martes, enero 26, 2010

La vida no está en los extremos


Ryszard Kapuściński(Bielorrusia 1932, Varsovia 2007) fue uno de esos reporteros que elevan la dignidad del periodismo hasta cotas sobresalientes. Uno de esos tipos que dan sentido a esta profesión. Se pasó la vida viajando y viviendo fuera de Europa. Sobre todo, en África y América Latina. Su compromiso con la gente con menos recursos encendió un relato bien documentado, conmovedor, al tiempo que literario. La suya era una de esas cabezas con tendido eléctrico para conectar y asociar infinidad de detalles, que contribuyen a que el lector comprenda mejor lo que está sucediendo.

Existe un libro que ayuda a entender bien su modo de trabajo: ‘Los cínicos no sirven para este oficio’. En él desglosa algunas premisas de su labor. Una de las ideas clave del mismo se centra en la empatía, la necesidad de escuchar a distintas personas que están en el núcleo de la acción. Ellos componen la materia esencial del relato.

Al final, y cada vez será más así, el relato es una amalgama de realidades, experiencias y consideraciones de las que el periodista es nada más (nada menos) que el último redactor. Para hacer bien nuestro trabajo, sólo obtendremos la información esencial si la persona a la que nos acercamos, a la que preguntamos, percibe en nosotros una genuina curiosidad por sus preocupaciones, su situación, sus circunstancias…En suma, por su versión de la historia. Dicho en palabras del maestro polaco: “Es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de vida”.

Los libros de Kapuściński son un regalo porque te amplían la mirada. Permiten que percibas el mundo en toda su complejidad. Y desvelan parte de ésta. Además, este intrépido contador de historias tenía un alma múltiple, que le permitía combinar su trabajo como corresponsal (contando con detalle la noticia, su relato y sus ramificaciones) con el de escritor (que trenza historias cercanas y estremecedoras de realidades complejas y devastadas. Y lo hace con un tono entretenido y didáctico).

En un momento dado del libro, la editora María Nadotti, le pregunta por las motivaciones de esa vida errante. Y al final queda claro que éstas fueron variando, pero también queda de relieve que el reportero polaco se enamoró de África. Quizá porque le conectaba con su infancia, que aunque vivida en un ambiente alegre, pasó en una de las zonas más pobres de Polonia, en Pinsk (hoy día Bielorrusia). Como queda claro que Kapuściński es un hombre de síntesis, de diálogo, y que para él la vida nunca estaba en los extremos. Aunque, paradojas, bastantes de nuestros 6.000 millones de hermanos (así nos llama él) sí están viviendo en esas situaciones extremas.

Al final, ya no tengo muy claras las reflexiones que descansan en el libro y las que fluyen por Internet. Sea como fuere, Kapuściński se fijó en África por la cantidad de paradojas que escondía en su vientre; a fin de cuentas allí es donde se fundó nuestra especie. Los recursos naturales de ese continente han sido esquilmados por la colonización europea durante siglos. Por no hablar de las tres centurias en las que la mayoría de sus habitantes fueron esclavizados. Más los conflictos políticos, sociales y económicos que vinieron después.

Una tierra violada y unas gentes que no pueden aspirar más que a ser una civilización de supervivencia. Donde sus habitantes ponen toda su energía en comer, en beber, en vivir un día más. Y a pesar de esa suela de postración, los africanos no han perdido ni su capacidad de vida ni su alegría, lo que habla, en palabras del propio maestro, de un “alma muy especial”.

Otro de los ejes que merece la pena comentar de ese volumen es el de la mutación del periodismo en negocio. En un sistema de vida donde el mercado es el termómetro de las relaciones humanas, la información no podía ser ajena a ese influjo. Kapuściński denuncia la creación de una realidad alternativa a la que existe, que casi nunca coincide con la verdadera. Simplemente, los medios nos cuentan la realidad que las multinacionales o los gobiernos quieren que se sepa, como por ejemplo en la reciente guerra de Irak, donde poco menos que los mandos militares estadounidenses eran los encargados de dar los partes de prensa, eran los Arturo Pérez Reverte que suministraban la información y los distintos enfoques del escenario bélico.

En este escenario, los directores, no digamos ya los gerentes, de los medios están dejando de ser periodistas. No hay manera humana de transmitir las esencias de este oficio, en un mundo donde la masa nos estamos convirtiendo en un conjunto de espectadores, cada vez menos en actores implicados.

