jueves, enero 28, 2010

Adolfo Suárez o el conductor íntegro de la necesidad democrática


La política es un oficio que, mirado con una cierta perspectiva, me parece apasionante. Otra cosa es la cantidad de fango en la que te tienes que meter si quieres ejercer profesionalmente ese trabajo que debería ser de “servicio público”.

Aunque ahora nos suene a chiste esa definición, hubo un tiempo en el que no había lugar para la broma. Pensar o hacer política en este país era una imposibilidad absoluta. Por cierto, absoluta (religión, negación de derechos civiles y libertades, prohibición de la pluralidad ideológica, sumisión en casa de bastantes mujeres…) fue una de las palabras preferidas de la dictadura de un tipo llamado Franco, de quien haremos bien en no olvidar ni su nombre ni sus vilezas, porque sus 40 años de gobierno sectario determinan más realidades de las que pensamos en el lugar que nos ha tocado vivir.

Perdonen toda esta perorata, pero me sirve como marco para hablar del primer presidente de nuestra treintañera democracia: Adolfo Suárez, un tipo de consenso, que durante poco más de un lustro (1.976-1.981) pilotó el destino de este país. Un periodo durante el cual, sobre todo en la fase de despegue, cosechó unos cuantos aciertos que merece la pena celebrar y honrar, aunque sea con vuelo retrospectivo.

Suárez era uno de los cachorros políticos más prometedores del régimen franquista. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense, desempeñó bastantes cargos de enjundia; entre otras cosas, fue Gobernador Civil de Segovia y director de RTVE. Esas responsabilidades le curtieron en las labores de gestión. Pero lo más apasionante estaba por llegar. Durante el camino, Suárez sintonizó con gente clave en el futuro de España, como Torcuato Fernández Miranda o Gutiérrez Mellado y entabló también un principio de entendimiento (y buena amistad) con el futuro Jefe de Estado, el por entonces Príncipe Juan Carlos.

Por decirlo en pocas palabras, Suárez era un cordero con piel de lobo. Alguien que inspiraba confianza en los altos mandos del ejército y la cúpula rectora del franquismo. Sin esa piel, no hubiera podido estar en el sitio justo y en el momento adecuado. A instancias del ya rey Don Juan Carlos, en 1976 fue nombrado Presidente del Gobierno y durante los siguientes meses hizo méritos para ganarse esa distinción.

Entre otras cosas, legalizó el partido Comunista, en el marco de una ley que daba rango de normalidad a la pluralidad ideológica y de asociación. Asimismo, amnistió a todos los presos políticos y tejió un puñado importante de consensos para posibilitar la celebración de las primeras elecciones democráticas en nuestro país en 40 años. Es decir, dio fichas a todos para que pudieran entrar en el sistema (con unos mínimos democráticos que todos se comprometieron a respetar) y puso las bases para que una convivencia plural pudiese volver a ser posible en esta tierra.

Así pues, rápida y determinadamente el cordero puso en marcha su plan. El plan de un tipo liberal, cuyas referencias eran las mismas que las de los cuarentañeros despiertos de entonces: democratizar el país, propiciar la división de poderes y empezar a imitar cuanto antes a las democracias parlamentarias que marcaban tendencia por aquel entonces en el planeta, como por ejemplo las de Estados Unidos y el Reino Unido.

Por el camino, Suárez se ganó un jarreo de insultos y reproches. De un lado, los falangistas y demás nostálgicos del régimen le llamaban traidor y le negaban la paz en Misa (a mi también produce ternura la situación, pero en aquella España católica visceral, el gesto era un ninguneo de mucho calado y Suárez le supuso un fuerte disgusto personal, católico practicante como era). De otro, los jóvenes más hambrientos de apertura, muchos de ellos en el ala izquierda, estaban tan cegados de cambio que le llamaban facha a la menor ocasión. A favor de estos rebeldes, diremos que Suárez no tenía los antecedentes más ‘fiables’. Pero pronto desacreditó esas reservas.

Suárez se presentó a las primeras elecciones democráticas, año 77, con el marchamo que da ser un tipo de consenso, equilibrado. “La vía más segura hacia la democracia” fue el lema que escogió su partido, la UCD, para invitar a votar la propuesta del carismático abogado. Y a fe que este avulense flemático y fumador (compulsivo, por decirlo todo) sedujo al electorado. Hasta el punto de que fue el primer presidente democrático de este nuevo periodo de libertades en nuestra historia.

Los aciertos de Suárez estuvieron de la mano que él tenía para tejer consensos. Alguien le definió como simpático profesional, y viendo su lenguaje corporal y la complicidad que mantenía con sus adversarios políticos, imágenes de archivo mediante, ésa parece una de las claves de sus éxitos.

Uno de esos grandes logros fue la Constitución, cosecha del 78, esa carta de derechos fundamentales que hoy día rige nuestra vida comunitaria, donde además se fijaba el estado de las autonomías; un conjunto de leyes fundamentales para la convivencia que en su momento supuso un esfuerzo titánico de estudio, consenso y síntesis de nuestra clase política.

