viernes, marzo 19, 2010

Varadero, Cárdenas y el lomo soleado de Cienfuegos


Todo viaje tiene un propósito esencial. En el caso del que nos ocupa el objetivo era doble: celebrar la despedida de soltero de Raulón y Raúl y conocer de primera mano la realidad del pueblo cubano. Para conseguir el segundo propósito alquilamos un buga de origen coreano, un daewo que dio todo lo que prometió. La única pega que puede ponerse a nuestro corcel blanco es que su suspensión trasera hacía tiempo que había dejado de ejercer, con lo que, baches de las carreteras mediantes, los tres maromos que solíamos viajar atrás nos convertimos en una versión actualizada de rompetechos.

Viajar en coche te concede la libertad imbatible de conocer pueblo a pueblo la Cuba profunda. Lo primero que nos sorprendió es que el estado de las vías no era tan lamentable como habíamos imaginado. Nos habían llegado noticias terribles de carreteras que dejaban en buen lugar a nuestros caminos de cabras. Pero la realidad no fue exactamente ésa: las autopistas de la isla tienen una calidad bastante decente. Se puede navegar por ellas a un ritmo digno y en general conservan un buen estado. Otra vaina son algunas vías comarcales…Por otro lado, la isla es una belleza verde que no repara en exuberancia vegetal a la hora de ocupar su lugar en el planeta.

En este lugar, hasta las palmeras se ponen voluptuosas y no hay demasiados cultivos. Por suerte, hay pocos coches (menos contaminación), el efecto desolador de ese reducido parque automovilístico es que legiones de cubanos recorren las carreteras a la espera de que algún alma caritativa les conduzca a su lugar de destino.

Tras día y medio de intensidad habanera, partimos a nuestro siguiente enclave: Varadero, donde hicimos parada y fonda. Varadero es algo así como el Benidorm del Caribe, sus kilométricas playas están colonizadas por infinidad de hoteles. En algunos momentos del año, el metro cuadrado de sus finas arenas cotiza alto. No fue el caso de nuestra experiencia, fugaz por otra parte, que nos sirvió para comprobar a pie de ola hasta que punto el turquesa puede ser una luz salvaje y magnética en el Caribe.

Proseguimos la marcha hasta estacionar en Cárdenas, donde la hija de un amigo cubano de Raulón, prima a la sazón de K, nos obsequió con una langosta de las que dejan huella, por lo rica que estaba y porque (sospechan los implicados) fue un factor determinante para dejar K.O. el estómago de Dani y Javi durante jornada y media.

Con nuestros compadres besando la lona, el día siguiente R&R y este escribano nos dedicamos a explorar las buenas posibilidades de Cienfuegos, un lugar donde se intuye que el verano debe ser una reinvención del desierto, pero con palmeras y agua. Por suerte, esa facilidad para el calor nos permitió descubrir los encantos de esta agradable urbe donde los caballos cabalgan con diligencia, el puerto deportivo se exhibe entre funcional y orgulloso y un día de la mujer trabajadora puedes acabar bailando con una simpática desconocida al modo cubano. Un modo que, resumiendo mucho, consiste en mover las caderas exprimiendo las posibilidades del acercamiento.

Hubo más: un paraíso abandonado, una noche surreal, un viejo boxeador como guía nocturno, una blanca de ébano, delfines de madera…Pero la hoja se agota y dejaremos esos acontecimientos a beneficio de sugerencia. Quizá alguna ola poética consigne la sugerencia en próximas lecturas. Una posibilidad imprevisible, como tantas situaciones que se construyen en este relajado pedazo de tierra.

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