Espectadores que, sobre todo por estos lares de la Europa Occidental, preferimos vivir entregados a nuestra cultura del bienestar, sin conciencia de lo que sucede a los demás.

No estamos hablando de liarnos la manta a la cabeza. No al menos todos. Pero sí de implicarnos en algo real, algo en la medida de nuestras posibilidades. Ahí van unas cifras para la reflexión: la población europea no representa ni el 10% de la población mundial. Tenemos una mentalidad eurocéntrica, pero la realidad es que economías emergentes como la china, la japonesa, la india o la brasileña están tomando el control económico (y poco a poco también político) del planeta.

Entretanto, la población europea envejece. Los inmigrantes vienen aquí gracias a la mejora exponencial de los medios de transporte y, sobre todo, porque tienen esperanza. Llegan a nuestras costas guiados por el afán de mejorar su vida. ¿No lo haríamos nosotros? ¿No viajaríamos a allí donde dicen que se vive mejor, donde la prosperidad no sólo se codifica en dinero sino en derechos sociales, expectativas de ocio y diversión?…No me feliciten por descubrir la pólvora, pero de cuando en cuando no está de más señalar lo obvio.

Al tiempo, los viejos europeos necesitamos a esa gente. Asimismo, muchos de ellos proceden de la zona del Magreb y de Oriente Próximo, caladeros naturales de esa inmigración. Bastantes de las personas que llegan aquí tienen otro código religioso y cultural, que a su vez se caracteriza por su pujanza, la vitalidad de un Islam en plena efervescencia. Son muchos retos, muchas preguntas, muchas complejidades. Y, como suele ser habitual, tenemos unos políticos fueras de serie, que donde tendrían que velar por la integración (lo más inteligente y, por qué no, sensato) se dedican estos días a sembrar la ideología del odio entre los ciudadanos.

En medio de ese magma, al menos en el lugar en el que vivimos, podemos, sin pensarlo mucho, sentirnos orgullosos y avergonzados por algunas de nuestras reacciones. En el lado positivo, un sentimiento de empatía y solidaridad hacia el que llega, al margen del buen ojo de hacer lo posible para infiltrarlos en nuestras vidas y evitar a toda costa esos desastres sociales llamados guethos. Al otro lado, esa fijación de bajos instintos de algunos políticos por azuzar el miedo al otro y la cultura del egoísmo, mientras se invita a negar derechos básicos al recién llegado para expulsarlos de este paraíso, pequeño e imperfecto, pero paraíso en el que vivimos.

En este entorno todo se complica, se hace más difícil entender lo que sucede. Por eso era, por eso es, tan necesaria la voz de Ryszard Kapuściński. Un maestro, un guía que se implicaba a fondo en los fenómenos del planeta para explicarle a la gente lo que sucedía. Un tipo que se cagaba en los hoteles (perfectamente intercambiables estén donde estén) y que se jugaba la salud por canalizar su curiosidad y conocer así de primera mano las condiciones de vida de los americanos, los africanos. Su realidad y sus miradas, para luego compartirlas y convertirlas en menos ajenas al resto de los coetáneos que le leían.

Estamos a tiempo de hacerlo nosotros también. Aunque no seamos periodistas. Como forma de vincularnos con la realidad, con la gente, con el mundo que nos ha tocado vivir. Leer, vivir, relatar, compartir. No necesariamente en este orden. Este artesano del desciframiento de las leyes vitales universales lo sabía.

“Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido.

Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes.

Entre las menos valientes y, no obstante eficaces, está el acto de narrar, que desafía el absurdo y lo absurdo. El acto de narrar es una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que tampoco cambia: de cuando en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos”.

Gracias Ryszard por inspirarnos, te seguiremos aprendiendo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Kapuściński, este blog cada día pinta mejor! abrazo Peterius!
eze

Pedro Fernaud Quintana dijo...

Muchas gracias Eze, me alegro de que le estés echando un ojo de vez en cuando.

Abrazo

Aurora Moreno Alcojor dijo...

Qué buena entrada Peter. Merece la pena reflexionar sobre estas cosas y qué mejor que de la mano de un gran escritor.

Pd: Hazle más huecos en tu blog a la prosa.

Pedro Fernaud Quintana dijo...

Grazie mille Auro. Desde luego, el maestro polaco es un guía para ver la realidad con más lucidez.

Hoy toca poema, pero prometo tener en cuenta tu petición cara al futuro próximo (además, no eres la primera persona que así me lo pide...).