viernes, septiembre 29, 2006

No lo pienses, hazlo


Superado el vértigo, vive en Barcelona y gana una cantidad de dinero algo más que razonable. Ha conseguido dejar de lado la angustia. Angustia por todo lo que jamás será capaz de alcanzar. Angustia para paralizarse por las cosas cotidianas: afeitarse, comprar todo lo necesario del super, enfadarse. Le gusta esta ciudad. Con esas avenidas donde mujeres elegantes beben con descuido la luz de los sábados. A media tarde. Las risas con los amigos recientes. Gente con la que las bromas ofrecen un juego continuo. Ya por la noche, transportado por una serenidad apenas inaugurada. Sentado. Como si de repente se hubiese apaciguado el brillo del lobo. Hambriento. Vitalista también. Sucede entonces, la música se desmorona y las conversaciones fragmentarias marean. Al salir del baño. La reconoce. Parpadea y sonríe con esa extrañeza que inspira a la gente que vive de madrugada. Le hace gracia que él se dedique a la publicidad. Pero no sé inventar un eslogan para que la gente sonría sin pensarlo. Miente. Ella lo sabe. Declinan los bares y alguien interrumpe. Parece que lo está pasando bien. A punto de quedar sin sangre. Casi toda atragantada en su sonrisa. La mira. Se miran. Demasiada luz. No te vayas. Intenta no detenerse. Las sombras interiores. Se acerca. Ella parece un hermoso ciervo. Ya no sonríe. No averigua nada. Despacio. Noche en los ojos. Sangre fluyendo. Quiero llevarte a un sitio. Y ella no necesita palabras. Ninguno las necesita ya.

viernes, septiembre 22, 2006

City of blinding lights




Algunos días resulta divertido ser estrella del rock. Esas canciones con las que puedes hablar de ti mismo con algo de distancia y alegría. Un ciclo que encuentra la cima en esos encuentros con el público. Momentos en los que te entra frío y una desconocida te sonríe como si te conociera de antes. Intentas entonces, sí lo intentas, entrecerrar el horizonte con todo lo que podría cambiar y bailas con una energía invencible. Te cubre el cielo de Berlín. En ese instante te recuestas en la butaca y te enamoras de la equilibrista, cómo detener el estremecimiento de esa bella criatura recostándose sobre la cama. Melancólica cuando se alegra, una niña cuando ríe. Princesa cuando apura la copa de vino frente a un desconocido. Es extraño. Nunca imaginaste fascinarte con un cineasta yankee enfermado con la poesía visual de los europeos. Win Wenders. Y en alguna fracción de segundo te parece que sus imágenes y tu cultura de los resplandores diarios encajan. Arrodillado, con una ciudad hambrienta y legendaria, la encuentras mirándose en el espejo. Viene del futuro. Y cuando te sonríe otra vez decides hacer todo lo posible para hacerte el encontrandizo. Aunque sea a costa de quebrarte las costillas en tu descenso desde el cielo.

jueves, septiembre 21, 2006

El desplazamiento de los dioses


Alguien algún día te prometió el gobierno de los días. Una situación en la que las tardes se inclinaban sobre tus rodillas, mientras despachabas casi sin pereza a las princesas que requerían tus favores. Una mezcla de pasado y promesas incumplidas. Hasta que una noche te levantas impulsado por un malestar incurable. El universo ha decidido que el único vehículo para tu progreso será el sufrimiento. El sufrimiento hasta límites incontenibles, cuando te acercas a la barra y ya no te llega la borrachera. En el olimpo ya no te reservan el palco para conmoverte con la insistencia de los humanos por destrozar sus límites y sus cuerpos. De repente, se te agotan los sueños. Descubres por ejemplo que esa sirena no gastaba sonrisas tan especiales y que ni siquiera era capaz de hacerte estremecer cuando os abandonabáis en las ruinas de la espuma. Ha sido un largo viaje. Momentos donde la conciencia no inventaba palabras, ni cuerpos, ni emociones. Los ojos impedidos para pintar nuevos estados del alma. Instantes en las que sentiste que la desolación sería definitiva, como esa foto que William Blake te tomó en mitad del XVIII. Y, sin embargo, esta noche la has encontrado envuelta entre las sombras. Inesperada. Vulnerable. Fascinante. Una humana que no te confunde con un dios. Una cómplice, al fin.

lunes, septiembre 18, 2006

Liberación concéntrica (II)


