jueves, agosto 31, 2006

Furia y esperanza


Las uvas de la ira. 1940. Una película donde se entrecruza la precisión narrativa del John Steinbeck (Premio Nobel de Literatura) y el talento fílmico de John Ford (4 Oscars al Mejor Director). Su humanismo y excelencia impulsan la desolación y lírica que conforman el alma de estos fotogramas. La irrepetible mirada de Tom Joad (Henry Fonda), ese destello de furia y esperanza. Una mirada que no se acostumbra a la miseria en la que ha quedado recluida su familia y sus semejantes, condenados a vagar a la deriva en la búsqueda de supervivencia. Y el alegato final de Tom, un canto para inspirar y reconfortar a los desheredados; a los que llegan ahora a nuestro lado.

sábado, agosto 26, 2006

Señora (nuestra) de los Buenos Aires


Avenidas espaciosas como para prescindir de árboles. Una inventiva no conoceremos coronando de reclamos los edificios congelados en el tiempo. La prometedora apariencia de las fachadas parisinas. Y los carteles y la histeria y la vida. La energía de Nueva York tamizada por el acento canción italiano. La verba lúcida de los taxistas o el fanatismo de los hinchas consagrándose a una religión donde cada destello de clase es venerado como una prueba de no hace tanto ellos tenían, experimentaban, celebraban. El mejor. Las carencias espíritu de quien siente cercana la genialidad pero no encuentra inercia adelante para salir adelante. Esa naturalidad sí surge para agasajar a un sajón o desparramar simpatía en una llamada de teléfono mientras convierten cada adversidad en una broma. Buenos míseros desesperados interrogan a la basura en la férrea lucha cotidiana contra el robo del algunos otros no se sustraen. Los artistas se sobrevuelan en San Telmo o la insinuación de un paseo por la moderna y hambrienta Puerto Madero. Bellas mujeres te ignoran con absoluta delicadeza. Frenéticas, concentradas en algún punto imposible del horizonte. Cálidas minas te miran inventando tu deseo. Respiración como nadie nunca casi. Descubrimientos nunca te abandonarán la piel.

miércoles, agosto 23, 2006

Mr. Z (Sin permiso)


Podía haber nacido en cualquier parte; su patria son los libros, donde encuentra su hogar…
Tengo un amigo que persigue a la vida continuamente. De mirada distraída recorre las calles haciéndolas suyas y pensando que este mundo tiene una velocidad más que él, se distrae con cualquiera, se enamora de un detalle y se encarcela con un gesto que le regale ternura.
No tiene miedo a soñar, posiblemente por que no tiene miedo a que la brutal realidad le despierte, prefiere pensar que el ensueño vivido fue maravilloso… Unos podrán pensar que lo que no sabe es medir las consecuencias de la caída, él piensa que la subida mereció la pena y que si hubiese medido la altura, jamás se hubiese dejado volar.

Allá afuera donde la vida pasa demasiado rápido, él es un ajeno, no entiende de formalismo, de relojes, ni casi de obligaciones. Pero cuando entra en una librería y recorre con la mirada todas esas estanterías llenas de letras, se siente en casa! Escrutina con la mirada cada rincón y selecciona de un vistazo un montón de librillos apilados en un cajón. (Ahora es la vida la que se ha detenido y el tiempo allá dentro no corre para él) Recorre con los dedos los lomos de los pequeños ejemplares de bolsillo, piezas incompletas, relatos seleccionados, versos escogidos? “Me los llevo todos” y acaba saliendo cargado de aventuras que devorará en un par de noches en vela.

Es por esa forma tan distinta de vivir, de ser, que siempre pienso de él que no tiene mesura, ni remedio, ni perdón… en realidad no se sabe lo que tiene pero seguro, tiene un Don.

Gracias crack. Y perdona el allanamiento de tu blog…
Debí pedir permiso (también para hacer la foto) pero no hubiese sido lo mismo ;)

Señor Boggi

lunes, agosto 21, 2006

¿La pasaron bien, chicos?


Ha sido un aventura inlovidable, sí. Gracias a todos por animarse a compartir nuestra emoción a través de estas filmcaiones de la memoria. Argentina es un lugar donde sentirse en casa. Desgarrándose con su miseria y algunas de sus varias desilusiones. Pero sobre todo fascinándose con la inventiva y la iniciativa de su gente. Hablan como nadie el castellano, con un deje lírico que nunca te deja de inspirar y divertir. La gente está cargada de sueños, y sí es cierto: acá puedes hablar en altos vuelos (por su parte, claro) de literatura o política con los taxistas, mientras que las mujeres son bellas como en ningín sitio y el fútbol es una religión que ni podemos imaginar en nuestro país, porque ellos lo viven como una fiesta suprema y como un refugio donde afianzar la identidad. Hay tanto por contar, quizá caigan un par de poemas sobre este viaje de iniciación. Y gratitud especial al señor Boggi por su generosidad, buen humor y complidad.

Brasiloche

Cumbres heladas que se confunden con lagos de agua virgen. Así es Bariloche, la tierra de promisión invernal para cientos de porteños y casi se podría decir que miles de brasileños. A pesar de su colosal extensión, Brasil no cuenta con cordilleras que les permitan conocer la nieve y los deportes que esta ofrece. De forma que muchos bajan a San Carlos de Bariloche, fundada a principios del XX, para disfrutar de sus fastuosas pistas. Su nieve fascinación es tal que acá hasta puedes aprender alguna palabra en portugués. No paran de falarlo, hasta el punto de que la recepcionista del hotel nos recibió con un “por fin alguien que habla español”.
De cualquier manera, estos sileiros nos han caído simpáticos, tan frioleros como nosotros, pero mucho más despistados, aunque tengan 60 tacos miran los forros de nieve con los ojos de un inadaptado. Y siempre tienen la broma y la risa a mano.
Escribo esta crónica cuando todo está a punto de expirar. Ha sido un viaje fascinante, cargado de anécdotas y una sensación parecida a la del enamoramiento por este país. Tanto Rulo como yo, cada uno por motivos diferentes, no diré más, hemos sufrido pequeños contratiempos intestinales que nos han robado una tarde y una mañana respectivamente. El día que caí, el Señor Boggi confirmó que es una fuente de apodos. Viajó varios kilómetros en ómnibus (bus o guagua, como prefieran) y montó en una silla voladora (teleférico) para ver una vista alucinante desde uno de los cerros. Lagos inmensos mezclados con una sucesión de montañas blancas como para fotografiar mentalmente hasta el deleite. Allí jugueteo con un gato, con varias fotos que atestiguan que el simpático felino se encaprichó de su cámara y casi la tira al vacío. No era su primera complicidad con los faunos. Por la mañana, habíamos estado en la playa de Bariloche, con el agua helada y unas vistas irrepetibles. Allí nos pusimos a conversar con un inquieto can que se puso a ladrar para que en vez de piedras le lanzásemos una viruta de comida o un palo. Lástima no tener ninguno de los dos a mano, pero el señor can posó como una prima donna fundido con las piedras y el agua descendida del cielo que nos rodeaba. Sin duda, la vida desde edades tempranas en su pueblo (Moradillo, Burgos) ha contribuido a que el señor Wolf desarrolle una habilidad especial con los animales domésticos y a veces hasta con los no domésticos...
Por suerte, tuvimos un par de excursiones para confirmar la singularidad de este sitio. Incluida la visita a Isla Virginia. Un paraje donde los pinos impiden a los pájaros anidar de forma que se convierte en una suerte de isla misterio. Abarrotado de especies arboreas de todo el planeta (el 95 % de su extensión fue reforestada, luego de una colosal tala de árboles, con algunas de las especies más bellas de lugares tan dispares como Japón, Estados Unidos, Alemania o España por citar solo algunos ejemplos). Las huellas de los chachos (jabalíes), los pinos escuálidos (con más de cincuenta metros) o unas fastuosas secuoyas son sólo algunos de sus atractivos. Por cierto, el viaje en Barco no se hizo nada pasado y las explicaciones corrieron a cargo de una pesimista vocaional y un tipo a medio camino entre Valdano y Rodríguez de la Fuente.
Lo de la noche no nos dejó indiferentes. En la primera, experimentamos otra regresión. Afeitados como bebes, y contra nuestra voluntad, dimos con nuestros huesos en un pachá para diechiochoeñeros con las consiguientes risas. Antes, disfrutamos de una buena cervecería. A la siguiente, el asunto mejoró en otro bar de cervezas donde una bella yankee lucía una camiseta que demuestra la existencia de caballos Ralph Lauren gigantes en su país. La pasamos bien, con varias pintas y algunos videos para la inspiración como uno de Michael Jckson y Slash o una pieza de arqueología, con Bono y compañía cuando venteañeros incendiando Dublín de idealismo. La culminación llegó el viernes, cuando conocemos a una pareja de simpáticos porteños, el Tano y Marcela, que nos hicieron pasar un buen rato. Esta tierra tiene encanto y hasta para los que tenemos un trauma con lo del esquí resulta interesante.

