jueves, marzo 20, 2014

Pequeño mohicano nuclear

No es una cuestión de talla. Es de sensaciones. Cuando ves deslizarse por el campo a Jesé tienes la impresión de que no le caben más músculos en su mediana carrocería. Sin embargo, cuando entra en contacto con el esférico se transforma en un leopardo: esbelto y hambriento. Sólo el gol o el pase ganador cabe en su chakra-proyector de antiguo cazador en las montañas.

Hablamos de un mohicano fuera de tiempo: valiente, altivo y visceral hasta decir lava desparramada, como cuando perdía los nervios con rivales de adolescente. Será que los mohicanos no necesitaban la aprobación social, les bastaba con obtener la de su tribu, a veces también la admiración. Hemos cambiado la hoguera por una alfombra de césped, las lanzas por una esfera, pero nuestra tribu sigue necesitando relatos que nos lleven más lejos, que enciendan nuestra imaginación a partir de una realidad mitificada.

Jesé lo hace con su extraña habilidad para dibujar diagonales (con las que abre oportunidades a sus compañeros) y ese toque con el que transforma melones en obras de arte que algunos llaman gol.

¿Un hombre puede vivir sólo de su talento? Un artista sí. Pero un hombre también tiene que componer un puzzle con sus dificultades en la vida, ese material del que están hechos los poemas épicos que los hombres corrientes y no tan corrientes antes o después se ven en la encrucijada de componer.

Ahora toca que conozcamos la segunda parte de la historia de este proyecto de mini-cristiano. La mejor noticia de la cantera merengue en los tres últimos lustros. 

Fuerza, paz y ánimo, crack.   

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