Sí, hay turbación en esas habitaciones. Mujeres que se replantean el sentido de sus existencias lejos de casa. La desesperación y algunas de las historias más interesantes surgen con la placidez del descanso o la abundancia. Por el camino, intuimos algo de las gentes de México. Su habilidad para sentirse cómodos y taciturnos en el silencio. La naturalidad con la que celebran las pequeñas alegría y destierran la ansiedad porque las cosas no salgan bien (casi siempre). El misterio de unos ojos profundos. La desinhibición de unas aldeanas que como sus numerosas familias han aprendido a conciliar con naturalidad religión y pobreza, incertidumbre y armonía, sexo y supervivencia.
Para relatar estos contrastes la autora prescinde de barroquismos, pero no se rinde al lugar común. Y con esa voz propia articula una sucesión de narraciones, donde se entremezcla la mirada de la exitosa madre de familia, la mujer invisible de puro convencional, la chica americana ingenua o la brillante y autodestructiva intelectual enganchada al alcohol. Pero no cae en la trampa de los arquetipos, explora a fondo los sueños y logros (además de las insatisfacciones) de unas mujeres en permanente repentina búsqueda. Hermanadas al fin por una unión prohibida, que crea a su alrededor una onda concéntrica de liberación mental y física. Para emprender un nuevo rumbo que puede conducirlas a la extinción, la duda sistemática y la esperanza. Un viaje que inquieta y emociona.
(Por cierto: El único tío con el que hay un poco más de implicación, podría convertirse en un referente muchachesco. Escéptico, reflexivo, hedonista y divertido. En apariencia, un poco apocado y algo perro. Pero con buena mano para encontrar su sitio en el trópico, con noches fermentadas en el sexo y la placidez de las cervezas que vive junto a sus chicas, un conjunto de mujeres con el sí a punto con las que el mundo se vuelve en un lugar sólo con presente, donde el placer y el abandono nos envuelven mejorando el precedente de aquella cuna donde te pasabas comiendo y durmiendo todo el día).

Liberación concéntrica (I)


Al otro lado del océano existe un universo paralelo donde la gente también se enfada y celebra en castellano. Con la diferencia de que allí hay mucha más gente y energía, con ese impulso propio de las naciones adolescentes, de reciente civilización occidental, con infinitas posibilidades derivadas de sus no demasiado explotados recursos naturales.
En ese ambiente, se estiran países como Méjico, el lugar donde surge el amor y engaños de esta historia. En algún lugar de esa tierra, allí donde hay riqueza natural y no muchas comodidades, una empresa establece una colonia de sus trabajadores para que desarrollen una presa que suministre agua a la región.
El modus vivendi de los habitantes, en su mayoría españoles, depende de si son o no parte activa de la empresa. Dicho en plata: ahí los que trabajan son los hombres, que se pasan toda la semana laborando en la presa. Entretanto, durante cinco días plácidos y aburridos, las esposas tejen una red de contactos sociales tan convencionales como para que una recién llegada traductora de textos, esposa de uno de los ingenieros, sea expuesta a la insaciable curiosidad de la mayoría.
La encargada de concebir el drama y aventura (el libro se llama 'Días de amor y engaños') en esa situación es Alicia Giménez Barlett, la misma que ha creado la exitosa saga de Petra Delicado, la detective más famosa de la novela negra española. Así pues he de confesar que, fiel a mi trabajada ignorancia, la única referencia con la que contaba de esta autora era la cara de Ana Belén poniendo escepticismo y sugerencia a Petra (compañera en el santoral) en una serie de corto recorrido que emitió Telecinco 5. (La semana pasada conocí a Giménez Barlett gracias al periódico y me ha parecido una señora -aunque ronde la cincuentena, transmite jovialidad- agradable, cercana, con lo que se redondea la buena impresión sobre el libro).
Pronto se disipó la nebulosa; la novela está notablemente escrita. Sin artificios. Con una precisión que maravilla, sobre todo a la hora de reproducir con palabras los estados mentales de las mujeres protagonistas; más densas, complejas y turbadoras que sus esposos. Y engancha. Hasta el punto de que cuando te quieres dar cuenta no eres tu el que buscas la lectura, es la historia la que te encuentra. Es muy raro que te ventiles un tocho de casi cuatrocientas páginas en apenas tres noches.
El motivo de esa voracidad es que Giménez Barlett conoce con bastante detalle las frustraciones del alma humana. Así como las facultades de nuestro deseo, con esa facilidad de la piel por sublevarse, que cambia las inhibiciones de la mente por una sobredosis de vitalidad. Algo que acaba causando estragos en una sociedad donde (y apenas reparamos en ello) parece estar consensuado un solo camino para moldear las inquietudes de decenas de miles de individuos.