sábado, agosto 19, 2006

Chicas con rock (o sobre el carácter cálido de las argentas)


Una caída de agua violeta en el centro de tu piso. Sonríes ante la posibilidad de trasladarte una cuando te sorprende. Arrastra las palabras y diría que sus labios son creativos y están fruncidos. Nos acabámos de conocer y ha decidido que con apenas cinco centímetros podré imaginarla mejor. No deja de escucharme y me resulta fácil bromear con ella. La mina es porteña pero vive recluida en plena nostalgia en la esquina de al lado de las cataratas. Pregunto una cosa y ella le da dos vueltas. Sus manos están llenas de calor. Ya no puedo dejar de imaginarla. Acércate. Lástima son mis últimos segundos en el paraíso. Y gracias a ella casi nos quedamos atrapados en el trópico.
Después de horas inconclusas y vibrantes en la capital de la histeria, apuramos la plata para hacer un poco felices a lo nuestros. Un poco. Viejos recuerdos de cuando niño. De cuando jugabas en el Bernabeu y anotabas goles en las segunda parte. Entonces tenía que haberme dado cuenta. Pero no supe. Pronto nos hizo sentir cómodos. Detalles en la narración y un modo de manejar las manos que valía por varias noches. Ella noestaba ahí por el negocio. Probamos varias remeras. Y cuando me quise dar cuenta estaba estallada de risa ante nuestras ocurrencias. Un poco disparatadas, cierto. Fue entonces cuando me metí en la camiseta y ella dijo algo así como probátela rápido que si no esto se me va a llenar de minas. Y reí como quien no sabe como no ponerse tímido. El señor Wolf dijo:menuda tirada de trastos. Y yo recé, lo se, absurdo, recé para que ella no entendiera lo que acaba de decir. No es fácil explicar como una chica que no hacumplido todavía los 20 años te puede sugerir tanto. Pero nos sentó al lado de la lumbre. Y hasta se tomó la molestia de llenarnos una hoja con sugerencias para el papeo. Nos hizo casa.
Y vuelve. Simplemente creo que estaban aburridas. Nos explicaron cómo jugar a los bolos. Aquí la vida tiene otro ritmo. Descubres cosas tan obvias como el modo en que se jugaba a los bolos hace quince, veinte años. Con tipos por detrás de los “pinos” que los recogen cuando te alías con la puntería. Y con hojas arellenar con bolígrafos donde finalmente aprendes lo que es un strike y un semipleno. Nos costó, sí. Primero fue la chica de los ojos verdes que no dejaba de mirarte cuando te explicaba algo. Ella tampoco tenía mucha idea así que la duda estaba servida. Después aterrizó la mina morena de cuerpo inconfesable. Ella sí sabía lo que quería y nos lo explicó fácil y rápido. Entretanto, mientras derribas algún pino el señor Boggi te hace saber que ellas están mirando. Te giras y es cierto. Pero borren ese absurdo fanfarroneo. Lo que de verdad importa es que te preguntan y repreguntan, se ríen con el perdedor y son capaces de coronarte con una bufanda olvidada en mitad de la calle. Ya se. Es hablar de la nada. Pero es emocionante dejarse imaginar.

