viernes, noviembre 24, 2006

Un Bardem para Goya (for the next time, I hope)


Algunos directores disfrutan del privilegio de representar por sí solos una marca que remite a una idea de cine de calidad, intransferible. Algunas veces, esa marca crea películas memorables, momentos que sirven de inspiración para toda una vida. Otras, sin embargo, la marca se limita a regalar algunos destellos llenos de promesas, sin el merecido desarrollo. Milos Forman pertenece a esa estirpe de creadores. No es precisamente prolífico. Pero le ha regalado a la historia del cine dos piezas singulares: Amadeus y Alguien voló sobre el nido del cuco. Hace siete años cinceló la desigual pero de alguna forma conmovedora Man on the moon. Y acaba de volver a primera plana con Los fantasmas de Goya. Una cinta que arranca muy bien, repleta de sugerencia, con unos personajes fascinantes: densos y turbadores. Interpretados con clase por Stellan Skarsgard (Goya) y Natalie Portman (Inés y Alicia). Lo de Javier Bardem está en otra categoría. Crea una piel para el personaje y le compone una historia y un acento. Estremece en pantalla. En la versión original se aprecia con más nitidez su lograda dicción inglesa; el personaje del Padre Lorenzo, dueño de historia y escena, está lleno de ambición, dobleces, sentido estético y magnetismo. Por sí solo valida el coste de la entrada. La fotografía también es sobresaliente, mérito que corresponde al también español Aguirresarobe. Y qué comentar de la genialidad de los lienzos de Goya, intercalados con sabiduría a lo largo de la narración.Pero la historia sufre varios lastres. Alterna momentos de brillantes escenográfica y ambiental (como el preludio a la tortura del Padre Lorenzo, donde José Luis Gómez incendia la pantalla) con discutibles hitos argumentales y problemas para manejar la elipsis narrativa. La banda sonora resulta bastante pobre. Sobre todo por el contraste con la belleza de las imágenes. Las licencias históricas y argumentales que se toman Forman y Jean-Claude Carrière (guionistas) acaban cayendo en el tópico (España como gran prostíbulo, vivero del fanatismo religioso occidental) y restan verosimilitud al desarrollo de los personajes. Aún así, surgen algunos momentos de liberación espiritual y actoral.
Pero, siendo honesto, lo que de verdad uno espera es un yankee con talento para acceder a las entrañas del genio aragonés: visionario, contradictorio, arraebatado y, por qué no decirlo, un poco afrancesado. El sueño es tuyo Javide.

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