lunes, marzo 15, 2010

La Habana: vieja invocación al futuro


La fisonomía más escultural de esta ciudad permanece disecada en el tiempo. Hablamos de la Habana vieja, el casco antiguo de la ciudad, declarada patrimonio de la humanidad el siglo pasado por la UNESCO. Todo cambió para esta urbe cuando entró en el poder Fidel Castro. La revolución del barbudo iracundo trajo algunas cosas buenas: grandes transformaciones sociales, entre las que se cuentan la sanidad, la educación pública, los servicios sociales o, si hablamos de arquitectura, la construcción de viviendas sociales y edificios oficiales. Pero en líneas generales la ciudad ha quedado anclada en su pasado desde entonces.

Si el gobierno central (en Cuba suenan a chiste conceptos como descentralización o autonomía) hubiese decidido invertir algo de dinero en remozar esos edificios, el aspecto de éstos no sería tan calamitoso. Pero salvo una pequeña porción de esta zona (la eminentemente turística), el resto de la urbe permanece en un estado de indigencia estética y funcional. Carencias que padecen familias enteras que sobreviven en la trastienda de fastuosos esqueletos de inmuebles.

Si te echas novia en Cuba, y eres de allí, puedes prepararte a compartir. Si la relación cuaja (un mes puede ser un periodo razonable para llamarla tu chica), tu novia vivirá con tus padres, tus abuelos, tus hermanos y (con bastante probabilidad) tus sobrinos. Así es la vida en esta gastada ciudad, cuyos habitantes prefieren vivir en sus calles.

Pasear por la Habana es entrar en contacto con la vida, sin artificios de simio moderno. Sus cielos están súbitamente rubricados por líneas de ropa, donde quedan expuestas las miserias de prendas reestrenadas generación tras generación, pero también la insinuación de una colección de lencería todavía humeante.

El deporte nacional también hace de las suyas en sus esquinas. Un sábado de un marzo cualquiera puedes toparte con el corpachón de un cubano de metro ochenta, bermudas generosas y la gorra bien calada. Tiene treinta largos. Y lo está pasando teta jugando con sus hijos a pegarle fuerte a la bocha (una pelota que hace tiempo que dejó de merecer tal calificativo). Los chicos arman con destreza el brazo, prolongado con un bate de buena pinta, y casi sacan un ojo a un turista alemán. Veneran el béisbol, como nosotros el fútbol. Pero no les gustan que les observen como en un zoológico; no obstante, deciden hacerse los distraídos y perfilan detalle a detalle su futuro gesto ganador.

La ciudad Habana tiene casi dos millones y medio de almas (más de tres si consideramos completo el municipio). Tres cuartas partes de ellos tienen menos de veinte años. Ellos son el futuro. Han sido amamantados por un estado cuidadoso con su educación y su deporte (que en este lugar se acerca a la categoría de religión). Son hijos y nietos de la revolución, pero la mayoría, silencio, no cree en ella. Y caminan en grupo, y bromean y hacen el tonto como lo hacen los chavales con su misma edad en cualquier latitud.

Una ciudad es también la gente que conoces. Nosotros tuvimos la suerte de encontrar a K y A. K tiene treinta años y la mirada melancólica. Pero su sonrisa la desmiente. Su sonrisa tiene el voltaje de diez bombillas y sus palabras mecen un discurso descreído donde late la resistencia. K es didáctica y ríe con facilidad. Nos explica las miserias del sistema con una contenida combinación de frustración y oxígeno. Al día siguiente viene acompañada por A.

A embellece conforme discurre el día. Suena a broma, pero no lo es. Al principio, parece la hermana pequeña de K, pero conforme transcurre el día gana en personalidad propia. Tiene desparpajo y también 24 castañas. Según su documento de identidad mide 1’63 y pesa apenas 50 kilos, muy bien aprovechados por cierto. Aterra pensar que el estado también necesite conocer tu espacio físico, como si precisara el dato para especular sobre tu futura celda o el tiempo que podrías tardar en arder.

A tiene gestos ágiles y palabras certeras. Es un terremoto de ideas y convicciones. También de invocaciones. Atrae la alegría de esta vida con sus bailes y su manera de relacionar las cosas. Adora las series españolas. Conoce mejor que nadie las interioridades de series como 'El Internado', 'Física y Química' o 'Sin tetas no hay paraíso'.

Estas dos chicas se merecen lo mejor. Están sufriendo. Pero tienen el detalle de descolgar un par de luciérnagas del techo para que pasemos un par de gratas jornadas y comprendamos mejor el absurdo y el encanto de vivir en esta isla.

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