jueves, agosto 17, 2006

El señor Boggi estaba ahí


Estos días, noches quizá, la suave melancolía sobrevino a uno de los expedicionarios. Cuando eso sucede, sientes que debes comunicarte como los nativos originarios de Norteamérica. Y eso en el código alfa de este cuaderno de bitácora significa poemas. Trazos donde quede pintado el estado del alma tal vez, algún momento quizá.
Otras veces, en cambio, te gustaría poder relatar como el señor Conrad cuando descubrió la belleza de África y el horror de algunos de sus conquistadores. Un deseo, no más. Durante esta semana hemos pulverizado más de un record de pateo mientras el ingenio nos regalaba nuevos apodos. Raúl se lleva la palma: Rulo, Ra, Señor White (Blanco White, como ese tío del romanticismo cuyo nombre debías mencionar en el examen) Señor Wolf …Tucancito Raúl y, el rey de apodos, Señor Boggi (le quitamos la y del poema porque Rulo dice que en yankee suena a gay).
Este nombre surgió viéndole caminar envuelto en la niebla charrúa (uruguaya). La verdad es que el tío es un clásico vistiendo, y así, con su el cuello de su polo y de la gabardina apuntando hacia el cielo, daba toda la pinta de estar a punto de volar hacia París, como cuando Bogart en Casablanca. La intuición me la confirmó el propio Boggi cuando me explicó que tiene un gorro como los que se estilaban en el primer tercio del XX y que de cuando en cuando se lo pone para ir al trabajo (donde ya les insinuamos que tiene que bregar con tiburones financieros).
Hay más paralelismos, claro: como Bogart (al que sus amigos llamaban en confianza Boggie) el señor Wolf es capaz de ingerir grandes cantidades de alcohol sin perder la compostura, si acaso se le agudiza el sentido del humor. Y como el rey de África, es frío y calculador en las situaciones más adversas (cuando te pierdes en BA o hay que salir vivos de un antro recién colapsado por una de tus borracheras en Madrid). Pero todo eso son anécdotas. El tío Boggi recibe ese nombre porque es un tipo que llena la pantalla; con el carisma de los que conquistan a su chica sin grandes aspavientos. Por eso le dedico el sueño de Puerto Madero a él y a su bien amada Tam (gracias por el comentario) para que lo hagan pronto realidad.

martes, agosto 15, 2006

Sueño de Puerto Madero


Te levantas con la luz tibia del invierno y te cuesta contener las lagrimas. Al lado, tu chica se despereza lentamente, mientras te cubre de besos dulces y lentos. Abres la ventana del departamento y la plata del río se remansa en la espera previa a tu paseo de media tarde, allí donde pierdes conciencia de la ansiedad mientras te encaramas al puente o te diviertes inventando cuentos para que tus nenas aprendan el valor de un regalo, venga de donde venga.

Relajación


Hemos comprado
fotografiado
comprado
decenas de postales.

Instantes de perfume
para embellecer el
atrevimiento.
Pero al final
las mejores postales
surgen de
las palabras que escoge
la memoria
para marcar indelebles las
sensaciones
de un sitio, un momento.

Lo incierto es que el océano desparramó
una parte significativa
de su
relajación
en Montevideo.

Podría glosar sus movimientos calmos,
olvidarme en la melancolía que se inventa
en el lago del parque o
desmayarme en su playa de permanentes
indecisiones.

Qué se yo.
La alegre derrota
que se vive en sus calles
o el tropical movimiento
de sus negros al aspirar mate.

Pero para mi
Montevideo es, fue,
será
una chica que te inventa
mientras envuelve unas
historias
con sus lujosas uñas azules color rebeldía serena.

Es su manera de decorar silencios
con sonrisas,
de reirle los
escepticismos
al compañero lo que
ya no podré sacar de mi sonrisa.

Cristal de noche


Le das la vuelta al
planeta y te
descubres
ingresando
en una discoteca
con forma de
bombón.

Estas un poco intimidado,
con esa
vulnerabilidad
propia del aislado
o del
recién llegado.

Por suerte,
las bromas del Señor Boggy
convierten otra
vez
el sueño en confiable.

Aterrizas
entonces
en un
mundo
de breves resplandores
donde las chicas son bellas
como no recuerdas,
donde las bellas
buscan en tu mirada
un espejo insaciableque les
devuelva
el temblor de su piel sublevada.

Confuso,
te fascinas con esa arrogancia
con la que inclinan hacia atrás
su cuerpo y sus labios
para confundirlos entre las luces.

Lástima,
más tarde
inevitable
un par de torceduras
idiomáticas
y el alimento envenenado de
la música globalizada
te intensifiquen
el aislamiento.

Comunicativo
incomunicativo
se deshiela en un vacío perfecto.

