Las calles desmayadas como un fatalismo.
La gente temperamental como un drama.
Y las calles enloquecidas como una negación.
Napoili tiene algo de corista inmune a la sensatez.
Sus piernas hablan de un esplendor sin caducidad.
Su cuerpo remite a momentos majestuosos.
Pero en su cara agrietada late la tristeza
de quien nunca quiso ni comprendió el cambio.
Sus calles son una oda a la dejadez y la improvisación.
Singular encanto, universal desconcierto.
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