Mis amigos están cogiendo la buena costumbre de regalarme
libros con motivo de mis aniversarios vitales. Este año, dos piezas me
provocaron una especial curiosidad.
El primero se llama ‘Lo que Nalda decía’; pertenece a StuartDavid, batería del grupo Belle and Sebastian. El regalo es cortesía de Natalia&Paco, melómanos de estirpe alternativa en las estibaciones del rock-pop. El
volumen vino acompañado de una dedicatoria que por sí sola vale por decenas de
presentes y también de varios comentarios que encendieron mi interés.
Es lo malo que tienen las expectativas, que llenan el
depósito del vuelo y luego debes cubrirlo con sensaciones tangibles. Lo diré
rápido: el libro tiene un comienzo desalentador y un final calamitoso (no exento
de coherencia narrativa, todo hay que reconocerlo). Pero el tronco central de
la historia es una auténtica maravilla.
‘Lo que Nalda decía’ cuenta la historia de un joven con un
talento único para cuidar y mejorar las jardines. Un muchacho, lástima, que
también vive aferrado al susto de vivir, con una infancia de pilares tan
delicados como extravagantes. Un tipo, sea como fuere, agradable y detallista a
la manera de los mejores artesanos.
Tras varios saltos vitales, su existencia empezará a mejorar
gracias al aliento de dos veteranos entrañables y una enfermera llena de
sensibilidad y encanto. Hasta ahí puedo leer. Si logras superar los obstáculos
iniciales de un monólogo interior algo desquiciante, te verás recompensando por
una historia que te llevará lejos de tu conciencia espacio-tiempo.
El otro regalo-libro que
me ha cautivado es ‘Ni de Adán ni de Eva’, de Amélie Nothomb, cortesía
de Tama y Raúl. Obsequio que fue dado en una hamburguesería de la factoría de
Peggy Sue. ¿Se os ocurre una metáfora más efectista de la felicidad que una
sabrosa hamburguesa de pollo? Para empezar, el libro se ganó mis simpatías por
su tamaño de bolsillo, propicio para esconderlo en toda clase de chaquetas y
chaquetillas.
‘Ni de Adán ni de Eva’ contiene la incursión de una
escritura belga en ese universo aparte que se expande una isla cubierta de
cicatrices interiores que conocemos como Japón. Amélie cohesiona realidad y
vivencias (sospechamos que también algo de ficción) para ensamblar un relato
lleno de iluminaciones y contrastes respecto a cómo es y cómo funciona la sociedad
nipona en relación a la occidental.
Digamos que la autora-protagonista de esta narración es algo
así como un agente doble. Me explico: creció su primera infancia en Japón y el
relato recoge su vuelta al país de las superpoblaciones (de seres humanos, de
edificaciones, de espiritualidad, de trabajo) durante su primera juventud. El
libro tiene rabia, ritmo y lucidez. También el toque heterodoxo que guía a los
escritores más expuestos, que acostumbran a equilibrarse entre el
exhibicionismo y la audacia emocional. Algo así como una nave de afirmación de
su diferencia.
Por el camino, conocemos de cerca la brutal auto-exigencia
que gasta el común de los nipones, la belleza de algunas de sus costumbres y
parajes y ese latido noble que alimenta el carácter del japonés medio. Todo
ello contado con amor-humor y un entretenido cargamento de anécdotas
sentimentales. Una función, en suma, muy llevadera. Tanto como para calibrar
este bocado como futuro regalo a futuros expedicionarios al Imperio del Sol
Naciente.
Gracias amigos, que la Literatura y su hija más bonita,
Imaginación, os devuelvan la aventura.
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