Esta mañana
viajo
con una íntima
decisión de
convertirme en
persona
(por fin).
De repente, veo a unos padres
que muestran en su rostros multiétnicos
la universal caligrafía del cansancio.
También dormitan,
sugeridos en sus cabezas,
repentinamente siamesas,
dos jóvenes de noche etílica
(y van doce dice el tío Shakespeare).
Me llama,
en el asiento de enfrente,
la chica, 16 o 17 años,
ah, parecer más jóvenes.
Totalmente absorta.
Absor-viendo.
Talla con sus preciosos ojos
la corteza de su móvil.
Mientras,
sus dos pulgares interpretan
una frenética danza sobre el
exhausto teclado.
Fantaseo; quizá escribo una novela en su móvil:
romnaces contrariados, padres ausentes,
amigas que murieron o traicionaron.
Adulterios con triste final.
Historias que son leídas inmediatamente
y, lo que es más importante,
modificadas según las sugerencias de
la gente que me leerá.
Pero, no, son sus textos.
Esas palabras están aliviando a otras adolescentes pasivas.
Chicas pasivas centradas en sus destinos individuales.
Observando teclear a ese ángel anónimo, recuerdo
recuerdo
sí, me tambaleo.
Cuando llego a mi estación,
la chica sigue tecleando.
(Con agradecimiento especial a Manuel Rodríguez Rivero, que
me prestó sus palabras para mirar con nitidez en aquel vagón).
viajo
con una íntima
decisión de
convertirme en
persona
(por fin).
De repente, veo a unos padres
que muestran en su rostros multiétnicos
la universal caligrafía del cansancio.
También dormitan,
sugeridos en sus cabezas,
repentinamente siamesas,
dos jóvenes de noche etílica
(y van doce dice el tío Shakespeare).
Me llama,
en el asiento de enfrente,
la chica, 16 o 17 años,
ah, parecer más jóvenes.
Totalmente absorta.
Absor-viendo.
Talla con sus preciosos ojos
la corteza de su móvil.
Mientras,
sus dos pulgares interpretan
una frenética danza sobre el
exhausto teclado.
Fantaseo; quizá escribo una novela en su móvil:
romnaces contrariados, padres ausentes,
amigas que murieron o traicionaron.
Adulterios con triste final.
Historias que son leídas inmediatamente
y, lo que es más importante,
modificadas según las sugerencias de
la gente que me leerá.
Pero, no, son sus textos.
Esas palabras están aliviando a otras adolescentes pasivas.
Chicas pasivas centradas en sus destinos individuales.
Observando teclear a ese ángel anónimo, recuerdo
recuerdo
sí, me tambaleo.
Cuando llego a mi estación,
la chica sigue tecleando.
(Con agradecimiento especial a Manuel Rodríguez Rivero, que
me prestó sus palabras para mirar con nitidez en aquel vagón).
2 comentarios:
Ya me gusto cuando lo escuché pero leído me he dado cuenta de más detalles.
Voy a enlazarte a infiniquito, con permiso.
Encantado Cristian, muchas gracias. Yo haré lo propio mañana cuando esté un poquito más descansado.
Salud!
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