En recientes fechas he tenido la fortuna de leer el libro ‘Altísimo, un viaje con Fernando Ronay’, elaborado por el periodista Jacobo Rivero y dedicado a la figura de quien fuera pívot del Real Madrid (con el que conquistó 2 copas de Europa, 8 ligas y 5 copas del Rey) y la selección española (se colgó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles) durante los años 80 y, en menor medida, los 70 y 90.
Evocar a Romay es rememorar un pedazo importante de la infancia. De él recuerdo sus andares desgarbados, su cara de “yo no lo veo así”, con cierta sorna, cuando los árbitros le tomaban la matrícula (más tolerantes a la nobleza del cuerpo a cuerpo los trencillas europeos, se nos dice en el libro) y su fuerza para dominar las zonas de las dos orillas del juego, en las que optimizaba sus 213 centímetros para rebañar todo rebote que estuviera huérfano, al tiempo que iluminaba la alegría de los hinchas de sus equipos (también jugó en Ferrol y Zaragoza) con una mezcla poco común de tapones y semi ganchos apañados.
Me gusta cómo está elaborado el libro, da contexto de la época en la que Romay se forjó como ser humano (son inspiradoras las experiencias del Fernando adolescente en Madrid, viviendo en una pensión y aprendiendo a conectar con el mundo de la capital, tan diferente del que venía en Galicia, y regularse con la compañía de sus compañeros de la cantera merengue). Resultan muy valiosas también sus reflexiones para entender de dónde viene el ADN de la familia del basket en la selección (esas pochas, esa sana convivencia y camaradería entre los antagonistas del Madrid y el Barça), así como esa nostalgia hacia el carácter ganador y competitivo del añorado Fernando Martín, cuyo espíritu elevaba la fe y el rendimiento de sus compañeros. El volumen relata una parte importante de la peripecia vital de Romay de una manera no lineal, didáctica y rigurosa a un tiempo. Entretenida.
También divertida. La voz de Romay deja el poso de que estamos escuchando a un tipo que no se apega al resentimiento (elocuente la anécdota de la reconciliación con el ex seleccionador Díaz Miguel, incitada por la mujer del pívot coruñés): buena gente, curioso, vitalista y valiente, que ha sabido reinventarse después de su carrera profesional como jugador de baloncesto, con un capítulo destacado para su faceta televisiva.
De ese tramo de la edad adulta post-basket me ha parecido especialmente inspiradora esta reflexión: “De lo único de lo que me arrepiento es de no haber hecho alguna cosa”. Dicho de otra manera: hablamos de un tipo intrépido, que se da la oportunidad de aprender en los diversos ámbitos de la existencia y esa es una buena guía para manejarse en el camino de la vida.
Termino dedicando este post a mi amigo Ezequiel, artífice de esta lectura y reflexión, en la medida en la que me regaló el libro que estamos comentando aquí. Eze es un tío memorioso, divertido y sensible. Aprendí mucho de él (de las relaciones humanas y de su Argentina natal, especialmente del ámbito deportivo) durante las tres temporadas que nos tocó relatar las peripecias del Baloncesto Fuenlabrada para la radio. Y espero seguir haciéndolo en esta nueva etapa de amistad que nos está brindando la vida.
Fuentes de foto: blog BA-LON-CES-TO, Pedro Fernaud


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