jueves, septiembre 07, 2006

Alma de lobo (2)


Hay muchos lobos con talento. Fuertes. Valientes. Potentes. Grandes. Y también los hay un poco demasiado pequeños para la supervivencia. A esos, Pepu les dijo: si somos más pequeños, tendremos que ser más rápidos. Y España reventó a Grecia. De todos ellos, Gasol ha recibido con merecimiento el MVP. Por sus números y por su inspiración. Ha estado en sus estadísticas NBA, pero ha jugado con una determinación y corazón que emocionan. Como si a Fernando Martín le hubiesen sumado diez centímetros. Con la gracia que tiene ver a un tipo a medio camino entre vagabundo y grunchero atender con amabilidad a todo bicho viviente. Navarro se ha confirmado como una versión amable de Drazen Petrovic; hay jugadas, hay momentos en los que parece que sus canastas y sus movimientos no son mejorables. Garbajosa lo hace todo bien menos jugar de pívot (de espaldas al aro). Ni falta que le hace: ningún pívot actual tira y pasa como él. Calderón nunca se podrá reprochar nada cuando llegue a viejo: pule al detalle cada acción. El problema es que a veces compite con demasiada ansiedad; lo malo de gastar tanta autoexigencia. Pero hacía tiempo que no veíamos a un base con tan buena lectura del juego y ese don para dejar bandejas. Jiménez: el señor de los intangibles: rebañando rechaces, generando espacios, leyendo pases y apurando en defensa. Del resto, no es fácil ser rápido. Rudy nos hace dudar de la existencia de atmósfera; un proyecto de Kobe a la europea. Berni: anima una jartaá y cuando sale lo hace casi todo bien. Cabezas: se pone nervioso con la roja, pero con confianza no hay dios que detenga su entrada a canasta y aplicación defensiva (verdad Mister Papadoukas?). Mumbrú: Chicho Sibilio en blanco, un buen exponente del suavemente me matas, el único de este grupo que tuvo el buen gusto de nacer en el 79. Marc Gasol: si no se duerme, seguirá cerrando muchas bocas. Felipe Reyes: ardor guerrero, su canasta tras rebote luego de tiro libro fallado define su carrera. El triunfo del instinto. Y he dejado para el postre el jugador que más me ha impresionado en este negocio: Sergio Rodríguez, la genialidad hecha baloncesto. El tipo que crea pases para el deslumbramiento donde otros solo ven laberintos.
Entretanto, Pepu a duras penas lograba contener la emoción en sus ya de por sí brillantes ojos. Lo había logrado, había pulverizado el miedo, había hecho realidad el sueño. Ampliando las rotaciones, haciendo sentir importantes a cada uno de sus hombres. Doce años de Estu, una Copa del Rey y un subcampeonato de Liga y de ULEB después había llegado a la cima de la satisfacción. Y del prestigio. Pero la calma ya no estaba ahí. Recordó entonces, cuando de pequeño, su padre le llevaba al Bernabeu. Y evocó también como cuando se puso la pintura de los dementes, escogió bailar el ritmo loco y desorganizado de los indios. Se hizo del Atlético. Pero esa era lo de menos. Como hermano mayor que había sido, lo que ya no podía sacudirse de la memoria eran los buenos momentos que había pasado junto a él. Así es la vida. Nunca hay emociones puras. Al menos nos queda el recuerdo de esa persona que un día nos enseñó a reír, a mejorar anécdotas o a no defraudar demasiadas promesas mientras compartía nuestro asombro por estar aquí.

