Haikus, liras, sonetos, submarinismo emocional...cine, series, baloncesto y algo de literatura; arrebatos y destellos para darle arraigo a la posibilidad. Lo mejor está por venir. A través de esa idea, vivo, disfruto y ordeno la realidad, que construimos juntos cada día :-). Un blog de Pedro Fernaud Quintana
miércoles, noviembre 10, 2010
Estrellas distantes y poemas contra uno mismo
A veces ‘los que miran’ tiene ocasión de sacar su curiosidad a través de una ventana cultural llamada televisión pública. Ya sabemos que la segunda cadena nunca fue muy popular. Probablemente, ahora que la han despojado de los deportes, lo sea menos. Si yo fuera ella, no me preocuparía demasiado por las expectativas de los demás. Por fin, La 2 está siguiendo su vocación con la energía necesaria para desarrollar algo que realmente merezca la pena. Le diría que tenga cuidado con la autocomplacencia del ‘todo es arte’, pero seguramente esa observación sea gratuita porque la piba debe tener más o menos mi edad; puede que alguna castaña más.
Claro que no siempre llegas en el momento adecuado al vientre de una cómplice. Por eso, este mundo nos ofrece ver los programas que nos interesan por Internet. En la web de RTVE puedes encontrar los episodios de un programa con valor propio: Imprescindibles (imperdibles diría mi amigo Ezequiel). En sus primeras aproximaciones he encontrado dos retratos de dos escritores a tener en cuenta (por lo que compusieron y por cómo se comportaron): de un lado, Roberto Bolaño, alias ‘me voy a llevar la literatura por delante’; de otro, Jaime Gil de Biedma, alias ‘el humor me absolverá de mi mismo’.
Ambos escritores compartían su fascinación poética. Bolaño dedicó sus primeros vuelos a esa corriente y luego canalizó su hambre por medio de la prosa. Gil de Biedma tuvo el buen gusto de escribir poco y depurar hasta la excelencia. Sus himnos, como ‘Contra la Juventud’, pueden consultarse en la antología ‘Las Personas del Verbo’, que compendia toda su obra publicada y que es una demostración de buen gusto, contención y sugerencia. Con palabras cinceladas a través de la inteligencia y un oído privilegiado.
Me gustó más el documental de Bolaño. O quizá debería decir que simpaticé más con él. B fue contestatario punk en su juventud. Se cagó en Octavio Fuentes (no es nada personal, Octavio, el influjo todos los grandes precisa siempre de unas gotas de blasfemia) y vagabundeó de allí para allá mientras pensaba (y luchaba por) un mundo mejor. Como (casi) todos los jóvenes expansivos se emborrachó más de la cuenta y viajó por innumerables cuerpos y puede que también territorios.
Cuando joven, en Chile soltaban hostias como deportaciones. Y B prefirió iniciar un viaje vital que le conduciría finalmente a Blanes, un pueblo de la Costa Brava donde la vida tiene un tatuaje de amabilidad en sus gentes y sus mareas. Alí malvivió. Apenas se ganaba vida vendiendo cosas que no caben la imaginación.
En realidad, él no buscaba el favor de la realidad. Lo que quería era cortejar grandes historias. Cuando conoció a su mujer, se presentó como ‘escritor’. Y cuando sus colegas bromeaban con el hecho de que malviviera en la 2-B de la literatura él, simplemente, se encogía de hombros y aventuraba que algún día jugaría en la Champions.
Como el ‘nobelado’ Vargas Llosa (que no duda en glosar las cualidades del contador chileno en la pieza reseñada), Roberto tenía una poderosa autoconfianza fundada en sus castillos de lecturas, su talento y una intuición más allá de la normalidad. Con estos materiales, creó una literatura singular, a prueba de obviedades. Compleja y pegadiza, rítmica y múltiple, donde la realidad aparecía ligeramente intelectualizada para poder recorrerla con la apropiada fantasía y entrega.
He visitado dos libros suyos. El primero, ‘Los detectives salvajes’ como ‘tardouniversitario’. El segundo, un muestrario de relatos literarios y vidas del pueblo. En ambos demuestra elegancia y fantasía, también una capacidad de concreción que sólo se formula después de haber encajado algunos golpes a pie de tierra.
Roberto era un maestro de la sugerencia. Su corazón bombeaba humanidad pero él no se permitía la exhibición; lo conseguía gracias a unas palabras recortadas y pujantes donde dibuja el carácter de la gente con la misma destreza con la que sentencia sobre las cualidades de una buena novela o una criatura a tener en cuenta. Roberto era el que no se rinde. El que enferma. Aquel que sentía orgullo cuando el frío cercaba sus dedos y enfermaba comiéndole los pechos a su madura computadora, mientras recitaba estrellas distantes que luego prestaban su nombre a sus libros.
Gil de Biedma, por su parte, tenía la vida a favor. Un columpio de dinero y respetabilidad social que le dejó tiempo en su infancia para birlarle horrores a la guerra a través de la lectura y la buena vida de una familia burguesa con el corazón repartido entre Barcelona y Castilla. Jaime era un tipo simpático y ocurrente. Gran bebedor y mejor conversador que cuando ingresó en la universidad lo pasó en grande mientras le robaba secretos al mecano literario, en compañía de camaradas veloces como Carlos Barral, Ana M. Moix y, más tarde, gente como José Agustín Goytisolo o Juan Marsé.
Tenía suficientes medios. Abundancia como para que su vida fuera filmada cuando anónimo o como para permitirse el fracaso en su asalto a la vida diplomática. También bendiciones sudor como la entrega en carne y alma al trabajo como secretario de la Tabacalera filipina, oficio que de algún modo heredó de su madre. G parlaba perfectamente el inglés. Era elegante, diletante y despegado. También homosexual en un mundo que censuraba (sospechaba en el mejor de los casos) la diferencia.
Pero por encima de esas etiquetas era un escritor con garra. De esos que ponen la testosterona en los escritos para ponerle espejo al alma y por el camino dan palabras y un relato a los ‘sin consuelo’. Su voz era como un búfalo de agua, enérgica y dúctil. Y esa facilidad para la sugerencia a través de las palabras justas e irónicas le procurará un lugar en el futuro.
Gil de Biedma sobrevivirá como aquel que se pintó en el agua y se perdonó arrogancias con el recurso de la deportividad y el insulto amable. Bolaño viajará por siempre en la memoria de su chica y sus dos hijos a través de relatos de invención y cariño. Retratos de un fotomatón de una playa cualquiera que no se cansa de pensarle como una posibilidad. La posibilidad de qué otra cumbre podría haber cincelado tras 2666.
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