sábado, julio 08, 2006

A un centímetro de la gloria


Vamos a suponer que trabajas en una empresa de cuarenta personas. Vamos a pensar que 26 de esos 40 individuos deciden participan en una porra respecto a quien va a ser el campeón del mundo en el Mundial de fútbol, que se celebra en Alemania en plena canícula de 2006.
Ya se, es un poco adolescente, pero vamos a suponer un poco más. Decides participar, porque aunque no te entusiasmen esos juegos (te han llevado a más de un callejón sin salida) tienes que reconocer que alguna vez te han reportado una importante suma de adrenalina.
Puestos a jugar, entran en concurso las primeras dudas. Apuestas con el cerebro para que cuando eliminen a la selección te quede la aspiración de seguir deseando la victoria de algún combinado, aunque su juego te haya provocado siempre alergia. O dejas que fluya tu corazón, pones tus preferencias en armonía con tus simpatías y escoges a aquellos que respetan la belleza del juego, incluida tu melancólica, perdedora y destelleante selección.
Después de unas breves ráfagas de incertidumbre y evocando pasajes pasados, decides seguir la corriente a todas tus paradojas: el poco cerebro que te queda (datos objetivos que permiten inferir alguna probabilidad mayor que otra), intuición (la situación límite de un fútbol, la clase de un centro del campo) y una buena dosis de deseo (que la cabeza no te obligue nunca a ir contra el corazón) en la misma jugada.
Resultado: contra todo pronóstico, pasas a encabezar la porra a partir de octavos de final. La gente te jalea. La gente te envidia. La gente lo celebra contigo. Conforme discurre la gloria, te corresponde una de las partes más cuantiosas.
Quedan dos partidos y llevas nueve puntos de ventaja al segundo. Pero ya no puedes sumar más créditos y el segundo ha designado al alemán Klose como máximo goleador del torneo; es más que probable que reciba diez puntos éste domingo. Resultado: te quedas a un centímetro de la gloria. La gente te afea el desconsuelo, te dicen que pienses en los 24 de detrás, en los 50 euros que te vas a embolsar (170 para el primero).
Qué importa eso, rabias sin demasiado convicción, a nadie le gusta caer en el último minuto de la prórroga. Entonces recuerdas, el único tachón, cuando te sentiste arrogante europeo y pusiste Paraguay en lugar de la Suecia inicial. Con ese sentimiento de culpa que te sigue condenando. Hay, sin embargo, varios motivos para llenar el cuerpo de serenidad. El recuerdo de Arsenio, aquel viejo lobo gallego, cuando asumió con estoicismo la desgracia de quedarse a un paso del olimpo. Con el corazón roto, dijo algo así como es un juego, la vida sigue, sin ninguna convicción pero con toda elegancia. Caer de esta forma le da un aire memorable (la pequeña y llevadera tragedia del Depor nunca se borrará) al asunto (simpatía por los perdedores). Adiós al engorro organizativo de invitar a los cuarenta tíos en un acto en el que no crees demasiado (las invitaciones deben ser espontáneas, y cercanas). La suerte como porción fija que acaba llegando: si esta vez la fortuna te ha dado la espalda con tanta convicción es porque todavía te guarda una porción de sorpresas para por ejemplo este verano. En fin, la derrota es uno de los mejores argumentos para llenar unas líneas, quizá un corazón, tal vez una sonrisa triste.

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