Luce elegancia con la misma facilidad
que un tigre bosteza en la sobremesa.
Camina eléctrico pero armonioso
y sonríe con el aire perfeccionista,
quizá ansioso, de los músicos de la filarmónica.
Pelo de nieve,
patillas desfiladero
y camisa en blanco.
El Conde no está para bromas,
pero recibe a sus invitados con
el aire ceremonioso de un
coleccionista de
vuelos.
Habla ingrávido y
responde con precisión.
Disimula con proporción sus colmillos.
Pero las sombras de su mirada no entienden de diplomacia.
Cuando retira el plato, es demasiado tarde para huir.
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