martes, abril 14, 2015

El ministerio del tiempo: pasados que se resisten a curarse


Es una alegría cuando tus gustos personales coinciden con los de la mayoría. Hay algo acogedor en saberte identificado en una admiración, un entretenimiento o un disfrute. Eso es lo que me ha pasado con el Ministerio del Tiempo, la serie del año (de estos tres meses y medio que llevamos del 2015) para muchos espectadores y también para ese gremio poco complaciente de los críticos.

La serie me ha gustado porque trenza imaginación con rigor histórico y unas dosis abundantes de entretenimiento y humor. En esencia, cuenta la historia de un ministerio secreto que trabaja para mantener las estructuras de la historia de nuestro país. Lo hace a través de patrulleros del tiempo que, cual amanuenses vitales, se afanan en que el pasado no se trastoque, algo difícil cuando el flujo pasado presente empieza a estar regido por la posibilidad y las bajas pasiones.

Es fácil cogerle simpatía a Julián, el hombre de nuestro tiempo que enlaza con este equipo. Un trabajador del Samur atormentado por la pérdida de su esposa, que no logra curarse de esa herida. Demasiado joven para morir, demasiado ex-feliz para olvidar. Sobre algunas cicatrices importantes bullen también los personajes de Amelia Folch (una mujer del siglo XIX con el alma de vanguardia) y Alonso de Entrerríos, un soldado de la España imperial, tan fiero como inocente en una escala de valores que queda difuminada por las tonalidades de confusión y aceleramiento de nuestra época.

En esta serie se intuye también (la erudición propia no puede pagar ese peaje) unas saludables capas de rigor histórico y chispazos de broma que hacen más grata la digestión de este batido de aprendizajes vitales y autoparodia "somos españoles, hagan lo que mejor se nos da: improvisen". Porque, no lo olvidemos, el pasado es siempre una perspectiva del presente. Y, desde unos una sensibilidad afinada, siempre se pueden rescatas historias y personas, proyectos y avances del pasado.

Lo que nos recuerda que el tiempo es elástico y que una parte importante de nuestra prosperidad como comunidad pasa por cincelar imaginaciones que hundan sus raíces en lo más afortunado de nuestro pasado (el sentido del honor de Lope, el librepensamiento de la Residencia de Estudiantes, la denuncia del horror de las guerras de Picasso) y en semillas de presente que se hacen grandes en el... futuro, ese país (quien sabe si mundial) por inventar.

Eso pensando en comunidades. Sin perder de vista que (se hartó de repetirlo Gandhi) el cambio de verdad empieza en uno mismo, donde las mejores experiencias vitales se fraguan en el día a día. Con avances de milímetros, reconciliaciones con el pasado y presentes que respiran un triángulo de destrezas entre reto, experiencia y habilidades que crecen para saber afrontarlo.

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