Y el cambio de planeta
constata como también acá
algunas de las argentas más bellas
concluyen el carnaval con un
soledad parecida
a tu melancólico
distanciamiento de la porteña
noche porteña.

sábado, agosto 12, 2006

La poesía de los murales


En el corazón de Buenos Aires, en medio del barrio, surge la pintura como forma de celebración de lo cotidiano. El lugar es muy recomendado por los amigos de la bohemia. Se llama San Telmo y es una de las mejores representaciones de la vida de barrio que a uno se le ocurren. Al contrario que en el microcentro o donde el obelisco, las calles son más bien estrechas, cuajadas de cafeterías donde por ejemplo una chica mira hacia ninguna parte mientras apura el café en la búsqueda de esas tres palabras donde cifrar el color de la melancolía. Pizzerías, tascas, breves tiendas de alimentación. El gusto por lo concreto gana por la rama familiar y te recuerda lo mejor de donde vives. Al tiempo, una de las plazas está colonizada por un mercadillo donde encuentras objetos parecidos a los del rastro pero con un toque especial.
El señor Wolf encuentra una chimenea en la que su hermana pueda carburar el incienso y, entretanto, el señor Z aprende de una entregada pintora la técnica de la dactilografía. La chica, cercana en su timidez y embadurnada de pintura, compone una pequeña maravilla en apenas diez minutos. A cambio de un poco de plata, viajarán a Madrid unas baldosas donde el unicornio insinúa la mayor parte de su belleza e irrealidad. O la abstracción de una cueva donde los destellos verdes te llenan de expectativas y ciencia ficción. Por lo demás, los tenderos te confían su visión sencilla de la vida y cuando te quieres dar cuenta estas caminando por una de esas calles amplias, ebrias de luz invernal, donde varios murales se mejoran en una cercana caligrafía del atrevimiento. En la misma escena comparten bromas los chicos del barrio, las minas que bailan, Maradona y los acogedores tejados porteños. Todo batido a la velocidad lenta y agradable de un día cualquiera en el que te olvidas de todo tocando la guitarra con tus amigos del parque.

Tristeza de acá



Al principio de todo, allá por finales del XIX, los emigrantes italianos, españoles, algún gaucho y algún indígena se citaban en los cabarets bonaerenses. De algún modo, todos ellos estaban desplazados, cubiertos de tristeza por la lejanía de los sueños y los seres queridos. Para combatir esa desesperación y buena parte del cansancio, se inflaban a licores. No tardaban en sentir un chispazo de bienestar y, entonces, súbitamente resucitados, agarraban a algunas de las mujeres que se dejaban caer por el local. Y con una contenida forma de violencia, de amargura pero también de deseo, la encaraban por toda la pista. El baile resultaba trágico pero también emocionante. El tipo cabeceaba, había mucha brusquedad en sus movimientos, pero ella se dejaba hacer, disfrutaba con esa energía donde confluían notas de la música italiana, española y algún toque de los ritmos africanos. Por aquel entonces, el tango tenía muy mala prensa. Pero salvó la vida a aquellos hombres y mejoró la de aquellas mujeres.
Ha pasado algún tiempo, y la tristeza vuelve a cubrir las calles. Cuando cae la noche, decenas, cientos de chicos, hombres, muchas veces niños rebuscan entre las bolsas de basura a la búsqueda de algún alimento, o algún material con la que ir tirando. Desarrollan la búsqueda con determinación, también con mimo, cualquier desperdicio puede valer, y no importa que al lado resten todavía siete bolsas. La gente, a su lado, camina con toda naturalidad. Se han acostumbrado y han decidido que la vida solo puede encontrarse cuando conviertes en invisible la desesperación del de al lado. Pasas la hora del paseo deshauciado. Temblando. Pero pasan las noches y la ceguera también te encuentra a ti. La calle está hecha una porquería pero quizá la verdadera porquería está dentro de un mundo donde esta pobreza es sólo la parte de arriba de la miseria. Mientras, perfeccionas tu impulso de mirar hacia otro lado. Y ni siquiera existe una música singular, un baile con el que el forastero pueda combatir la soledad del recién llegado y su conciencia del derrumbe.

