Así son las mejoras. Mañana tenemos que fregar la plaza mayor con las manos. ¿Me das un beso de despedida?
Lo siento, pero aquí no pegan tus vocales de rock. El otoño está al lado, pero por esta noche Davide y buscador le damos largas. Llegado el momento, designamos a la princesa de las fresas como musa del rap. Como si ella nos hubiese escuchado, le pregunto por el tamaño del palacio y a cambio me señala eternidad. Qué importa sean dos instantes. Sugerencias sobre el mestizaje. Tienes una manera abatible de mover el cuerpo. Y se lo digo con las manos.
Llueve como si el verano se arrepintiese de tu palabra de honor. Gente como Enric González o Carlos Boyero son entronizados por su disparatado sentido del resistencia. Las chicas quieren antorcha. Nos la jugamos a pares o nones. Ya no sé si ella quería velocidad ahí dentro.
Hablamos de conejos subsahariano y nos enredamos entre lo falso y lo divertido, lo real y lo poético. Por un momento tengo la sensación de que la broma es un bonito enredo. Como si el ruido, sinfonía de desencantados británicos, fuese la receta del consuelo.
Preguntamos a un par de apariciones bellamente desquiciadas, pero nos orienta un sobreviviente del sueño español, que no ve el momento de zamparse aquello le ha sido prohibido durante la luz de arena.
Llueve. Pero seguiremos riéndonos por todo lo bueno que ha sucedido por el camino. Igual vale una cena de diez años por el instituto que una redención en forma de viaje neoyorkino, donde se aprende del lado cómplice de la capital del mundo.
Nos quitamos el sobrero de cowwoys. Y aterrizamos en un lugar llamado barco donde las rubias beben daikiri con la misma prisa que la actriz daba por encendida la tarde madrileña. Estamos en un escenario ambulante de indígenas colocadas.
¿Cómo te lamas? Laura, estamos pidiendo una canción para cambiar la temperatura. Y me dan ganas de decirte tengo ganas, pero a cambio muevo, simpático, la mano.
Y qué pocas veces una caribeña te da su invitación. Muy pocas vibras con la alegría de que todo es posible. Poquísimas no pareces un niño dormido.

Te admiro loco, nunca dejes de explorar, hay que montarse en esa serpiente y tener el estómago preparado para los próximos virajes.
Entretanto, escucharemos el mejor rock cincelado por las subversivas de peluche.

Vuélvete a nacer y mira por asombro. Un choque de manos en forma de viejo abrazo. Y la convicción de que, después, esas uvas pueden bailar en los muslos de wonderwoman.

Nena, suenas como no recuerdo.
Me gusta cuando miras, porque estás como robando estrellas.

Y lo mejor es que puedo también oh sí puedo reír por todas esas viejas anécdotas mientras cabalgamos la ola. La ola y sus próximos sabores. Toca explorar.

Con Rosario vibrando todo será menos abismo.

martes, septiembre 02, 2008

Manos, movimiento


Yo había nacido para dibujar los barcos que descansaban en el muelle. Los eternizaba mientras mi novia napolitana me quemaba los labios con sus besos de impaciente y despaciosa. En cierta manera, era la esperanza de la tribu: talentoso, despreocupado y mujeriego. Pero las preferencias del firmamento son ceniza si algo arde en tu interior. Está feo que lo refiera, pero por aquel tiempo mi alma se parecía a uno de esos salvajes bosques canadienses que fascinan a las universitarias neoyorkinas: una inmensa capa arbórea llena de promesas, frío y belleza.
La primera vez que la encontré, sentí hambre y no paré la sonrisa. Napolitana me mordía los labios en una tasca del pueblo donde la gente vive para memorizar chistes. Napolitana me deseó y ya nunca pude detenernos. Sus palabras eran sus dedos y cada uno de ellos contenía una nueva respiración; pórtico incontestable del acércate. Si sigo trabajando tanto, mañana seré vieja. Quizá, pero lo que yo quería decirte es que intensa eras tú, intensa esa manera sin copia de acariciar las olas. No dejes de acostarte tarde, acuática. Acuáticos son tus pechos, acuática tu vulva. Y de ya tus inmensos ojos. Napolitana prefería que no le dijese guapa. Tampoco le gustaba leer los ingredientes de los cereales. A cambio, se empeñaba en que hiciésemos música con los cuerpos. Sólo música , mi cielo, sólo música. Todavía timidezco cuando noto tu mano recogiéndome las migas. Y sí, el bosque se incendió con los dos dentro. Fue en agosto.
Todavía no había viajado en pérdida.