martes, marzo 23, 2010

Cayo Coco, el paraíso conectado con la voracidad humana


En la región central de Cuba, justo al norte, emerge una isla llamada Cayo Coco. Si tienes una idea de paraíso, es bastante probable que ésta encaje con lo que te puedes encontrar en esa porción de tierra (370 km2) que convierte los rayos de sol en fanta de limón. En Cayo Coco, el mar está asilvestrado pero al tiempo acostumbra a terminarse de un modo tranquilo; mientras, el azul se reinventa, los animales salvajes se hacen los distraídos para compartir baño contigo y tienes las comodidades de hoteles generosos en estrellas a un precio bastante razonable. Viva la clase media de la que somos disciplinados soldados.

La paradoja de tanta belleza estriba en que los cubanos no pueden disfrutar de su paraíso en la tierra; tienen prohibido el acceso a esta isla, la cuarta más extensa de la nación. Cayo Coco te recibe con un cartel salpicado por un par de detalles de mal gusto. Una realidad que hasta ahora no habíamos abordado en esta bitácora es el racismo que acecha en la mayoría del pueblo cubano. Las guías dicen que sólo el 15% de la población es negra. Pero, sin ponerse muy riguroso, a uno le parece que cuatro de cada diez cubanos son de ébano. Mejor para ellos: los tíos están mazas per se y las pibas son un circuito de insinuaciones: bellezones que cuando se mueven activan el universo.

Pero la gente aquí no lo ve del mismo modo. A la mínima de cambio, se ponen a rajar de los ‘morenos’, a los que asocian con la delincuencia, las salidas de tono y una insuperable facilidad para hacer el ridículo o complicar las cosas. Tampoco nos las vamos a dar de ejemplares. Si piensas en los prejuicios que despierta el pueblo gitano aquí, convienes en que la estupidez puede ser planetaria.

Por un perverso mecanismo de la (colectiva) mente, no es descabellado pensar que algunos ‘morenos’ metan la gamba por un inconsciente deseo de ‘satisfacer’ las expectativas que sus congéneres tienen puestos en ellos. Obviemos este absurdo; en el otro polo, conviene subrayar también aquí a la gente que respira lucidez y valentía. En el hotel me llamó la atención el rollo que tenían montado con los animadores. Éstos fueron encantadores con nosotros. Ya sabemos que es su oficio, pero yo nunca había disfrutado de esas atenciones y me pareció que lo tenían muy bien montado. Mención imagen para una animadora de ébano con la mirada del color que bañaba sus sandalias.

Me hinché a jugar al ping pong con el señor Boggi, que demostró ser un fiero competidor. Digamos que él ganó más partidos pero que yo demostré tener más instinto asesino, que, debidamente domado, me llevó a lograr la victoria más amplia, prolongada luego por una serie de victorias con Raulón y una de las animadoras (que, ejem, dijo haberse dejado ganar). Al final, me quedé con la incógnita de que habría sucedido si hubiéramos disputado una batalla final al mejor de cinco partidos con Mr Boggi…

Después de media decena de días viviendo a fondo la realidad del pueblo cubano, agradecimos comer viandas parecidas a las de casa y ducharnos con agua caliente. El último día lo pasé teta jugando al mini golf, esa escuela de paciencia y serenidad, donde pude ganar in extremis al tío Dani, tras emular a Sir Ballesteros con un golpe postrero que todavía me causa incredulidad (imagínense a Dani).

Hubo más cosas. Playas transparentes. Flamencos confiados. Una preciosa princesa porteña. Paseos reveladores sobre el destino de nuestro planeta, quizá también de nuestras vidas, con Javi y Dani. Noches lentas. Noches rápidas. Pelícanos flotantes. Playas sin horizonte. Tentaciones en forma de mojitos. Una final casi ganada junto a Raulón en el noble arte del fútbol tenis. Y la sensación de que el paraíso se nos escurrió entre las arenas. Quizá algún poema pueda aportar algo más de sugerencia respecto a esta galaxia de recuerdos. Brindemos los paraísos.

Algunos dirán domesticados: como los 27 kilómetros de carretera que el hombre ha construido para convertir Cayo Coco en una península. Eso sí, para enchufar dólares a la isla, ha habido que pagar un precio: una ligera diezma de la población flamenca.

Por eso mejor naturales (paraísos), como la canción Yelow inventándose en la noche. Pero ésa ya es otra imagen...

1 comentario:

Flor dijo...

Hermoso!