sábado, febrero 03, 2007

Letanía azul


Lo había olvidado. Estos meses, estos años estaba contento sin la fiebre de las noches inclinadas. Ese chispazo donde todo puede suceder, como si alguien sacudiera tu cuerpo o tu alma y pudieses acercarte al nirvana de las sonrisas enigmáticas. No sucede una noche cualquiera. Cuando palpas el vestido de una misteriosa gallega, llena de sonrisas y un educado modo de arañar el cielo. Alguien te dice algo prometedor y pierdes las reservas y el miedo. Porque, para que nos vamos a incinerar, a mi me siguen gustando las chicas tímidas. Esa princesa con gafas, y ahora pinto una femenina en la punta de los dedos, tan hermética, de sonrisa despreocupada, en la que puedes reconocer un montón de pensamientos prohibidos. En tu transcripción, por qué no citar al lunes verosímil, la chica tiene estilo. No habla de su novio y te llena de labios mordidos en un ascensor que no consigue terminarse en su imaginación. Ella tiene estilo porque se vuelve de espaldas con la mejor lentitud, porque no te asfixia con el hecho de que ya esté pensada. Mira que he probado serenidades pero ninguna cómo la respiración de tu risa. Tu risa es una lenta sacudida de engaños enfebreciendo mi alma. Me gusta mirar el ritmo destemplado de tus manos conspirando en la madrugada menos diplomática. Llevas un nombre de diosa griega y es tu orden (y tu risa) lo que subleva mi piel cuando me cruzo con tu movimiento de hombros en una escalera (ahora lo se) que escoge muy pocas con tu noche (nada más, prometo que no voy a cambiar). Tu eres una de esas letanías que no puedo contener, una de esas (negaciones) que no debería hacer. Por eso me has descubierto, por suerte rabia esta confesión no creo aguante esta (inexacta) fabricación. Pero ha sido cautivador estrenar mis dudas en tus, entérate, pasos de mujer a memorizar.

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