lunes, diciembre 22, 2014

St. Vicent; o sobre los héroes con mal carácter y los niños que vienen a mejorar su realidad


Todo empezó en la marquesina de un autobús, con el siguiente anuncio. Hay gente que mejora con la edad, Vincent no es uno de ellos…

De qué va: Oliver es un chaval de doce años que acaba de llegar a Brooklyn con su madre. Al poco de llegar, topan con su nuevo vecino Vincent (un Bill Murray que sigue creciendo en genialidad y contención comunicativa con cada nueva interpretación). Vicent es un chuzo destroyer, que se gasta sus pocos ingresos en castigar la barra, comprar algunas latas de sardinas para su diletante gato, apostar en las carreras de caballos y en el disfrute de los servicios de una prostituta rusa (camaleónica Naomi Watts).

El caso es que la madre de Oliver, Maggie (Melissa Mccarthy; vieja conocida de las Chicas Gilmore), tiene que pasarse los días enteros currando para costearse su nueva situación vital (su marido acaba de ponerle los cuernos) junto a su hijo. La mujer trabaja como asistente sanitaria haciendo escaners a gente que tiene tumores y enfermedades de ese estilo. Con semejante panorama, no le queda más remedio que contratar al tío Vincent como canguro del pequeño Oliver. Una relación que cobrará un tono tan inesperado como interesante, donde los dos, y especialmente el chaval, acabarán cambiándose la vida.

Por qué me gusta. Porque es una historia donde nada es exactamente lo que parece. Porque es entretenida, divertida, heterodoxa y compone varios aprendizajes vitales, con ideas sugerentes que nos recuerdan que aun cuando la vida se pone farruca queda espacio para compartir, enriquecer y descubrir  nuevas relaciones. Sin perder nunca de vista la capacidad de asombro y el tono de “vamos a pasarlo bien” del que ha hecho carrera Murray.

Además, la historia huye de los sentimentalismos y se expresan las emociones con entereza y sutileza, aun cuando retrata a un buen puñado de outsiders. Seguro que el maestro Bukowksi se tomaría unas cañas con el creador de esta historia, Theodore Melfi, para darle su aprobación por esta cinta, donde se entrelazan peleas, cambalaches, mujeres bonitas, apuestas en el hipódromo y humor a contracorriente, además de unas considerables dosis de mal carácter y rasgos autodestructivos.

También me ha cautivado porque pone en valor una idea que a veces nos cuesta interiorizar. Igual que el tiempo no es lineal, el talento de algunas personas, la sensibilidad, su humanidad o capacidad transformadora de la realidad no depende necesariamente (aunque sí probablemente) de la edad que pone en su DNI.

Dicho de otra manera, los niños y los adolescentes nos pueden enseñar cosas muy importantes a los resabiados adultos en un momento dado. Y, aún mejor, hay algunos chavales, como el caso de Oliver, el verdadero co-protagonista de esta historia, que reúnen suficiente madurez como para estabilizar su entorno y enseñar-recordar-abrir el camino, los caminos, a la gente más importante de su vida.

Las pegas: encontrarás las pegas si no vas a verla en inglés; sería una herejía cuando una parte importante del carácter de los personajes y de los aciertos de la película descansan en los acentos y los tonos que emplean los personajes.

Cuándo verla. Un día de estas navidades, para recordar que la vida es misteriosa y que las posibilidades de encontrar ratos de felicidad se abren paso aún en los escenarios más adversos.


La guinda. Ver a Naomi Watts (musa de musas, capaz de robarle el corazón al mismísimo King Kong) luciendo atuendo y aspecto hortera, ganando ápices sexys mientras te desarma con su rara mezcla de baile, enfado, sentido común, humor y humanidad. 

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