Alma de lobo


Cada uno ama, siente un equipo por un motivo diferente. En los años ochenta, cuando los seis o siete años, empecé a fascinarme con el Real Madrid y sus triunfos (Liga, Copa de la UEFA…) y casi más con su mítica. Recuerdo preguntarle a mi padre acerca del imperio de las cinco copas de Europa. Y los de la Quinta siempre perdían en la comparación, quizá eso me ayudó a entender mejor las tres semifinales continentales que al poco tiró a la basura esa generación. Hubo incluso un tiempo en el que quise cambiarme de equipo, ser del Atlético y tal y tal, con el deslumbre de sus fichajes. Pero como no ganaban, el atrevimiento me duró un par de semanas. Por eso soy del Madrid: ya hay demasiadas derrotas en la vida como para seguir sufriendo con el fútbol. Y eso que últimamente los de blanco sólo nos dan disgustos. Pero ya es tarde para mí.
Como lo es para Pepu. Sí, el seleccionador nacional de baloncesto. Ese tipo que se ponía la mano en el pecho, ahí arriba en el podium de Japón, para que no se le reventara el corazón. Su padre había muerto la noche anterior y el tío estaba aún más emocionado por la tristeza que por la gloria. Una nueva demostración de que su alma es la de un muchacho. A veces, también la de un lobo. Una de esas criaturas que progresan porque su honestidad, su hambre de gloria, su humanidad es salvaje. Al contrario que otros entrenadores de élite, este tío te parece íntegro, de una pieza, capaz de atender con el mismo respeto y atención a un periodista de la SER que a uno de una emisora confinada en el sur de Madrid.
Al contrario que a la mayoría de la gente con poder, a Pepu no le ha entrado el miedo a ganar. Ese vértigo que hermana a pusilánimes y brillantes a la hora de escoger una táctica ganadora, gestionar un problema en casa o seducir a una desconocida. Pepu ha sido fiel a sí mismo. Ha analizado a sus lobos, les ha recordado el placer de cuando el corazón bombea la sangre conforme te acercas a la presa y les ha dicho: sé tú mismo, por eso te escogí para la manada. Por eso, España ha arrasado.
La selección ha ganado todos los partidos del mundial y la preparación (18). Y menos en el partido de Argentina, donde por fin nos tocó la suerte de los ganadores, lo ha hecho con diferencias favorables por encima de los diez puntos. Encima, ha jugado bonito, abarrotando los partidos con mates, tapones, contraataques plásticos y triples en desequilibrio (cortesía del señor Navarro). Son talentosos y encima estaban hambrientos. Consecuencia: han jugado como los genios balcánicos, pero sin su marrullería y mal ganar, añadiéndole al asunto un toque insaciable a lo Carpanta (nunca nos habíamos zampado una de oro) o a lo Merckx (yo no soy culpable de tu incapacidad para zafarte de mi cuerpo a cuerpo).

(Continuará)

martes, septiembre 05, 2006

Promesas y melancolía


Casi sin darse cuenta, mucha gente funciona con las vacaciones como eje vital. El verano como fuente de descubrimientos, recuerdos casi perfectos y la expectativa de noches eternas. O el descanso que bordea el tedio. Sobre todo al principio. Por ejemplo, al principio de la juventud de los tres hermanos protagonistas de esta historia (23, 26 y 28 años). Boris (Óscar Jaenada), Carlos (Javier Ríos) y Álex (Javier Pereira) veranean siempre en un pueblo (suave belleza la de Ferrol, donde se rodó la historia). Allí disfrutan de la compañía de amigos y amigas, sobre todo amigas, con las que se divierten, enamoran y también llenan de incertidumbre. Ocurre entonces que tu vida cambia en una fracción de segundo. Y casi sin pensar, tienes que seguir adelante.
A veces, una tragedia, como aquí. Otras, una presión demasiado razonable. Cuando los tres hermanos se reencuentran, siete años después, sus horizontes vitales y laborales se han teñido de melancolía. Demasiado mayores para seguir abandonándose a la música y los licores, demasiado jóvenes para convertirse en unos resignados.
Por eso engancha esta historia, porque narra con verosimilitud las dificultades que implica la conquista de una madurez. La idealización de verano y la despreocupación. Y también, la fraternidad y tensiones de los vínculos entre hermanos. La narrativa es fluida y los diálogos tienen algunos golpes logrados de ingenio y humor. También hay demasiados arquetípicos en el dibujo de los personajes (el rebelde, el indeciso o el romántico) y la historia resulta previsible por momentos. Pero por encima de todo, se impone la sensación de encanto propia de las historias cargadas de promesas, donde las cosas no discurren exactamente cómo esperabas, pero donde siempre quedan espacio para la risa, la ternura y, por qué no, las segundas oportunidades. Es la vida, quizá. Es el cine, seguro. Y nadie más promisorio y melancólico que Iván Ferreiro (ex líder de los Piratas) para poner letra y melodía a ese sentimiento con una canción (Días Azules, el nombre de la película) que ofrece continuidad y magia a este viaje de iniciación. ¿Una musa? Ella se llama Celia Freixeiro.