viernes, noviembre 25, 2011

Botar es flotar, tirar es encontrar




Mirza adoraba el tenis.

Lo jugaba con clase y generosidad;
mismas cualidades con las que
habría puesto de los nervios al señor McEnroe
y mismas sutilezas con las que
cinceló su leyenda en el baloncesto.

 El invierno bosnio guió su destino.

Mirza botaba el balón
como si estuviera flotando;
como si fuera un mariposa,
matizaría el señor Alí;
su organismo convertía la gravedad en agua.

Pases a una mano,
pases sin mirar,
amago en el aire;
pases de béisbol.

 La cancha era una alfombra en manos de su generosidad.
Fortalezas Martín y Pillerías Iturriaga se ponían las botas con ella.

El equipo, siempre el equipo.

 Mirza no tardó mucho en vestirse de gloria.
ganada con el equipo de su casa.

 Y levantó todas las Glorias imaginables:
los Juegos Olímpicos bañados en oro
(pena, 1980, la ausencia Yankee).

También conquistó el mundo.

 Y Europa cubrió sus cestas con
dos sábanas con la enseña yugoslava.

Hombre de excesos,
ni siquiera en el autobús de la fiesta
daba un respiro al pitillo.

 He vivido el doble que la gente,
por el día, por la noche,
declamaba con su sonrisa de Liam Galager
a quien vanamente trataba inflamarle por su inflamada existencia.

Sus pases modelo Pete Maravich 
sembraron el mito en sus dos años como merengue;
-un Mundial de clubes y una Liga-.

 No siguió más porque el equipo necesitaba un interior
(Wayne Robinson)
y, con su contrato vigente, le dijo al club: fichadlo.

 Tiempos de un solo extranjero.

Al día siguiente, sacó el monedero y se hizo socio blanco
‘el hombre del minuto de aplausos en la ópera del Saporta’. 

 El equipo, siempre el equipo.

 Tras salir del Madrid,
medio cuerpo se le paró en Italia.

Luchó y se recuperó
pero ignoró los consejos
y siguió cubriendo su ceniza de aullidos.

 Cuando jugaba, danzaba,
y si te encaraba podías dar por seguro que el acierto
se pondría de su parte.

 La gente se aficionó a este juego por su inspiración.
Daba igual su cuerpo de gastado rockero
o su ‘preferiría no hacerlo’ en defensa.

Cuando creaba en la cancha,
creaba emociones en tu emoción.

 La guerra rompió la vida de su país y sus amigos.
Pudo haberse ido; en Italia y España le pedían
con el corazón abierto.

Pero el suyo no sabía ni quería abandonar a los suyos.
El equipo, siempre el equipo.

Sobrevivió a la enfermedad y el asco moral.
Cultivó su sonrisa y fabricó bromas con su gente.
Pero se fue pronto, a los 47.
O no tanto, si pensamos en su eterna vigilia.

 ¿Su legado?

Lo deletrea su hijo Danko:
“da el 100% en lo que haces,
es la única manera de que
de verdad funcione".

Así jugaba Mirza Delibasic; vídeo cortesía de You Tube

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