lunes, agosto 21, 2006

Brasiloche

Cumbres heladas que se confunden con lagos de agua virgen. Así es Bariloche, la tierra de promisión invernal para cientos de porteños y casi se podría decir que miles de brasileños. A pesar de su colosal extensión, Brasil no cuenta con cordilleras que les permitan conocer la nieve y los deportes que esta ofrece. De forma que muchos bajan a San Carlos de Bariloche, fundada a principios del XX, para disfrutar de sus fastuosas pistas. Su nieve fascinación es tal que acá hasta puedes aprender alguna palabra en portugués. No paran de falarlo, hasta el punto de que la recepcionista del hotel nos recibió con un “por fin alguien que habla español”.
De cualquier manera, estos sileiros nos han caído simpáticos, tan frioleros como nosotros, pero mucho más despistados, aunque tengan 60 tacos miran los forros de nieve con los ojos de un inadaptado. Y siempre tienen la broma y la risa a mano.
Escribo esta crónica cuando todo está a punto de expirar. Ha sido un viaje fascinante, cargado de anécdotas y una sensación parecida a la del enamoramiento por este país. Tanto Rulo como yo, cada uno por motivos diferentes, no diré más, hemos sufrido pequeños contratiempos intestinales que nos han robado una tarde y una mañana respectivamente. El día que caí, el Señor Boggi confirmó que es una fuente de apodos. Viajó varios kilómetros en ómnibus (bus o guagua, como prefieran) y montó en una silla voladora (teleférico) para ver una vista alucinante desde uno de los cerros. Lagos inmensos mezclados con una sucesión de montañas blancas como para fotografiar mentalmente hasta el deleite. Allí jugueteo con un gato, con varias fotos que atestiguan que el simpático felino se encaprichó de su cámara y casi la tira al vacío. No era su primera complicidad con los faunos. Por la mañana, habíamos estado en la playa de Bariloche, con el agua helada y unas vistas irrepetibles. Allí nos pusimos a conversar con un inquieto can que se puso a ladrar para que en vez de piedras le lanzásemos una viruta de comida o un palo. Lástima no tener ninguno de los dos a mano, pero el señor can posó como una prima donna fundido con las piedras y el agua descendida del cielo que nos rodeaba. Sin duda, la vida desde edades tempranas en su pueblo (Moradillo, Burgos) ha contribuido a que el señor Wolf desarrolle una habilidad especial con los animales domésticos y a veces hasta con los no domésticos...
Por suerte, tuvimos un par de excursiones para confirmar la singularidad de este sitio. Incluida la visita a Isla Virginia. Un paraje donde los pinos impiden a los pájaros anidar de forma que se convierte en una suerte de isla misterio. Abarrotado de especies arboreas de todo el planeta (el 95 % de su extensión fue reforestada, luego de una colosal tala de árboles, con algunas de las especies más bellas de lugares tan dispares como Japón, Estados Unidos, Alemania o España por citar solo algunos ejemplos). Las huellas de los chachos (jabalíes), los pinos escuálidos (con más de cincuenta metros) o unas fastuosas secuoyas son sólo algunos de sus atractivos. Por cierto, el viaje en Barco no se hizo nada pasado y las explicaciones corrieron a cargo de una pesimista vocaional y un tipo a medio camino entre Valdano y Rodríguez de la Fuente.
Lo de la noche no nos dejó indiferentes. En la primera, experimentamos otra regresión. Afeitados como bebes, y contra nuestra voluntad, dimos con nuestros huesos en un pachá para diechiochoeñeros con las consiguientes risas. Antes, disfrutamos de una buena cervecería. A la siguiente, el asunto mejoró en otro bar de cervezas donde una bella yankee lucía una camiseta que demuestra la existencia de caballos Ralph Lauren gigantes en su país. La pasamos bien, con varias pintas y algunos videos para la inspiración como uno de Michael Jckson y Slash o una pieza de arqueología, con Bono y compañía cuando venteañeros incendiando Dublín de idealismo. La culminación llegó el viernes, cuando conocemos a una pareja de simpáticos porteños, el Tano y Marcela, que nos hicieron pasar un buen rato. Esta tierra tiene encanto y hasta para los que tenemos un trauma con lo del esquí resulta interesante.

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