Ciento-cincuenta individuos ignoran el frío, el aliento de
las bestias o el poder de la incertidumbre. Cada noche, celebran su prórroga en
la eternidad de los ciclos solares. Comen con ganas y calientan sus cuerpos con
ese mismo legado de calor naranja. Mientras lo hacen, sienten el dolor (de la
pérdida, de las heridas) y también la alegría poderosa del momento, se acercan y
permiten a las estrellas cobijar el espectáculo de la continuidad de la manada.
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