Iguazú blues


Con el aterrizaje de la luna, sobrevino la mejor noche a los pies de las cataratas. Rulo se pidió una caipirinha (suvamente me matas) y Peter un daiquiri de fresa, cuya ingestión tiene mérito dado su estómago en construcción. Estos licores actuaron lento para provoar un rato de risas, absurdos (vimos al nieto de Bob Marley bailar desclazo en mitad de la carretera) y embelesamiento.
El motivo de este fue Pacific Blue Girl, la camarera del antro, una simpática lugareña con razonable parecido con la prota de aquella serie de policías playeros, que nos sirvió los mejores dardos nocturnos. Entretanto, un pequeño vendabal azotó la avenida. Ese azote casi le cuesta la costilla a Señor White (una sombrilla salió disparada rozando su costado) y un ojo a Señor Z que no pudo evitar que las servilletas salieran volando. Aunque suene masoquista, nos gustó sentirnos un poco desamparados, a expensas de los caprichos de la naturaleza. Será que nos estamos curando de nuestra adicción a la ciudad. Como culminación, bailamos los ritmos latinos de la disco de moda que, para nuestra desilusión, son prácticamente los mismos que en España.

La segunda jornada en Iguazú nos lleva a Brasil donde practicamos el arte del o’brigado (gracias) y el de la filmación que dicen por acá. Porque al contrario que en el lado argentino, apenas andamos (poco más de un kilómetro) y aprovechamos la belleza de las vistas para hacer toda clase de artistticas fotografías. Señor Wolf haciendo el salto del ángel, señor Z bebiendo agua en una gruta al aire libre...En esas estábamos cuando un par de simpáticas chicas barcelonesas, Esther y Nuria, nos preguntaron por la excusrón del día anterior que valientemente prometimos hacer. Aclarada nuestra deserción (mucho cansancio, mucha prisa) nos dedicamos a charlar tranquilamente con ellas. Resultado: buen rollo, un mail, el teléfono y una promesa de intercambio cultural...Lusito, subiremos a Barcelona de nuevo.
Durante la comida, la pasamos bárbara riendo y hablando con las chicas de Barna y varios lugareños. Enfrente, una pareja de Mendoza (tierra de los mejores vinos argentos) que nos llenó la cabeza de buenas ideas (la chica nos dijo que para seducir a una mina le pusiesemos algo de Ricardo Argenta), risas y mucho análisis (sobre sus problemas políticos, educativos e identitarios). También había una porteña que hacía bueno el tópico, tan parlanchina como lúcida. Y otras minas más reservadas. De ese rato, sacamos en claro que Borges, Sábato y Cortazar son los dioses de la litetartura. En música, Charly García y Gardel. Y qué lo mejor de España para ellos es Sabina.
La porteña se quejaba de que cada vez la gente sentía menos Argetina, pero en España no hay ni un diez por ciento de sus banderas y orgullo patrótico. Y nos soltó un buen rollo sobre la educación de los nuevos nenes, que báscicamente coincide con la de los de aquí: poco tiempo con el papá, menos de disciplina, mucho de internet y bolsas de ignorancia. Lo mejor, el ambiente de camaradería y el buen humor de la mesa.

jueves, agosto 10, 2006

Tres fronteras


Mala cosa cuando lees demasiado sobre la excepcionalidad de un lugar. Acudimos a los pies de las Cataratas del Iguazu con la vana expectativa de asistir a la octava maravilla del mundo. Y el experimento no salió del todo mal si tenemos en cuenta que el río está bajo mínimos. Pero no escuchamos ni vimos la caída de agua más fascinante del planeta. Aún así, disfrutamos de una jungla densa en la que el señor White se empeñó en camuflarse para pegar un susto a algún incauto coatí (un mapache típico de la zona). Al otro expedicionario (señor Z, por su afición a intercambiar miradas con las musas del sueño) se le ocurrió poner en solfa la existencia de jaguares. Nada atestigua su presencia y la excusa improvisada por la guía (es que viven por la noche) no contribuyó a mejorar la impresión.
En serio, el paraje es incomparable. Cuando te quieres dar cuenta, adviertes que has caminado cinco kilómetros sin grandes problemas. Las cataratas te dejan extasiado por la exhuberancia de su sonido, la belleza de sus colores y profundidad del río que las prolonga. El día estuvo lleno de toques surrealistas. Le petit Pet se sentó al lado de su doble alemán, con lo que la novia de éste (una mujer de grandes pechos entre los que el señor W hubiese cabido perfectamente) no le quitó ojo durante un rato. Entretanto, Rulos Burgalian (el chico es de Burgos por la rama materna) se acercó a por mate con la ventaja de su afición por el té. Y no quedó defraudado. Ni por el sabor del mate (sabe a té verde) ni por la lujosa colección de mujeres que explicaban sus propiedades y el singular ritual. En un momento de debilidad perfectamente comprensible, uno de los dos expedicionarios lamentó no haber fotografiado a la guapa rubia de foto que nos deseó suerte para el resto del viaje. Otro, por su parte, lamentó no haber averiguado si una ambición nórdica que se divisaba en el horizonte se daba o no el filetazo con su partenaire morena con la que, arrumacada, miraba en el césped fotos y más fotos.

