sábado, septiembre 05, 2020

El apartamento: la mezcla perfecta entre comedia y drama, el atractivo de poner de acuerdo denuncia moral y dignidad

 


                                                                 Fuente de foto: espinof.com

El apartamento (1960) es una de las obras maestras del cine de todos los tiempos. Tanto que es un clásico de ese otro clásico que son las listas de películas que uno no debería dejar de visitar antes de cambiar de estado vital (adolescencia, soltería, paternidad, estómago demandante de empleo…).

La película lleva la rúbrica de Billy Wilder (que es laúnica persona-entidad por la que el cineasta Fernando Trueba dice profesar unsentimiento religioso), uno de los grandes artesanos-genio del séptimo arte (ganador de siete óscar durante toda su carrera, tres de los cuales corresponden con El apartamento, por cierto). Wilder (Polonia, 1906-Estados Unidos 2002) compuso junto a I.A.L Diamond un guión prodigioso con esta historia, en el que el humor funciona en equilibrio con el drama, la denuncia social y unas cuantas gotas de ternura, cinismo, amargura y romanticismo, en un delicado ecosistema de giros argumentales. 


                                                    Fuente de foto: elcinedeloqueyotediga.net

La historia nos cuenta los desvelos y la ambición de C.C Baxter (interpretado magistralmente por Jack Lemmon), un gris oficinista que ha empezado a dejar la llave de su apartamento a algunos de sus jefes más cercanos y libidinosos para que puedan llevar allí a sus amantes fuera del matrimonio. La película tiene el mérito de que podamos reconocernos en la evolución de Baxter, que primero nos irrita y divierte son su servilismo trepador (con algunos momentos cómicos memorables, derivados de su incapacidad para decir no), y que va ganando en complejidad, matices y dignidad conforme se va enamorando de una de las ascensoristas de su oficina, Fran Kubelik (interpretada de manera portentosa por Shirley MacLaine, capaz de entremezclar en un mismo plano tristeza, alegría y determinación) y pasa a ser la mano derecha del gran jefe de la empresa (Fred MacMurray), que funciona como paradigma de unos tiempos de miseria moral, que no parece que precisamente hayamos abandonado en este momento, en el que los empleados son manejados como objetos, en función de caprichos y necesidades de unos mandamases abonados a la lógica insaciable del qué hay de lo mío

                                                               Fuente de fotogramas.es

En cualquier caso, uno de los grandes méritos de esta historia es que la mayoría de los personajes están lleno de aristas y se les dibuja como corresponsables de su situación, sin perder de vista su humanidad, todo ello adobado con unas dosis de humor tan elegante como inesperado (qué divertidos son los diálogos hilvanados por el doctor Dreyfruss, encarnado por Jack Kruschen, donde se entrecruzan alcohol, ciencia y equívocos admirativos…).


                                                           Fuente de foto: elpais.com

La película funciona también gracias al estado de gracia de la mayoría de sus secundarios y por la economía con la que están elaborados los decorados, a medio camino entre lo grandioso y la fineza de los elementos del apartamento, que es otro de los grandes protagonistas de historia. Una arquitectura que posibilita críticas al sinsentido de la televisión y momentos de plenitud, como cuando mece a Baxter, armado con una raqueta de tenis, mientras prepara un plato de espaguetis en uno de esos momentos en los que la felicidad se retrata como brindar lo mejor de uno para la más deseada compañía.

                                                          Fuente de foto: elmundo.es

En pocas palabras: El apartamento enamora por lo que se cuenta (un túnel-puente para salir de la soledad) y también por cómo se cuenta (con sarcasmo, inconformismo, compasión y comicidad) en donde el futuro es una carrera de liberación, donde resulta que el destino se construye con acciones más conscientes, que ponen de acuerdo la cabeza y el corazón.

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