El mundo atraviesa por su peor crisis económica en los últimos 70 años. Algunos sociólogos, como Vicente Verdú, se refieren a esta brecha como la tercera guerra mundial. El mundo en el que crecieron (a veces sobrevivieron) nuestros padres ha cambiado de paradigma. Durante decenios, la gente próspera se reía de los sueños de cambio que gobernaron los corazones de los jóvenes europeos a finales de los sesenta.
Se imponía la ética del saqueo personal. No fiscalicen, por favor. Los empresarios jefes hablaban de desregulalización de la economía. Aléjate Estado, decían, y la defunción de la pesadilla comunista parecía darles la razón. Pero aquél fue también el reino de la especulación. El imperio del dinero virtual. Poco a poco los involucionistas ganaron terreno. Y así llegó hasta el poder George W. Bush, que hizo del imperio de nuestro tiempo un lugar para tener miedo. Porque los ocho años de mandato del amigo fueron una perpetua exaltación de la desconfianza, el fanatismo religioso y el onanismo militar.
Europeos amantes del escapismo y la no aceptación del sufrimiento
A Europa no le va mucho mejor. Enganchada a un cómodo nivel de vida para la mayoría de sus clases (la clase media, milagro, existe en este continente), su gente se ha convertido en gente acomodada y temerosa del otro. Más si luce, reza o piensa con otras raíces. Aquí nos hemos convertido en pequeños burgueses enganchados a la televisión, el escapismo y a un síndrome de Peter Pan que llena nuestro corazón de dolores multiplicados en la no aceptación del sufrimiento.
Mejor no hablar de otros continentes. Aunque uno siempre siente una simpatía especial hacia los hermanos africanos. Cuando ves algunas de las películas del África subsahariana, comprendes que, a pesar de la miseria material, su corazón está lleno de alegría, nobleza y una desconcertante mirada ingenua.
Con este caldo de situaciones, después de haber padecido al peor presidente de la historia de los States, ha surgido lo más parecido a un líder de nuestro tiempo. Se llama Barak Obama Hussein. Tiene jeta de blanco, corazón de negro y mirada multiplicada. La mirada de un líder. No diremos aquí que es un ángel. Como nos ha ocurrido a casi todos, hubo un tiempo en la vida de este popular dirigente en el que las cagadas eran frecuentes: hoy es un par de rayas de cocaína, mañana la vergüenza de no reconocerme negro, pasado el aislamiento del que cae en la permanente autocompasión.
Chicago, las manos en el barro e incitación al despertar cívico
Pero algo cambió en el joven Obama. Abandonó el nomadismo de sus primeras experiencias vitales y se instaló en Chicago, donde se arremangó y metió las manos en el barro. Pronto simultaneó su trabajo como brillante abogado con las incursiones como activista social. También tuvo tiempo para enamorarse y conquistar a su jefa, la imponente Michelle. El tío Obama recordó, quien sabe si también enseñó, la dignidad a decenas de mujeres de la comunidad donde vivía. Chicas y mujeres de familias desestructuradas. Puso su granito de arena en su despertar laboral y cívico.
Seguro que en aquel tiempo hubo más movilizaciones. Cuando un día Obama se hizo famoso e inspiró a miles de demócratas en un discurso dentro de una de las convenciones de aquel partido, los periodistas rastrearon su pasado y encontraron opiniones de sus antagonistas en las que éstos celebran su capacidad para escuchar.
Se imponía la ética del saqueo personal. No fiscalicen, por favor. Los empresarios jefes hablaban de desregulalización de la economía. Aléjate Estado, decían, y la defunción de la pesadilla comunista parecía darles la razón. Pero aquél fue también el reino de la especulación. El imperio del dinero virtual. Poco a poco los involucionistas ganaron terreno. Y así llegó hasta el poder George W. Bush, que hizo del imperio de nuestro tiempo un lugar para tener miedo. Porque los ocho años de mandato del amigo fueron una perpetua exaltación de la desconfianza, el fanatismo religioso y el onanismo militar.
Europeos amantes del escapismo y la no aceptación del sufrimiento
A Europa no le va mucho mejor. Enganchada a un cómodo nivel de vida para la mayoría de sus clases (la clase media, milagro, existe en este continente), su gente se ha convertido en gente acomodada y temerosa del otro. Más si luce, reza o piensa con otras raíces. Aquí nos hemos convertido en pequeños burgueses enganchados a la televisión, el escapismo y a un síndrome de Peter Pan que llena nuestro corazón de dolores multiplicados en la no aceptación del sufrimiento.
Mejor no hablar de otros continentes. Aunque uno siempre siente una simpatía especial hacia los hermanos africanos. Cuando ves algunas de las películas del África subsahariana, comprendes que, a pesar de la miseria material, su corazón está lleno de alegría, nobleza y una desconcertante mirada ingenua.
Con este caldo de situaciones, después de haber padecido al peor presidente de la historia de los States, ha surgido lo más parecido a un líder de nuestro tiempo. Se llama Barak Obama Hussein. Tiene jeta de blanco, corazón de negro y mirada multiplicada. La mirada de un líder. No diremos aquí que es un ángel. Como nos ha ocurrido a casi todos, hubo un tiempo en la vida de este popular dirigente en el que las cagadas eran frecuentes: hoy es un par de rayas de cocaína, mañana la vergüenza de no reconocerme negro, pasado el aislamiento del que cae en la permanente autocompasión.
Chicago, las manos en el barro e incitación al despertar cívico
Pero algo cambió en el joven Obama. Abandonó el nomadismo de sus primeras experiencias vitales y se instaló en Chicago, donde se arremangó y metió las manos en el barro. Pronto simultaneó su trabajo como brillante abogado con las incursiones como activista social. También tuvo tiempo para enamorarse y conquistar a su jefa, la imponente Michelle. El tío Obama recordó, quien sabe si también enseñó, la dignidad a decenas de mujeres de la comunidad donde vivía. Chicas y mujeres de familias desestructuradas. Puso su granito de arena en su despertar laboral y cívico.
Seguro que en aquel tiempo hubo más movilizaciones. Cuando un día Obama se hizo famoso e inspiró a miles de demócratas en un discurso dentro de una de las convenciones de aquel partido, los periodistas rastrearon su pasado y encontraron opiniones de sus antagonistas en las que éstos celebran su capacidad para escuchar.
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