jueves, abril 23, 2015

El chico que cierra las grietas y la doble castiza de Taylor Swift


Sergio Ramos, tan admirado por sus conquistas femeninas y tan bromeado por sus carencias académicas, marcó la pauta en un Madrid ciclón, que jugó desde el primer minuto como si hubiera que noquear al rival. El partido se pudo ver en un bar atestado de gente, en el envés de una de las esquinas del cuadrado mágico de Plaza de Castilla.

Chicharito compuso una oda a la fe desde el primer envite. Jugaba con todo el cuerpo y, por momentos, miraba el flequillo de torres humanas que no terminaban de sofocar su ánimo libertario. El Madrid jugaba como el Séptimo de Caballería y la camarera, con cara de mucha vida y con chaqueta rosa a juego con sus zapatillas, servía un aquarius y un montadito, montado en sus labios, de bacon y queso. Entretanto, el Atlético exhibía el alma de metal que alimenta su orden dinámico.

Hay algo heroico en la manera en que esos obreros de la pelota preservan su arco. Con un poco de aire, también dibujan esquirlas de acierto que marcan su recorrido en la excelencia. Esta vez apenas demostraron su pólvora; mérito de un Madrid bien armado en defensa, que jugó con vibración, sinfonía y vaivenes, mezclando el violín con algunos riff de rock duro. Ramos demuestra entereza mental en sus declaraciones y una afirmación en el juego que concuerda bien con su manera valerosa y técnica de marcar la pauta en el centro del campo.

El bar sigue lleno de cañas en despaciosa ebullición. La novia de Modric abraza a su chico mientras disecciona la táctica merengue. Un par de flamencas despistadas escogen la esquina para iniciar el despegue nocturno, un padre acompasa a su hija ante un envite legal y dos viejos colegas se fríen a collejas mientras la novia de uno de ellos hipnotiza silenciosamente al personal con sus vaqueros gastados, su pelo recogido y esa belleza limpia de una Taylor Swiff castiza que no puede evitar la tentación de pintarse sus tumultuosos labios.

Entretanto, el combate discurre como la vida en sus mejores batallas. Montañas de concentración y aspereza, con cada contendiente peleando por la brizna de precisión que a veces regala el césped. El Madrid apela a la emoción cuando más vulnerable se siente, y el sortilegio surte efecto: Cristiano deja de llorar, taconea para encontrar la conexión y acaba por esquivar un par de melés para darle la gloria a Don Javier, que empuja el balón con la misma fe asfixiada con la que ha inflado el globo de la posibilidad. Gol. Marabunta en el bar. Chicharito. Arriba esos cacharritos.

Y el premio colectivo personificado en un tipo que habla de paciencia, confianza, fe y constancia. Valores llenos de polvo en un mundo que lo quiere todo y lo quiere ya. Por suerte, hay mucha vida detrás de los tiempos muertos con los que los días nos enseñan a afinar nuestro espíritu de superación.



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