martes, enero 15, 2008

Alex de la Iglesia ronca


¿Qué como lo sé? Todo empezó este domingo, en el preciso instante en el que mi bolígrafo dijo hasta aquí hemos llegado. Y no me quedó más remedio que ponerme cómodo, reclinando mi cabecita contra el generoso regazo de una de las azafatas. Cuando me quise dar cuenta, vislumbré al famoso director vasco. El tipo que tenía al lado dijo sí que se parece. A lo que le repliqué: es él. A veces mola parecerse a Jhon Wayne.

Al minuto se confirmó la sospecha. El tío que nos ha regalado El Día de la Bestia, 800 balas y Crimen Ferpecto iba acompañado de su buenorra esposa, la hermana de esta y dos nenas encantadoras. La más pequeña, Claudia, se puso con su papi, lo que él celebró con un sentido del humor que hizo que me cayera bien.

Buen tipo este de la Iglesia capaz de convertirse en una suerte de Don Pimpón humano (con el carácter de un niño rebelde y amable, es lo que no tienen los niños de cuarenta) para delite de sus niñas. Después de un poco de persuasiva comedia, Don Alejandro (zapatillas de adolescente) miró por la ventana de una revista e inmediatamente cayó fulminado por un reparador sueño.

De manera instintiva, Claudia escondió su cabeza debajo del frondoso ala de su papá, todavía con la piruleta en la lengua. La hermana de la morena estilizada demostró que el papel de tía solícita no se ha perdido todavía en esta generación y le evitó a Claudia una sobredosis de azúcar. A cambio, disfrutó de una piruleta casi intacta que saboreó con fruición para deleite de los imaginativos. Antes de todo esto, De la Iglesia preguntó:

-¿Quien va aquí?

A lo que la morenaza contestó con una risa cómplice, ni idea.

-Lo va a pasar mal, porque ya le estoy colonizando...

Ciertamente, el viejo seminarista no cabe en sí, pero regala una escena entrañable. Como de adolescente que ha sobrevivido aferrado a los cómics formato biblia y un sano escepticismo, sin necesidad de adaptarse al molde. No parece que le haya ido mal. Ayer leí a uno de los héroes del Hombre Elefante decir algo así como que es “persuasivo y magnético”. Es lo que tiene el sentido del humor y una inseguridad bien digerida.

A todo esto, el tipo del asiento contiguo resultó un perfecto estúpuido. Y ahí es cuando el autor de mirindas asesinas hizo honor a su currículo y le lanzó una mirada que valía por todos los insultos, pero contra lo que no se podía poner denuncia porque era eso, código animal del que de vez en cuando es indispensable echar mano.

Cuando me quise dar cuenta, casi me tropiezo con él a la salida de la aeronave. A Claudia le había entrado la llorera al descubrir que ya no estaba en el mágico Bilbo. Por suerte, ahí estaba su papá doblando el lomo para acordonar unos zapatos rebeldes. Inspira cuando ves cómo un padre todavía puede regalarle a sus pequeños un cuento para dulcificar el mundo.

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