Fuente de foto: Netflix.com
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una serie como con Lucifer. La historia, inspirada en un cómic de DC, Sandman, cuenta la decisión del ángel caído de vivir a todo tren en la tierra, desatendiendo así sus obligaciones como jerarca-cancerbero del infierno, lo que os podéis imaginar la cantidad de desajustes cósmicos que genera a su alrededor.
El Diablo está feliz en el Lux, el piano bar en el que bebe licores, se acuesta con infinitas mujeres y algún que otro hombre ("estamos en el siglo XXI, nos comenta al respecto el satánico bon vivant") y concede favores a la manera padrinesca, con la intención de cobrarlos a futuro.
Esa exuberante existencia se va al traste cuando un desconocido asesina en su cara a una de sus protegidas, sin que pueda hacer nada al respecto. Ese punto de inflexión, impulsado por la piedad y el anhelo de justicia, marca el comienzo de su relación con la policía de Los Ángeles, donde trabajará como consultor para resolver ese y otros muchos casos. Allí conocerá a Chloe Decker (interpretada con armonía, en una interesante mezcla de firmeza y fragilidad, por Lauren German), de la que se irá enamorando silenciosamente.
Fuente de foto: Netflix.com
Desde mi punto de vista, la química y la complementación de esta pareja se expresa en este diálogo, cuando acaban de resolver el primero de sus casos, en un episodio digresión de un universo paralalelo, que nos narra el mismísimo Dios y que nos da a entender que estos seres ¿humanos? estaban destinados a encontrarse, ya fuera en una u otra manera.
Lucifer: ha sido divertido.
Cloe: no, ha sido algo más, ha sido satisfactorio.
Lucifer encandila porque nos recuerda que el rock and roll del narcisismo divertido y canalla. Es un pieza: irónico, extravagante y se hace querer más allá de su egocentrismo y falta de empatia. Hay varios elementos por los que cautiva al personal: su facha es impecable y, bastante más esencial, es un tipo encantador que acostumbra a colmar de pequeños detalles que hacen la vida más agradable a la gente que tiene a su alrededor (el actor galés Tom Ellis borda su interpretación, llenándolo de matices y elegancia).
Fuente de foto: lucifer.fandom.com
¿Por qué se hace querer pues? Por su carisma, por la falta de prejuicios con la que deja que su ira haga justicia (que es una catarsis para los razonables mortales que contemplan esos desahogos) y, sobre todo, por su buen corazón y ternura, atributos celestiales que trata de esconder con una coraza de cínico y reputado castigador que, conforme discurre la historia, cada cada vez presenta más grietas.
La serie se contempla con deleite por su amenidad y sentido del humor. Funciona en varias capas. Por un lado, está la belleza y apostura de sus protagonistas (por ejemplo, la diablesa Maze, encarnada por Lesley-Ann Brandt, es una oda a la chica sexy). También está admirablemente rodada, con recursos narrativos visuales que sacan de lo convencional.
Fuente de foto: wiki de Lucifer de Fandom
La historia tiene ritmo y los diálogos de sus personajes rezuman chispa. Es cierto que en algunos tramos cae en el folletín. Una tendencia al culebrón que por momentos la emparenta con el poema romántico, la novela gótica o los culebrones venezolanos (maestros, por cierto, en el arte de mantener el interés, aunque muchas veces abusen del melodrama).
Sin embargo, en el último momento, deja en la estacada al cliché y te enamora por su búsqueda de un sentido vital, a través de la revisión del mito y el canto a la libertad de elección de los seres humanos y sus hermanos mayores, esos ángeles que poco tienen que envidiarnos en crisis de identidad.
Resulta inspiradora también esa visión que dan del infierno: el remordimiento y la compulsión en repetir esos momentos de la vida en la que la pifiamos de manera monumental. Y también el antídoto que se apunta para salir de ese bucle de sufrimiento: la ayuda y la comunicación con los seres queridos.
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A todo esto, hay que agregar que la música es de primera clase (con magistrales interpretaciones de canciones de Oasis, Radiohead, entre otros). Y los secundarios funcionan de manera formidable: desde la sexy y lúcida doctora Martín (Rachel Harris), psicoterapeuta de Lucifer, al santurron Amenadiel (D.B Woodside), pasando por el atribulado detective Dan Espinoza (Kevin Alejandro), ex de Cloe, la hija de ambos, la adorable Trixie (Scarlett López), y la forense Ella López (Aimee García), que es la viva encarnación del buen rollismo y el rigor deductivo.
Por cierto, la serie ha sido creada por Tom Kampinos, el mismo productor y guionista que en su momento cinceló Californication. Serie equiparable a esta (con cabronazos adorables como ejes de rotación), que también congrega elementos policiacos (que remiten a Castle y Bones) y hasta sobre naturales (hay quien la compara con Buffy Cazavampiros).
También es divertido cómo se revisan algunos mitos fundamentales de la Biblia, al tiempo que la historia brinda lucidez en cómo se apela a la responsabilidad del ser humano, para que maduremos de una puñetera vez y dejemos de estar culpando a entes externos de nuestra... ¿infancia? ¿adolescencia? Y nos centremos en dar los pasos de mayor coherencia posible para ponernos a la altura de nuestra necesidad (y potencial) como individuos y colectivo.