Napoleón
se fue de los 51 años para engrasar la historia.
Su
historia se escribió con versículos de grandeza y aniquilación.
¿Un
visionario? ¿Un loco? ¿Un precursor de la ley? ¿Un magnicida?
El
pequeño corso detestaba Francia cuando niño y adoraba las mates.
De
mayor, el militar sedujo al destino y a sus compañeros de armas.
Trataba
a la gente como iguales y promesas de gloria y riqueza.
Como
estratega, el caballero Bonaparte gastaba una mente de genio.
Su
creatividad bebía directamente de su inventario analítico de contiendas.
“No
he aprendido nada en la batalla que no supiera ya antes”.
El
emperador obtuvo el control de casi toda Europa Occidental y Central.
Sus
guerras aglutinaron creatividad, engaño, comunicación y muerte.
La
vida diez millones de personas; tantas como hoy perecen en Somalia.
De
la cíclica fatalidad supo bien este narcisista seductor.
Un
día se coronaba como demiurgo en Notre Dame.
Otro
era deportado a la isla de Santa Elena, un descanso del Atlántico.
Beethoven
se fascinó con su reparto de la fraternidad, igualdad y libertad.
Luego,
cuando la auto-coronación, decidió dedicarle La Heroica en pasado.
Napoleón fue una metáfora de grandeza y
aniquilación de su tiempo.
Cuando
la dama de damas lo sedujo, sintió tres latidos:
Francia,
el ejército, Josefina.
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