miércoles, noviembre 29, 2006

Dubrovnik


Alguien dijo una vez, no te escondas y las excursiones marítimas (un decir) se hicieron prometedoras. Algunos veranos después, miles de noches más tarde, aquel talentoso jugador de instituto, y eso era lo de menos, seguía botando la pelota. Había escogido la ironía y nadie podía reprochárselo. Tampoco su afición a las mujeres bellas y urgentes. Debe ser difícil sentirte especial, dominar las palabras con la fiebre de la gente fanática del juego. Pero él lo consigue. Por eso aquel verano quedó halagado por la insinuación del Meditaraneo a orillas de un país virgen, lleno de canchas de baloncesto y ruinas en equilibrio. Por segunda vez en el viaje dejó de buscar la risa fácil y se dedicó a memorizar el océano. Algo medieval surgió con el encanto de la gente en apertura que sabe lo que vale una convivencia. Se supone no debería hacer nada, pero ella le buscó con los ojos. Y no era nada fácil esconderse. Es sólo todo tiene su ritmo. Ha merecido la pena sonreírte le dijo con la mirada cuando llevaban un par de bromas. Hablas en inglés y es una lástima que los misterios de tu piel guarden su propio ritmo. Conforme discurra el hechizo, ella le prometerá una visita a la capital mundial de la juerga, pero nunca llegará a partir. Es melancólico imaginarlo. Pero de vez en cuando alguien olvida el hielo y en algún descuido el príncipe de la radio cae rendido ante una sirena croata.

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