martes, junio 14, 2011

El amor a distancia, la resistencia diaria


John Keats era un tipo con mucha curiosidad,
algún tiempo y palabras sin inhibiciones.

Allí por donde movía el ánimo,
tumbaba a cortesanas,
ponderaba la heroicidad de un soldado del este
o taquigrafiaba la risa de un olvidado dios heleno.

Cosas de románticos.

Lo hacía con las manos, señaló el académico.
No necesariamente, replicó Susan.

Kyats feneció a los 25 años.
Muerte y juventud, combinación de diez para
idealizarme, terció Fernando Martín.

También el talento.

Kyats no está mal,
pero me vacía
su apuesta contemplativa.

Vino en mi ayuda,
un tipo flaco
que no quería
separarse de su pitillo,
con tendencia a
esconderse la inteligencia
en los bordes de la
gabardina.

“Está la belleza y están los humillados.
Cualesquiera que sean las dificultades de la empresa,
me gustaría no ser jamás infiel ni a la una ni a los otros”.

Se llamaba Camus.
De joven fue portero
(de once contra once).
De respetable,
vertió humanismo
en una Europa cubierta de calaveras.

La voz de los humillados vino de parte de un tal Bretch.
Comediante Bertold le pegó un corte de mangas a
la gente que sólo sabía-quería-necesitaba pensar bien.

Con diálogos daga cortejó a la desesperanza y
dibujó la miseria que pasta en nuestras desnudas bocas.

Palabra, imaginación, inyecciones de realismo.
Chomsky también quiso meter baza
pero le dijimos: "no es el poema".

Al principio, tenías cama, chimenea,
las estancias enteras y
la fraternidad universal del igual.
Luego, empezaron los recortes.

Ahora es una cara suspicaz,
las palabras con sacapuntas,
y los modales de quien te perdona el día.

Diez euros, ocho horas.
"Esa cama tiene que estar libre para las siete".
Pujante mundo, que subasta el descanso de sus
constructores de supervivencias.

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