“Estar centrado. Ésa es la clave. El mundo está lleno de poetas ágrafos, gente con ingenio, brillantes, que parece que pueden con todo a través de las palabras. Los encuentras en las barras del bar. Pero lo difícil es vencer la apatía y plasmarlo. Esto vale también para la música o para la pintura. No basta con tener una facilidad, hay que trabajarla”. Reflexiones de este estilo son habituales en Ezequías Blanco (Paladinos del Valle, Zamora, 1952), un poeta nacido para pulverizar algunos estereotipos mientras consume la vida a dentelladas.
Un rato de charla con Blanco es algo muy parecido a una conferencia distendida de lírica. Quizá le pueda su otra vocación (es profesor de Lengua y Literatura española en el IES Matemático Puig Adam de Getafe). Sea como fuere, se agradece. De una tacada entremezcla poemas y anécdotas de algunos de los más grandes. Gente como José Hierro. Y cuando te quieres dar cuenta, anota (un decir) en la servilleta: Aníbal Núñez. “Un poeta maldito del que se hablará mucho. Ya es conocido pero lo será mucho más. Escribe rabiosamente bien”.
Desdén hacia el sistema
Ezequías tiene casi todo el pelo de nieve, sí. Pero gasta unos ojos quemados de cerveza y humo que revelan su verdadera condición: la de un adolescente que ríe con facilidad y que se maneja con acierto en el desdén hacia buena parte del sistema. “No hay estética sin ética”. Por eso rechaza contratos que le obligan a promocionar sus libros y por motivos parecidos se niega a entrar en el juego de los premios preasignados. O rechaza cortesmente participar en programas como el de Sánchez Dragó.
“Con la libertad no se juega. Quiero formar parte de cosas con las que me sienta a gusto, donde pueda expresarme libremente, sin pontificar ni ser pontificado”. Cincuenta y cuatro con actitud punk. A veces, parece que se enfada. Harto como está de zarandajas. De la maquinaria de promoción de bodrios. “La mayoría de los escritores costumbristas de aquí y ahora escriben lastimosamente mal. Pero tienen detrás los imperios mediáticos. Así no vamos a ninguna parte”.
Le pides ejemplos y no se corta. “Rosa Montero tiene problemas con la sintaxis. Javier Marías suple su falta de biografía con lecciones pseudofilosóficas que cansan. Antonio Múñoz de Molina crea símiles sin sentido, irreales y absurdos, carentes de profundidad”. Y así podría continuar.
Pero no sólo habla Ezequías el desencantado. Al menor descuido, surge el chico de provincias, fascinado por cada centímetro de la piel nocturna. “La noche está muy bien, en Getafe y casi en cualquier sitio. Su magia te permite conectar con gente con la que de otro modo nunca hablarías. Algunas veces te sientes cómodo y puedes liberar ideas y bromas, con las que lo pasas realmente bien. Y, bueno, ya sabes, por la noche puede pasar casi cualquier cosa”.
Zumos de cebada
Imposible negar la evidencia. Revitalizado como está por los zumos de cebada en uno de esos bares donde le saludan por el nombre. Así pues no extraña demasiado su combinación perfecta para un poema: “mitad frescura, mitad técnica. Cuando eres joven, derrochas espontaneidad. Conforme pasan los años, dominas la técnica y te refugias un poco en ella. La clave está en conseguir un equilibrio”.
Queda la duda de si hoy día la gente ya no se expone cuando escribe y por eso igual ya no hay la misma conexión que antes. “Puede ser. Pero eso de poner las tripas no lo es todo. Vale para muchas cosas. Y también ayuda a la poesía, pero volvemos a lo de antes, a la idea del trabajo y el talento, si no hay técnica, si no hay sugerencia, exponerte no sirve de nada”.
También juegan un papel capital las lecturas. Blanco cita de corrido nombres de toda condición, un baratillo de sensibilidades donde conviven “Gil de Biedma, Rimbaud o San Juan de la Cruz”. Pero siempre con una reverencia especial para los clásicos del siglo de oro: “Quevedo, Garcilaso y Fray Luis de León son esenciales”. Su montaña de adoración tiene aromas clásicos: “La generación del 27, Bécquer, que sé yo, los grandes de la historia”.
La charla se enciende cuando Blanco diserta sobre su labor como director de Cuadernos de Matemático, una de las revistas más singulares del ámbito literario. Un lugar donde confluyen “escritores consagrados y chicos que están empezando”.
En un rapto de honestidad, reconoce que si por el fuera “no publicaría un número considerable de colaboraciones. Pero la idea es que esto sea un espacio de encuentro, no una colección de afines. La ventaja de esta publicación es que no es esclava de una editorial o de unas directrices. Es multidireccional”.
De nuevo surge la determinación de no subyugarse al gran negocio en el que parece haberse convertido la literatura. “He recibido ofertas para mejorar y amplificar la distribución. Pero a cambio de que nos esclavicemos a las exigencias de la editorial de marras y reseñemos sus libros”.
Matemáticas poéticas
Cuadernos de Matemático representa algo así como la encarnación del espíritu autogestionario. Una publicación donde los miembros del consejo de redacción nunca se reúnen y trabajan de manera autónoma, coordinando sus talentos a través de la figura unificadora de Blanco. Se tiran 2.000 ejemplares y ha convocado a “prebostes como Ángel González , José Ángel Valente o Seamus Heaney”. Una caterva de ilustres a la que ahora se suma el hispanista Ian Gibson, que es entrevistado en el último número, a punto de ser publicado.
El milagro es posible gracias a la diversificación de gastos. Con el apoyo central del Instituto Matemático Puig Adam y suscripciones de pequeños comercios y amigos, Y algún que otro canal convencional de distribución.
Aventuras pendientes
En el plano personal, Blanco está a punto de publicar el poemario Otras tribus urbanas y mantiene inédita su última novela, Islandia 2004. Su aventura no cesa. Casi al final de la noche, sentencia: “La literatura es la verdad de las mentiras”, una sugerencia contemporánea de otra de Ángel González: “Escribir un poema, marcar la piel del agua”, que sirve para incitar a la seducción de las palabras en desconcierto.
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