domingo, septiembre 21, 2008

El día que llovieron ranas de nieve


Hace un rato la tormenta dibujaba sugerentes en el cielo de la ciudad. Al lado, acuática se demoraba en las palabras y jugueteábamos como viejos.

Ya dentro de la sala de cine, he odiado a un tío como hacía tiempo no lo (hacía). Alguien con todo a su favor, pero con las garras de la vieja dama en la piel. Cuando averiguas esa extinción, absorbes su comportamiento. Y respiras con él a la espera de capturar ese lucio que tanto se resiste.


Serenamente respirado, conquistas el océano con la mirada. A veces un silencio también puede ser una señal de valentía. Aunque personal impersonalmente me quedo con la hojarasca de la broma. Bailamos como aparentando que nos abrazamos. Y el cielo se permite nuevos rugidos.
Es verano. Todavía. Y el corazón, en calma.


Me gusta el balanceo del suelo, cuando caen las primeras lágrimas. Niños, también de felicidad. Azules ojos sonríe enigmática y la humedad se reparte entre la ensoñación y la experiencia. El saurio metálico rojo me propone un paseo de quince minutos.
Suenan irreverentes americanos en mi cabeza. I heard myself tonight.


Y de repente. El cielo cambia las lágrimas por cubos de agua. Y no siento incomodidad. “Evoca aquella dehesa extremeña”. Y extiendo las alas. Río, puedo sentir mis tripas dejándose. Dejándose.

Todo lo que no sé se me cae encima con una melodía violenta que me conduce al portal de esa que princesa nunca conoceré (no se han encontrado princesas en la palabra sinónimo).


El mar se da la vuelta y por un momento imagino que podré nadar hasta las manos de la panadera. El diluvio sube su volumen. Diría que hasta se enfurece. Puede que sólo sea un pensamiento. Y los del coche se toman con humor y miedo el asfalto de nieve. Las ranas deben de estar a punto de caer. Respiraciones fuertes.
Como disfrutando de la confusión.


Entretanto, las castañas de nieve concentrada rebotan contra los cubos de basura. Y por un momento siento a la princesa que nunca conoceré esperando, de espaldas, al otro lado de la evanescencia.


Y las guitarras del Freyr (ese nórdico descatalogado dios) descargan una nueva tromba de agua sobre mi cabeza. Estoy solo. No me siento. Ni siquiera solo. De alguna manera estoy fundido con la tempestad callejera. Y encuentro el ritmo. Oh, sí, lo encuentro. Abro otra vez las velas. Y el imperio de la oscuridad me hace una leve reverencia (también ellos aflojan).
Y los tambores se me reparten por los músculos.


De repente, la veo al fondo del banco, mirando la carrera. Deteniéndola con su sonrisa. Es la rebelde del relato de Bradbuy. ¿Por qué esa obstinación en no humedecerte?
Y el león de dentro bendice mi ropa manchada de alegría.

2 comentarios:

Beto Fernández dijo...

Hi Pete!!!

La verdad es que nunca he escrito nada por aquí, porque no sé sería "correcto", dadas nuestras estúpidas diferencias (sobre todo por mi parte, lo reconozco) y por las que pido disculpas...
Tío, pero tengo que decirte que llevo con este blog guardado un tiempo, y la verdad, es una de las lecturas casi obligadas cada vez que dejas que la pluma (los dedos en el teclado) dejen fluir todos los sentimientos y pensamientos que tienes en tu cabeza.
De basquet no sé si sabrás, jejejejeje, pero de escritura sabes un rato, compañero.
Prometo ser el Roberto del primer año, compi.
Un abrazo grande...
(NO NOS QUEDA NADA PARA EMPEZAR!!!)

Pedro Fernaud Quintana dijo...

Aprecio un montón tu comentario, Rober. Me has sorprendido y emocionado. Muchas gracias. Seguro que esta temporada va a ser especial. Y me encantará compartir el viaje con vos. Respecto a los malentendidos o la falta de sintonía del pasado, lo mejor es pasar página. Poner el contador a cero. Y disfrutar de la cantidad de aventuras, noches, victorias, narraciones, gente y lugares que vamos a conocer (o reencontrar) por el camino.

Un abrazo