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Sex education es una de las joyas que depara la plataforma Netflix. Se trata de una comedia que es también drama, eso que se conoce como dramedia en el gremio de los guionistas, que teje personajes atrayentes y cercanos, lleno de matices, para alumbrar una entretenida y compleja historia sobre las experiencias iniciáticas en el sexo... Y en la vida.
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La serie, de momento conformada por 2 temporadas, aunque ya se ha anunciado el estreno de una tercera, es tan entretenida como didáctica en el arte de dar y recibir placer. Cuenta la vida de un adolescente tímido y bastante inadaptado socialmente, Otis (Asa Butterfield), cuyos conocimientos sobre sexo y la vida (es algo así como aprendiz de sabio encerrado en el cuerpo de un adolescente) son inversamente proporcionales a su experiencia amatoria. La fuente de su experiencia teórica sobre sexo proviene de su madre, la doctora Jean, interpretada por Gilliam Anderson (quien ya diera vida a la mítica Scully de Expediente X en su momento, y que demuestra de nuevo aquí su talento interpretativo), encarnando a una terapeuta sexual tan preparada para ayudar como incapaz, por momentos, de ayudarse a sí misma, rasgo que parece haber heredado su hijo.
El caso es que Otis conoce a Maeve (Emma Mackey), una chica dura, sensible y muy inteligente (seguramente el personaje con más carisma y complejidad de la serie) que, como Otis, también está un tanto inadaptada, aunque posea más recursos, al comienzo de la serie, para salir adelante de manera autónoma. Juntos se montan una consulta de terapia sexual, flotante y clandestina, para auxiliar a sus compañeras y compañeros de instituto, al tiempo que se ganan un buen dinero, lo que en el caso de Maeve es imperativo, porque vive sola por una serie de motivos que se van desvelando durante la trama de esta dramedia.
Fuente de foto: netflix.com
El resto de personajes también ofrecen rasgos de interés, tanto vital como sexualmente, y componen un caleidoscopio humano que celebra la diversidad cultural, social y de opciones afectivas. Me parece muy interesante, por ejemplo, la delicadeza y verosimilitud con la que se relatan las historias de amor y-o atracción entre personas del mismo sexo (creo que nunca había apreciado una relación lesbiana con tantos matices y placer, masturbación conjunta incluida, como la que se relata en esta serie).
De ese elenco de secundarios, reconozco que me han resultado más simpáticos los personajes de Eric (Ncuti Gatwa), por sus ganas de aprender y entusiasmo ante la vida, y el de Jackson (Kedar Williams), por la autoexigencia y habilidad para reinventarse que despliega durante la serie, pasando de ser el chico más popular de la serie (hecho reseñable desde el punto de vista cultural, al ser un personaje afroamericano, que además es hijo de una pareja interracial de madres), gracias a su habilidad para nadar, a convertirse en aprendiz de actor, algo que le ayuda a comprenderse mucho mejor y también adquirir una nueva herramienta para internarse en el laberinto juego de la existencia.
Fuente de foto: revista Elle
Una curiosidad que me ha llamado la atención al investigar sobre la serie es que está interpretada por un elenco de jóvenes intérpretes británicos (que rayan a gran altura, por cierto), lo que contrasta con el escenario en el que discurre la historia: un instituto estadounidense. Además es estimable que el carácter británico de esta comedia dramática seguramente aporte frescura e irreverencia a los personajes y los diálogos que tejen entre ellos, mérito altamente atribuible a la creadora de la historia, la guionista australiana Laurie Nunn.
En síntesis, recomiendo esta serie porque es un regalo que funciona en varias capas. Por un lado, entretiene y divierte a través de historias en los que prima el componente romántico y de la amistad. Por otro, hace pedagogía sobre sexo que es válida para todas las edades (se habla por ejemplo, de vaginismo o lavativas...).
Fuente de foto: mundodeportivo.com
Por el camino, siembra también conciencia social, con sutileza y elegancia, sobre dramas familiares y estructurales de nuestro tiempo, como la frecuencia con la que las mujeres sufren algún tipo de abuso sexual durante su vida, a la vez que abre caminos de esperanza y cambio ante una edad tan cambiante como la adolescencia, ayudando a aceptar que las torpezas y equivocaciones de este período son/puede ser la semilla de un aprendizaje o una fortaleza para el futuro.
Un optimismo y resiliencia, por cierto, que es también muy aplicable a todas las edades, géneros y pueblos, en este momento de fragilidad y cambio que nos están tocando afrontar en estos meses de crisis por el coronavirus.
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