martes, julio 09, 2013

El sabor de las cosas auténticas

La ensalada de ventresca quizá no existía cuando el payés cincelaba su sencillez.
Tampoco le dio tiempo, ni ganas, de abrir ventanas en el océano.
Lo suyo era la vida pegada a la tierra.

Comer con el Ignasi, el Pau y también el Albert.
Un plato de pescado,
una lubina,
un lenguado.
Horas hasta que la luna termina por desnudarse.

Mientras, el sol sabio de la Costa Brava.
Ni muy intenso, ni muy apagado.
La luz se reserva para el sabor de
la comida y la compañía de los amigos.

Una buena ración de sencillez.
Y el desciframiento del tiempo
como quien compone vida.
Las carcajadas aseguradas en la
serena contemplación de la anécdota.

Media tonelada después,
la gente te resumirá como un
grafómono de la lengua catalana,
una vela valiente de humor,
con tus ironías, tu sustancia
y la frase limpia como una lucidez.

Como pegada a la cáscara,
también quedarán los enfados y el miedo,
dicen que sinónimos,
tal vez insomnios,
deuda con la la Tinieblas.

Pero por encima de esa
derruida anulación compartida,
brillará el sonido del oleaje,


el sabor de las cosas auténticas. 

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