Después de la glaciación de las frustraciones, el fútbol se
puso sinfónico. Y escogió a unos perdedores con carisma (autodestructivos,
poetas y hedonistas) como embajadores. Esta selección suma al talento del
Brasil del 70 o la Holanda del 74, la rapidez mental de los supervivientes y el
racimo de unos valores que mantienen a raya al Impostor (más conocido como
Éxito): humildad, compañerismo, respeto, paciencia y sentido del humor (también para reírse de
uno mismo).
La mayoría de sus los intérpretes de la Roja, como si la
belleza cupiese en un sueño, tienen algo de los más grandes. Casillas gasta la
autoconfianza (y la elegancia disuasoria) de Gordon Banks. Ramos concilia la
serenidad majestuosa de Maldini, con el carisma de Camacho. Piqué es un cromo
sin precedente, como si pusieses a un jugador de baloncesto a jugar con esa
suficiencia ganadora que le lleva a golpear el balón como si llevase el batín y
las zapas de casa, con momentos de inconsciencia para ir al ataque, locuras que
remiten al patio de colegio.
¿Jordi Alba? Bueno, un periódico alemán lo calificó como un
ángel sin alas y no existen motivos para desautorizarles. Álvaro Arbeloa es
como ese empleado de correos que, sin levantar la voz, cumple sus encargos con
la precisión de un cirujano. Xabi Alonso
es la quintaesencia de la elegancia, con los cambios de orientación de Schuster,
la mala hostia de Odín y el primer toque de Guardiola. Otro que imita el nen de
Samptedor es Busquets, cuya mitad de cuerpo es una escoba y la otra mitad
procesa el balón con la sensibilidad de un violinista con pies.
Claro que si hablamos de dualidades pocos pueden presumir de
ellas como Andrés Iniesta, que puede hacer de Xavi y de Messi (con mucho menos gol,
cierto) en el mismo talento., que es tanto como decir que puedes ser Quentin
Tarantino y David Fincher en la misma película.
Xavi es Magic Johnson camuflado en el cuerpo de un Shin Chan
adulto; cada control orientado, cada pase que emprende este tipo es
susceptible de abrir horizontes inéditos de juego; no extraña que sea uno de
los alfareros más admirados por sus compañeros de gremio. Silva es un prestidigitador
al que a veces le puede la timidez, pero
que, cuando se deja fluir, es creatividad en movimiento. Y, arriba, tenemos una
bicefalia que pone de los nervios a los centrales adversarios: Cesc es Platini
en el siglo XXI y Fernando Torres, tan brillante como muchas veces impreciso, nos evoca (en algunos de sus galopadas, en algunos de
sus goles plásticos) la figura del gran Marco van Vasten.
Qué quieren que les diga, el asombro se ha puesto la
camiseta de España y uno no acaba de acaba de creérselo. Lo que quizá sea parte
de la cima; luchar y jugar ahora, ignorando el pasado.
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