martes, febrero 02, 2010

La importancia de la belleza


Este fin de semana la España que adora el fútbol se inspiró. Situémonos: corría el minuto 40 del partido Deportivo de la Coruña-Real Madrid. Ganaban los blancos, cortesía de Granero, que puso por delante a los suyos gracias a un certero testarazo.

Pero no había nada claro. El Madrid llevaba una juventud (desde 1991) sin ganar al equipo gallego y el partido tenía voltaje en las dos orillas. En este ambiente, coge el balón Kaká, ese talento brasileño en tiempos de tribulación, y perfila el pase para Guti. El mediocampista blanco mete la directa y se planta delante de Aranzubía, junto al arquero, aguarda también un defensa blanquiazul. Todo está preparado para el impacto. Un disparo a esa distancia puede ser letal. Sólo la velocidad de reacción del portero vasco puede evitar el desastre.

Guti arma la pierna y…Pum. Qué elegante, dijo en el instante un buen amigo. Todo sucedió muy rápido. El tiro se convirtió en un pase imprevisible por obra y gracia de un treintañero enfadado con el mundo, que a última hora decidió pasar a su compañero, al que había visto con el rabillo del ojo. Lo hizo con un taconazo que surgió como un resplandor de belleza. Pura inspiración. Benzema entró en escena como un búfalo de mercancías, convencido de que ese balón iba a besar las mallas. Y lo hizo. Gol. El delantero francés, con pinta de boxeador de los años treinta, no se lo acaba de creer. Nosotros tampoco.

Imagino que ya habrán visto la jugada con una frecuencia cercana al infinito. Y, sin embargo, dudo que se hayan cansado de mirarla. Una genialidad de un tipo que no sabe vivir en el término medio. Y que gracias a dos o tres acciones así, ya tiene hueco en la memoria colectiva.

Para que nos vamos a engañar, a mi Guti no me cae especialmente bien. En muchas ocasiones, lo he detestado. Por su comportamiento, por la falta de él para ser exactos. La ausencia de actitud de este chico ha encendido a miles de aficionados blancos durante los dos últimos decenios. Tampoco se trata de convertir estas líneas en una diatriba contra él. Simplemente, Guti se dispersa. No es capaz de mantener la regularidad en un terreno de juego. Pero al tiempo, la mayoría, que tantas veces hemos abjurado de él, sentimos devoción por algunas facetas de su juego.

Guti (Madrid, 1976) es la elegancia hecha jugador. Coge la pelota en el centro del campo, cabeza erguida, ve el fútbol en tres dimensiones, y así, con elegancia y una facilidad desconocida, ajusta pases con la precisión de un relojero. El chico tiene pegada, en la temporada 2000-2001, sumó 14 goles, jugando como segunda punta, amparado en Del Bosque, que conoce bien a sus padres y al chico, a los que define como “luchadores”. Luchador de la noche, pensé al leer las declaraciones.

A Guti le gusta le fiesta. Y tiene alma de rockero. Entre sus amigos se cuentan los componentes de Pereza, Rubén y Leyva. Desde el principio, estuvo obsesionado con la imagen. Primero, cuando era un canterano lampiño, imitó la estética de Redondo. Luego, emuló los peinados imposibles de Beckham. Y ahora parece haber encontrado un estilo propio, con media melena y tatuajes parecidos a los del capitán de la selección inglesa, pero con la irreverencia en uno de los codos, una suerte de estrella insurgente.

La estrella improbable de un artista encerrado en un jugador de fútbol. Cuenta que la leyenda que cuando estaba desembarcando en el primer equipo, Guti se agarraba unas cogorzas de escándalo, hasta el punto de llegar a algún entrenamiento con los ojos inyectados en sangre y serias dificultades para atarse los cordones de las botas. Leyendas.

Pero está claro que la palabra indiferencia no existe en el diccionario de Guti. Un tipo que fue pieza clave en la conquista de la última liga conseguida por el Madrid (2007-2008), con Schuster como entrenador. Y que se ‘chinó’ en la celebración del título, porque a sus compañeros les dio por decir aquello de “Guti, Guti, maricón…”

Guti pide un respeto que no se ha sabido ganar en el terreno de juego: por su falta de continuidad en el rendimiento, por sus ‘idas de olla’ en partidos importantes, por su falta de disciplina en los entrenamientos y la relación con los entrenadores. Cuando éstos le ponían en apuros, a veces daba la sensación de borrarse. Cuando éstos le cuidaban y mimaban, acaba faltándoles al respeto. Verbigracia: los insultos que al parecer dedicó a Pellegrini el día del ‘alcorconazo’. Ni tampoco fuera de él, como cuando de cuando riega sus entrevistas o ruedas de prensa con alguna salida de tono.

Pero hay otro Guti con el que poder conectar. Simpatizo con algunos rasgos de su personalidad. Por ejemplo, cuando convierte su rebeldía en rebeldía con causa y defiende a un compañero postergado o injustamente machado. Admiro al Guti que escribió una vez en un periódico y analizaba los partidos con criterio y pasión por un ideario de juego ofensivo.

Cómo no simpatizar con el Guti solidario, que se implica con varias ONGs. El chico algo torpe en el terreno emocional, que simplemente quieren que le quieran. Al galvanizador del juego, que hace de la excelencia una exigencia y que tiene talento para jugar casi siempre al primer toque. Respeto para el deportista que después de todo no se ha descuidado tanto y que ahora está más fuerte que cuando empezó en este negocio.

El Guti que hace profeta del buen juego y regatea con un amago del cuerpo. El privilegiado de la invención de pases que no caben en la imaginación de la gente. Hasta que él lo inventa. Guti tiene treinta y tres años, está maduro, enrabietado con el mundo, pero también con la serenidad del que ha aprendido unas cuantas lecciones.

El chico tiene un don: provocar belleza en algo de vocación anodina. Por eso lleva cinco días copando páginas en los diarios. Porque hace soñar despierta a la gente. Lo más probable es que la vuelva a cargar dentro de cuatro o cinco partidos. Ese también es parte de su magnetismo. El héroe más poeta y más imperfecto.

Ojalá me equivoque. Ojalá, por una vez, la poesía llegue en primera persona al Mundial. Y deslumbre al planeta, aunque sea en la acción de un sólo partido. Aunque sea contra todo pronóstico en, por ejemplo, unas semifinales, con una acción que combine improvisación, elegancia y alegría instantánea en el momento más importante.

¿Por qué no pedirlo todo? Para eso juega José María Gutiérrez Hernández. Y, a estas alturas, también sabe que en el planeta fútbol hay espacio para conciliar belleza y resultados: el Barca de Guardiola. Lo consiga a o no, Guti Haz (así figura en su camiseta) ya sabe el aprecio por la belleza que siente la gente. En sus pies (y cabeza) está seguir inventando nuevas partituras de ejecución exquisita.

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