Luces de otras noches


La primera impresión argentina nos dejó un poso contradictorio: contento por sabernos en un sitio familiar (gran ciudad, el color de los tejados, la cercanía de la gente) y tristeza por sus rémoras. Buenos Aires funciona con la misma tecnología con la que los madrileños nacidos en el 79 aprendíamos la vida con siete u ocho años. Y si te descuidas, si apartas tu vista del melodioso discurso del taxista, descubres a una panda de quinceañeros a la deriva, un lunes cualquiera a las dos de la mañana, en busca de cartón o en busca de la nada.
Apagado ese eco, llegamos a Puerto Iguazú. El señor W (un tío viajado como pocos que trabaja para los yankees) dice que el sitio le recuerda a República Dominicana. Juzguen ustedes: largas avenidas, coches de los años 60, sofisticados bares a la manera de San Francisco y nativas que semejan a las chicas policía de Pacific Blue.
Ya por la noche, descubrimos que detrás de la aparente pobreza se esconde un resquicio de sofisticación y podemos salir a tomar un helado de limonchelo y jugo de ananas, mientras nos relajábamos con el house más tanguero, a través del que sentíamos el aroma de lejanas noches ibicencas con la placidez del que acaba de descubrir el paraíso: la mezcla perfecta de Argentina, Tenerife y Cuba. Lástima que las lágrimas de los dioses caigan tan lejos de casa.

martes, agosto 08, 2006

Las quilmes se caen a nuestros pies


Después de 25 horas de (todo hay que decirlo) surreal y divertida espera, conseguimos embarcar en un vuelo transoceánico. Nos vamos a saltar todas esas pequeñas desesperaciones y bromas acerca de nuestra persistente espera, para situarles en una escena digna de Independence Day. El público lleva horas derrengado sobre los asientos, algunos dormitan, otros se aburren y tres de ellos (Ra, Luciano y Peter) terminan de definir los boliches (discos) de moda, cuando, al fondo del pasillo mecánico, se atisba la figura del comandante y sus azafatas. Toda una promesa. Para quien no haya tenido el buen gusto de visitar las páginas de Aerolíneas Argentinas, decirles que en la cubierta aparecen dos minas de locura. Envueltos en uno de esos silencios que acompañan a las estrellas del rock, llega el destacamento, placido, sin prisas ni remordimientos. Presas del síndrome de Estocolmo, el público viajero rompe en aplausos y vítores. Ahora sí empieza la aventura.
A estas alturas de relato tendrán un par de lógicas dudas: ¿Quién coño era Luciano? y ¿Por qué la gente aplaudía? Luciano era un chaval (20 palos), gaucho de Rosario Central, seguidor de los de su tierra y aficionado al buen hablar. A lo segundo no hay dios que responda, ni argentino que lo psicoanalice (una de cada 90 argentinos es psicoanalista).
Doce horas dan para mucho: aficionarte al jazz, ver Novia Cadáver o convertirte en consumidor compulsivo de guías argentinas. Pero al turrón. Mientras recogían los restos del (ajustado) yantar, como si de una providencia se tratase, se cayó una cocacola al suelo que casi nos baña y, oh sorpresa, una reluciente quilmes (patrocinadora de la selección argentina) aterrizó en nuestros pies para inaugurar oficialmente la singladura de los muchachos. Para los bien pensados, aclarar que Quilmes es una suave cerveza pampera. Ah, y para los que habían pensado en otra segunda pregunta ahí arriba: las azafatas eran educadas y amables, pero no cumplieron las expectaivas…Miento, cuando uno de nosotros esperaba en el baño, descubrió a la chica de la foto: dulce, misteriosa, sonrío con sus ojos verdes para indicarnos que el baño estaba abierto. No se apuren, en próximos ratos les contaremos nuestras primeras andanzas por La Argentina.

