martes, febrero 16, 2010

Búsquedas en la jaula, miedo disuelto en chistes metafísicos y una balada romántica del monstruo legendario


Siempre nos queda el cine. El cine busca esquinas improbables para mirarnos a la cara y hacernos pasar un buen-mal rato y devolver algo de lucidez para la vida cotidiana.

En lo alto del escenario vemos a una chica preciosa, con los ojos emitiendo algo parecido a las lagrimas, radiante. Se llama Marta Etura. Su discurso de premio combina con maestría la emoción y el agradecimiento. La gente de la academia ha reconocido su interpretación en la Celda 211, que al final de la noche se habrá convertido en un maremoto de éxito: ocho Goyas.

Celda 211 tiene un inicio impactante. Consigue imprimir misterio y desasosiego en el espectador. Y por encima de esas dos sensaciones, el interés. La historia gira a través de Mala Madre (insuperable Tosar), un tipo rapado con voz tabernaria pasada por la lija, cuyo efecto más perdurable es que tengas la impresión de que se está cagando en la madre de su interlocutor cada vez que habla con éste.

Celda nos recuerda la fortuna que tenemos de haber nacido dentro de una clase media, con una vida más o menos anodina y con unos factores vitales comunes que más o menos vamos poniendo a nuestro favor por el camino.

La película retrata con aspereza y un toque humorístico (en algún momento hasta tierno) la vida entre jaulas de un puñado de presos que un día deciden rebelarse, con tal casualidad que acaban poniendo a un tipo corriente en una situación límite, donde sólo su gélida sangre le dará una oportunidad. El inicio, ya lo hemos dicho, deslumbra.

Luego pierde algo de vuelo en el tramo medio. Y vuelve a crecer en su desaforado desenlace. Es una película sobre malos con carisma (ya sabemos por qué El Padrino es la cinta favorita de una generación) y gente que busca su sitio y que lo encuentra. Algunos a costa de poner a freír su integridad, otros siguiendo su instinto, los menos buscando un equilibrio entre supervivencia y moralidad.

En suma, un laberinto de emociones, tensiones y peripecias batidas a muy buena cadencia, que nos recuerda lo mucho que podría cambiar nuestra vida si empiezan a llover pedradas en ese territorio llamado suerte, que tanto se ladea cuando caminamos en su lomo durante este viaje.

El lunes, aprovechando que el Señor Fo libraba, nos acercamos a ver el hombre lobo del siglo XXI. En esta época, wolfman tiene la efigie de Benicio del Tiro, quien tiene un careto suficientemente salvaje como para dar el pego. La historia confirma esa sospecha, con el boricua haciendo un buen ejercicio de contención y tormenta. Los misterios de la película son bastante previsibles.

Pero aún así, la música y la fotografía, así como el desarrollo de la narración, remiten a la idea de viejas grandes películas. La cinta es barroca y está contada a lo grande, evoca al Drácula de Bram Stoker, por su ambición y romanticismo. Anthony Hopkins nos recuerda que es un mago del lado niebla y Emily Blunt que es una cara muy bonita y con una interesante manera de caer en el enamoramiento.

Lo más destacable de la película son la casi decena de buenos sustos que te llevas cuando ves la historia (ya saben, lobohombre siempre se esconde para ahorrarle sufrimientos innecesarios a sus víctimas, no así a sus visitantes).

Lo más rechazable, esa tendencia a enseñar las transformaciones lobunas (muy logradas, por otra parte). Al final, lo que más terror transfiere es lo que no se ve. Lo que se intuye, lo que se oye, lo que no se puede entender.

Como último lado de este triángulo cinéfilo señalaremos Shadows and Fog (2001), una de esas películas de Woody Allen semidesconocidas que regalan un puñado largo de buenos momentos gracias a la habilidad del neoyorkino para combinar tempos teatrales con impagables dosis de humor, lucidez y absurdo

Todo ello movido al ritmo de una de las neurosis más saludables que haya dado la especie, encerrados en 165 centímetros de pura incontinencia verbal, con diálogos imprevisibles y brillantes. Y es que el tío Woody ha hecho del cine su vida, hasta el punto de que su manera insurgente de abordar los torreones culturales y sociales de nuestra civilización le han convertido en un antihéroe con el que todo es más divertido y menos dramático, donde uno se siente menos torpe y más inteligente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Larga vida al cine.
Señor Fo.

Anónimo dijo...

Según empecé a leerlo, pensé que nos deleitarías con una crónica sobre la Gala de los Goya 2010, emotiva, bonita y divertida como nunca (gracias D. Alex de la Iglesia y Buenafuente) haciendo eco al momento POCOYÓ o al momento más bonito de la gala-lo de Marta Etura estuvo bien, pero yo prefiero a Alberto Ammann- cuando se hizo entrega del Goya de Honor a Antonio Mercero y uno de sus hijos dijo que una de las cosas buenas del Alzheimer es que siempre puedes ver Cantando Bajo la Lluvia como si fuera la primera vez :_).Por cierto grande Celda 211, sobre todo esos extras vallisoletanos, que gracias al teatro y la familia tengo el gusto de conocer ;-P

Pedro Fernaud Quintana dijo...

Larga vida al cine, Señor Fo.

Sí señora la gala de los Goya estuvo entretenida, pero siempre es más divertido mezclar temas...