domingo, junio 18, 2006

Fiesta Sol


Una de la madrugada. Estas sereno, con esa diversión templada que sucede a una tarde abandonada al sol en cualquier rincón del estanque. Entras en el salón y todo sucede de una manera desordenada y elegante.
Podría hablar de la amiga. Tímida. Dorada. De esas que miran a veces con intención, otras con interés. Y aunque luego averigüé que ella lee novelas del XVIII en sus ratos libres, ya era demasiado tarde.
Porque ya llevaba un rato sin dejar de fotografiar la sonrisa de la primera chica. Una sonrisa como la suya no se puede imitar. El reflejo de este espejo no dejaba de desmayarse mientras bailaba. Era menuda, desenfadada y divertida. Lo peor de ella es el modo en que te pone nervioso. El modo en que se te acerca y te acaricia el brazo (acaba de conocerte) mientras te explica cómo se dejó una parte del corazón en Ámsterdam mientras probaba las setas y no dejaba vivir aventuras disparatadas
No solo es su sonrisa. Esa mirada dulce y su facilidad para descontrolarse controlando, su cuerpo sientes, sus labios pides mientras ella baila demasiado cerca, demasiado lejos. Me gusta el modo en que juega con sus delicados pies y ese toque enigmático y liberal con el que te obsequia (sonríe) en algún baile que parece confundible.
Me gusta tu collar. Gracias. Es de los hippies. Vaya, pensé que era de Ibiza. Bromeo y ella se deja llevar. Dicen que Ibiza es decepcionante. Noo. Centro su atención. Ibiza es...Irrepetible. Nada hay comparable. De repente aparca su prometedora desgana y sueña con las calas, el sol, los cuerpos, la fiesta de Ibiza. Puedes vivir sola en sus playas, pero si quieres fiesta...Ella te encuentra. Nada es comparable. Ni Mallorca ni ninguna de las otras islas. Es un sitio muy...Romántico. Me lo dice muy cerca. Ya no se donde esconderme.
Una chica, una novia de una exnovia, me dijo el otro día que eso es conectar con alguien. Mover algo dentro de ella. Y que tengo que seguir bailando. De repente, se cansa (llevábamos un rato sin hablar). No lo he mencionado porque no quería desvencijar el poema, pero tampoco es que la conversación sea fluida, no al menos de esa forma natural que, milagro, encontré esta semana.
Por ese motivo, hablo mucho con la devota de García Márquez y Cumbres Borrascosas. Nos vamos, dice y no experimento la decepción que imaginaba. Aún así, antes de que coja el vuelo. Me acerco. Y se lo digo: hueles muy bien. Gracias. Sonríe. Cabeceo. Ella imita el cabeceo con un toque de burla y flirteo. Y cuando quiero darme cuenta estamos amagando para una esquina, para otra, mientras me despido guardando ese primer beso con el que ríe y declama: Hasta luego.

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