viernes, noviembre 16, 2007

¿Me das un muerdo?


De acuerdo, lo suyo sería que te lo diera yo, que para eso soy una lujuriosa abandonada a su sed. Pero francamente no tendría mucho mérito. Soy guapa, puedo llegar a voluptuosa sin mover un músculo y conseguiré que la sangre no me inyecte los ojos. Bastará con que te enloquezca la mirada. Pero yo quiero algo más de ti. Quiero que me tomes tal y como me ves ahora, histérica, descompuesta, llena de tiniebla. Quiero que me quieras en mi peor versión. Sólo de esa forma sabré si todavía puedo sentirme viva. De qué me sirve envenenar el cielo, salvar a los suicidas o emborracharme a los pies del Sena si no soy capaz de inspirarte ternura.
Sí lo eres. Te he estado observando, por eso te he escogido. Tienes suficiente miedo. Y suficiente humanidad como para ponerte en la piel del otro. Te gusta leer los periódicos en la terraza de tu novia. Y abandonarte al placer. Y a las tormentas. Pero también eres un equilibrado, de los que se esfuerza por tener una palabra agradable o que riega todos los días, podrían ser noches, sus pasiones. Te gustan los soles eléctricos, lo se, también conozco tu manía de entristecerte con lugares que posees en tu memoria. Aunque sea una memoria que no te pertenece. Por eso te he dejado leer mi historia. Esta noche, cuando abra el balcón, no dudes. Hagas lo que hagas no dudes. Simplemente te prometo que te prometerás para siempre. Ya lo sabes, o me salvas y nos salvamos para esta semana. O nos hundimos. Y nos condenamos para el próximo rato.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Está bien, me has convencido. Ni siquiera sé tu nombre, pero definitivamente me has convencido. Nos casaremos cuando quieras. Búscame y me encontrarás. Llámame y seré tuyo. Y, por favor, no me hagas esperar.

Eugenius