Quehaceres y preferencias se han entrelazado para escribir
estas líneas. La profesora del taller de guión que curso en el noble afán de
saber que no tengo que hacer cuando escriba para cine, Elisa Puerto, nos ha
pedido que hablemos de la película que más nos haya marcado en los dos últimos
años. Existen cintas que me han dejado más poso, pero si tengo que enunciar
sólo una, elijo Drive.
Drive, modelada en 2011, cuenta la historia de un tipo con
doble vida. De día, se gana las lentejas como mecánico en un taller de coches.
De noche, gana buena sumas de dinero poniendo su pericia al volante al servicio
de diversos atracadores. Eso sí, es implacable en lo referido a sus normas:
nunca espera más de tres minutos a los delincuentes y su implicación en las
fechorías se limita a alejarles del agujero del delito.
Con estas coordenadas, la vida de ‘Hombre de Hielo’
(palabras, las imprescindibles; las emociones, en un bloque de hielo)
transcurre con la facilidad de las rutinas. Pero todo cambia cuando se cruza en
su camino una chica con, digamos, un ejército de bolsas y un chaval tan
despierto como replegado. Una mujer que convierte los silencios en un tratado
de rebeldía y sensibilidad.
¿Por qué funciona esta película? Porque tiene ritmo, rabia y
belleza en dosis proporcionadas. Relata la vida de un hombre que necesita el
vértigo para seguir existiendo. También una historia de amor fugaz como ese
tren de metro que se mostraba esquivo cuando tenías que volver a casa de
adolescente. Y, por debajo, la vida sin ninguna clase de aditivos. Varias sub-tramas
que refieren periplos carcelarios, deudas que no caducan, perdedores sin besos,
mafiosos arbitrarios y un malo con tanta mala hostia como sentido del honor.
Me gusta esta historia porque habla del odio sordo que nos
permita sobrevivir en el día a día. Odio a nuestros errores. Odio a un pasado
que ya no tiene solución. Odio (sordo) a la esclavitud de la inercia cotidiana.
También porque privilegia gestos sobre
palabras, con las transiciones a favor de los conflictos, imantadas por una
banda sonora pegadiza, de reminiscencias de los años 80, quizá la mejor década
para buscar y buscarse, cuando el apocalipsis todavía no había empezado a
enseñar la patita.
También merecen mención propia el trabajo de los actores
Ryan Gosling (algo así como un camaleón de escena, a medio camino entre Owen
Wilson y Marlon Brando), Christina Hendricks y Albert Brooks. En sintonía
parecida, funciona el talento del director de la cinta, Nicolas Winding Refn,
de quien entran ganas de ver algunos de sus ocho trabajos precedentes (filmados
a medio camino entre su Dinamarca natal y Gran Bretaña).
Como sugerencia de contra-título a esta delicada ópera rock
de la violencia (absténganse de visitarla aquellos con baja tolerancia a las vísceras o la
violencia gratuita), se me ocurre ‘Héroe glacial que camina’. En cierto modo,
esa sugerencia recoge la esencia del relato, un hombre abocado a la mera
supervivencia a la que el destino le ofrece un caramelo y luego se lo arrebata con la misma facilidad con la que
los días se convierten en una sucesión de urgencias, sin tiempo para sentir,
con un hueco de pocos centímetros para seguir existiendo bajo una coraza de
héroe esclavizado al instinto de cazadores, que todavía tiraniza nuestros
estelares pasos.
Pd: A veces una película te hace pensar en un amigo. En esta
ocasión, como sucediera en su momento con Croupier, Drive me
recodó a Davide. Que la disfrutes, Comendatore.
2 comentarios:
Peeeeeete, gracias por la recomendación, no dejaré de verla. 1 abrazo
Davideeeeeee, no hay de qué.
Un abrazo
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