lunes, julio 03, 2006

Algo más


Estas líneas van dedicadas a Fran, tito Fran, uno de los mejores bebedores y más nobles y divertidos amigos que he encontrado en este viaje. El agradecimiento me permite también celebrar su exitosa (y más que merecida) noche del sábado, que nos recuerda a todos que la verdadera derrota es no intentarlo. El caso es que el señor de los excesos tuvo a bien regalarme Brooklyn Folies, la última novela de Paul Auster. Y el regalo ha resultado ser un estallido de imaginación. Y de metafísica. Y, claro, de entretenimiento.
Ya había leído algo de Auster: Fantasmas, uno de los libros que conforman su triología mágica sobre Nueva York. El libro está bien escrito, es absorbente, jugaba al despiste, indaga como nadie en las telarañas mentales que se tejen en soledad (a veces para mejorar lo que ocurre, otras muchas para aterrarse con los interiores fantasmas). El caso es que la historia me gustó, pero no me entusiasmó.
Algo que sin embargo sí puedo afirmar respecto a Brooklyn Folies. Un caleidoscopio donde queda referida la riqueza de vidas y cosmovisiones que encierra el municipio más habitado de la capital del mundo occidental: Brooklyn. Nueva York. Las multitudes. Las prisas. Una oleada incesante, frenética, de actividad cultural, lúdica o laboral. Canchas de basket en plena ciudad. Vagabundos. Ejecutivas hermosas sin descanso. Parques oceánicos. El anonimato en mitad del ruido y estrépito. El mejor sitio donde ignorar a la mujer que te acaba de abandonar (James dixit). Un sitio que sienten cercano millones de personas. Aunque jamás lo pisen en vida.
La historia gira alrededor del cerebro y el corazón de Nathan, un sesentañero que ha sobrevivido a un divorcio, un ataque del corazón y la implacable exigencia que supone extender seguros como una máquina humana que debe controlar todas las variables para dar en el clavo.
Nathan no está solo. Recupera la energía de la ciudad. Pronto se reencuentra con Tom, El Doctor Pulgarcito, ese sobrino con el que conectó desde el primer momento. El chico destinado a grandes empresas. Brillante, consumidor compulsivo de la mejor y más laberíntica literatura. El caso es que ahora Tom está desmejorado. Con problemas de sobrepeso, con una creciente inseguridad. Se dedica en cuerpo y alma a la conducción de un taxi y ha arrumbado los sueños para un rato más tarde. Nathan teme que ese más tarde se convierta en una despedida. Estrecha lazos con su sobrino y traba amistad con el jefe de éste, Harry, un librero de pasado tan turbio como inclasificable. Un granuja simpático. También podría sugerir acerca de Bella y Perfecta Madre, Ruffus o Rachel, la hija de nuestro protagonista.
Pero todo esto es poco. Hay un par de historias sobre dos insignes escritores que reflejan como pocas la vulnerable condición humana. Sus emocionantes intentos por superar la autodestrucción. De eso sabe bastante Lucy, una criatura indefensa colmada de imaginación y ternura. Una princesita que se agarra a su ingenio para no acabar en el infierno. Perceptiva como pocos adultos, ella sabe cómo arrancar las carcajadas de sus espontáneos padres, cómo superar el trauma de un abandono y, lo más importante, cómo hacerse adorable en cualquier escenario gracias a su curiosidad y su inimitable instinto para el juego.
En cierta manera, este libro me situó en un estado de ánimo parecido al que me sobrevino leyendo El Guardián de El Centeno. Cómo si sintieras que la vida puede y debe ofrecerte algo más.

1 comentario:

zerep79 dijo...

Gracias Pete, por esas palabras, eres un grande! Me alegro que haya arrancado y de que manera tu blog. Sigue por ahi crack.
Por cierto, dile a nuestro compañero de fatigas nocturnas (dj. para más señas, por aquello de no revelar identidades)que está invitado a lo que quiera, una apuesta es una apuesta y hay que pagarla y si es por estos motivos, con alegria.
Un abrazo del señor de los excesos (brindo por la victoria, por el empate y por el fracaso)