Perdidos en mitad de la nada


Llevas meses planeando un viaje. El destino es el otro charco. Cuando por fin, madrugón en la espalda, te decides a embarcar te comunican uno de esos desastres que no aparecen en tus peores previsiones: no tienes reserva en el vuelo que te iba a llevar a Buenos Aires.
El caso es que el bueno de Raúl (a partir de ahora lo identificaremos como el señor Wolf o el señor White, w en cualquier caso) echó mano de su providencial temple de ingeniero para sacar del tipo gay (y no es broma) que nos atendió un doble dividendo: tarjeta de embarque, billetes cerrados dijo él, aunque luego vimos que no era cierto, y hotel y manutención (palabra muy empleada allí donde labura el Señor Wolf).
Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos en mitad de la nada, el hotel más grande de Europa según reza la tarjeta del ídem Auditórium, y seguramente también el más aburrido.
No había periódicos, no había calles, ni billar, ni nada que no fuese una piscina en el ático a la que se nos denegó el paso por no llevar chanclas (quien coño quiere llevarlas en un viaje invernal en el hemisferio sur, donde como más tarde averiguarán el frío inmoviliza tus huesos).
Pero lo más surrealista estaba por llegar. Entramos en nuestro comedor (buffet Madrid, detalle nada obvio en un sitio donde hay hasta un salón dedicado a Munich, Londres o…Mocejón). Al poco, descubrimos que buffet libre sí, pero no libre ubicación. Cómo si de una brutal regresión se tratara, nos vimos pastoreados como cuando en el comedor del colegio (quién no recuerda al Señor Patillas, Horencio, megáfono en mano) y nos obligaron a sentarnos en una mesa en la que compartías cubierto con toda clase de culturas. En la mesa escuchamos expresiones que hablan por sí solas: “Sí, nuestros compañeros sia salieron para Ecuador pero llevan dos días atrapados en Cololmbia”. O un afortunado hombre que decía “mi vuelo sale mañana” (luego nos enteramos de que llevaba una semana atrapado entre culturas). Por último, una nota sobre la foto que no hicimos. Raúl se fijó en una urna vacía que destacaba entre decenas de esculturas de corte clásico, relojes y divanes. En principio, pensamos en una foto de sal gruesa, con uno de los dos masajeando los estupendos pechos de algunas de las diosas que nos rodeaban, pero al final cobró enteros hacernos una foto metidos en una de las urnas, cual apolos tragicómicos del siglo XXI. Lástima que en el hotel armaran un kilombo (locura) para ir al aeropuerto y con las prisas no pudiésemos fotografiar el absurdo de esta primera jornada.

viernes, agosto 04, 2006

La piel azul de la isla


¿Qué quieres mi niño? Toda la vida escuchando una melodía de voz y su correspondiente sonrisa. Enciendes tu idea terrenal del paraíso. Lástima circulen cada vez más coches y malos humores. En la isla de los primeros canes las cosas suceden con su propio ritmo. Y la belleza es un continuo desfile. Basta con mirar a la mesa de al lado. Piel de bronce y una camisa a medio abrir, con sus copos de nieve descendiendo en pleno agosto. Detrás de ella unas relucientes gafas de sol que provocan tu prometedora duda. Me está mirando. Sí, me está mirando. No tengo nervios. No al menos los mismos que sentía antes. Su boca esboza una media sonrisa colmada quizá de malicia. A lo mejor su magnetismo funciona por contraste. Aquí las mujeres te abordan por la calle, de una manera involuntaria, pero no puedes permanecer ajeno a toda esa esbelta piel declamando algo salvaje y hermoso. Siempre es más fácil la anécdota.

En casa


A tres horas de vuelo. Cientos de días de por medio. Y sin embargo te coronan siguen como repentino rey de la casa. Dulces. Bromas. Confianza oceánica en unas cualidades inexistentes que ellas no se cansan de recordarte. Una sonrisa, un gesto. Tías como las de las películas: incondicionales y generosas. Llenas de historias, confiadas, dispuestas a aparcar cualquier disgusto para celebrar a los nenes revolteando.

Tan cerca, tan lejos


Ronqueo la voz. Viajo con el impulso delicado y decidido de tus manos. Lo se todo de ti. No se casi nada de ti. A cada instante nace el impulso de esconderte. Me queda tu risa, el ritmo con el que conjuras fantasmas y le robas las alas a los guardianes del océano. Tiemblo por un enfado que no se cómo detener. Eres entonces quien tú quien se arruga con la impaciencia de las hadas no disponibles.