Por aquel entonces, finales de los 70, las cosas también estaban chungas en materia económica y a Suárez no se le cayeron los anillos por formar una mesa de consenso, en lo que se dio en llamar los Pactos de Moncloa. En la práctica, éstos supusieron un acuerdo a gran escala entre todos los partidos políticos, la patronal y los sindicatos (igualito que ahora). Y poco a poco, se fue tirando hacia delante.

El problema es que durante este proceso la figura política de Suárez había quedado gravemente erosionada. Una parte importante de esta dificultad radicaba en el cajón de sastre que suponía UCD, donde convivían democristianos, falangistas, centristas, liberales, socialistas, derechistas…Demasiadas corrientes políticas como para hacer un puré ideológico con cuajo. Además, los socialistas del emergente González pegaban hachazos a Suárez a la menor ocasión, a fin de cuentas ellos eran los siguientes candidatos al trono y no tuvieron demasiados escrúpulos en hacer oír sus propuestas aunque fuera a costa de cuestionar sistemáticamente al presidente…

Suárez tampoco se ayudó mucho en esa etapa final. Se aisló. Se sintió traicionado por los suyos y ninguneado por la mayoría de la clase política, la prensa y la banca. Las circunstancias le sobrepasaron. De todos modos, la historia le reservó un último episodio de grandeza en su trayectoria como estadista.

Fue precisamente con motivo de su relevo en la presidencia. Suárez presentó su dimisión al Rey y al poco se celebró la toma de posesión, donde el nuevo presidente, Leopoldo Calvo Sotelo asumiría el cargo. Pero todos ya sabemos que aquel 23 de febrero de 1981 se produjo un golpe de estado a medio camino entre maky navaja y el estilo más sofisticado del principado franquista. Por suerte, todo salió bien.

Pero en un momento dado, cuando el autor material de la fechoría, Antonio Tejero (a la sazón Teniente Coronel de la Guardia Civil) se lió a disparos, Suárez fue uno de los contados (y tanto, sólo fueron tres, él, Gutiérrez Mellado y Carrillo) que se mantuvo en pie, y ofreció un ejemplo de dignidad personal y política para no postrarse ante esos militares chusqueros y mantener alta la integridad democrática de nuestro pueblo.

Al final, aunque me haya enredado en contar su historia oficial, ésa por la que merece este tributo, lo que yo quería celebrar en estas líneas es la singladura personal de Adolfo Suárez. Ese tipo valiente, listo y campechano, que supo arremangarse y hacer un estupendo ejercicio de equilibrios ideológicos y éticos para dirigir con acierto la difícil transición de la dictadura a la democracia en nuestro país.

Suárez enamoraba a muchas mujeres por su porte apuesto y el verbo templado de embajador de las libertades. Y en general se ganó la simpatía de todos (con la perspectiva que da el retrovisor la historia de una joven democracia) porque supo dejar a un lado su ego para dar lo mejor de sí en una complejísima tarea, donde no le faltó ni serenidad ni espíritu de consenso, también deportivo cuando tocó afrontar las derrotas. Por eso es de ley su Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en 2003.

La vida le ha dado muchas cosas a Suárez. Pero también le ha arrebatado muchas otras. Y además de un modo seco y violento que hace que le guardemos una simpatía especial. Después de retirarse definitivamente de la política (año 1.991 tras el batacazo de su segundo proyecto político, el CDS, en las elecciones municipales), el tío Suárez se alió con nuestro Ministerio de Exteriores y representó con aplomo y acierto dialogante nuestro país. Pero cuando ya estaba en ese plácido retiro que merece la gente cuando ha pisado a fondo esa inefable piel que es la de hombre de estado, su hija mayor, Mariam, enfermó de cáncer de mama. Se recuperó, pero acabó falleciendo a consecuencia de esta dolencia en 2004.

Tres años antes, feneció por el mismo motivo su amada esposa, Amparo, una mujer elegante, dicen que adelantada a su tiempo, con un fluido dominio del inglés y amantísima madre y esposa. Así las cosas, tantas bofetadas vitales fueron minando la buena salud de un hombre que se entregó al bien común de su comunidad con todo lo que tenía a mano: sus vísceras, su intelecto, su integridad, sus horas de sueño.

Cuenta el relato, que en la reunión donde acordó legalizar el Partido Comunista, fumó, a cuatro manos con Carrillo, siete paquetes de tabaco. Bueno, bagatelas para un tipo que tuvo la suerte (él diría que inmenso de honor) de gobernar la nave de su tribu y mejorar su prosperidad como pueblo.

Hoy día Suárez padece una demencia senil degenerativa (también conocida como mal de Alzheimer) y ya no recuerda nada. Ni que fue presidente, ni que fue padre, ni que fue íntegro. Dicen que sólo responde a estímulos afectivos. Así pues, doblaremos estas líneas y las enviaremos con respeto, afectividad y agradecimiento para el primer capitán de una esta nueva época de luz, imperfecciones y búsquedas en la que nuestra joven nación democrática anda enfrascada; todavía con muchos retos que afrontar y resolver.

(Este post ha nacido inspirado por el primer capítulo de la serie ‘La noche de Adolfo Suárez’, emitida ayer por Antena 3; si estáis interesados, la segunda entrega de esta miniserie se emitirá en la noche del próximo miércoles.)

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