El visitante ha gastado su reserva de bromas por el camino. Arrastra los pies y aleja con un silencio que tiene las hélices de paseante taciturno.
El visitante no tiene casi paja en la cabeza, se la ha gastado sus pensamientos en la evocación de unas manos que han pasado al otro lado.
El visitante tiene corazón después de todo y dice las cosas despacio, como acreditando que su sonrisa funciona con una complicidad genuina.
El visitante se sienta gracias a ese amigo sirio. Permite a sus manos seguir el ritmo de los sentimientos. Ritmo, rabia, ruido, alegría, alejémonos, acerquémonos. Sentados, suaves, silbidos.
Pero, el visitante, vivirá las grietas más profundas y cambiará de caparazón. No todos tenemos la suerte de poder decirlo.
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