miércoles, marzo 09, 2011

El séquito o el sabor de las juergas compartidas


Vincent Chase camina como si fuera un cowboy de mediodía (que se despierta a la mitad del día, se entiende). Chulesco, divertido y directo. Con el centro de gravedad en unas caderas que nunca se cansan de tener fiesta. Su vida no ha sido exactamente fácil, aunque ahora funcione como un tobogán acuático, regado de bellas mujeres con tendencia a quitarse la ropa a la menor insinuación, montañas de dinero y el apoyo-compañía incondicional de sus colegas de toda la vida, a los que, dicho sea de paso, costea un tren de vida que sería la envidia del común de los veinteañeros.

El padre de Vincent cocía a hostias a su pequeño vástago cuando éste intentaba pasar algún buen rato en Queens. La escuela y, sobre todo, el barrio, eran la válvula de escape de un guaperas desde adolescente. Su colega, Eric, el más espabilado de su pandilla, le dijo un día “tío, tú eres demasiado guapo para dedicarte a esto del básquet, ¿por qué no pruebas a ser actor?” Y a fe que lo consiguió.

Ahora Vincent tiene un estilo de vida descontrolado, donde el hedonismo es principio y (casi) fin de sus ocupaciones. Lo único que parece salirse del molde de adulación y disparates que le rodea es su amigo Eric, que cambió su labor como jefe de una pizzería para seguirle en su aventura californiana y ser una suerte de manager informal. En una sintonía parecida se mueven el hermanastro de V, Jhonny Drama, y Tortuga, dos colegas que tienen tanto de entrañables como de inadaptados sociales.

Los cuatro forman el séquito, una historia sobre amistad, sexo, las fiestas de LA y los tejes manejes de Hollywood (managers tiránicos, publicistas neuróticas o admirador@s taradas). Acabo de devorar la primera temporada de esta serie de HBO. La cortesía ha corrido a cargo de Davide y Fran, que tienen la buena costumbre de regalarme material audiovisual de primera con motivo de mi cumpleaños. Al final, esta serie te gana porque habla de algo tan universal como la amistad y las ganas de pasarlo bien.

Nos hacemos mayores y crecen nuestros compromisos sentimentales y laborales. Pero lo que nunca deja de ser importante es la camaradería con los colegas de toda la vida. Reír sin pensarlo. También las puertas que se abren cuando compartes un aquarius o un ron macerado y puedes hablar de cualquier cosa: fútbol, cine, baloncesto, mujeres, maneras de encontrar o comportarse…Esta serie es como si hubiésemos batido la amistad los colegas y la hubiésemos rebobinado a nuestros versión más jovezna.

No vamos a decir ahora que fueron una montaña. Pero nosotros también tuvimos nuestros momentos séquito. Noches que parecían interminables, donde nos poníamos a flirtear con bellas desconocidas, con las que a veces terminábamos en un apartamento palacio…O el destino nos sonreía en forma de discotecas clandestinas que abrían la puerta sólo para nuestra camada. Recuerdo, por ejemplo, una fiesta de una radio en la que pude colar a los muchachos y éstos se quedaron flipados con el sabor de algunos licores de etiqueta negra o la jeta descontrolada de algunos famosos de segunda.

Estamos hablando de viajes a Porto Novo o Tenerife, donde podíamos escuchar la música que nos venía en gana o picarnos a la hora de recolectar nombres del pleistioceno de jugadores del Sevilla. Cómo olvidar las fiestas en casa del tío Collan, con la play como excusa para berrerar y celebrar o el desvarío televisivo de un grupo de solteros…Por no hablar de la generosidad de Chiqui, Rulo o Luigi como anfitriones.

Al final, el séquito atrae porque nos explica con ritmo y entretenimiento cómo de divertida, devastada o macerada podría haber quedado nuestra existencia si en nuestro camino o el de algunos de nuestros colegas se hubiera cruzado un tren llamado éxito.

No hay comentarios: