Todo empezó en el corazón de mayo, en Milán, esa ciudad
donde il Duomo acapara su mayor cuota de belleza, las mujeres beben despaciosas
en la medianoche a la vera del río y los hombres cuidan más su despeinado
peinado que las propias donas. En ese escenario, nos ilusionamos
con la inyección de baloncesto que el Madrid le metió al Barça (37 puntos de
ventaja en semifinales) y nos vinimos abajo (no tanto como para renunciar a una
hamburguesa posterior) con una final
donde la cenicienta hebrea, ese clasicazo europeo llamado Maccabi, nos mojó la oreja para levantar su sexta Copa
de Europa tras ganarnos en la prórroga.
Esa derrota dejó cicatrices que el Madrid todavía está
curándose. Tras un play off bastante errático, el primer partido de la final de
la Liga Endesa ha deparado un Barcelona más fluido, que viene de menos a más.
La historia del deporte, como la de la vida, está llena de redenciones, de cantidad
de micro-aprendizajes que de repente se plasman en algunos logros llamativos. Los abonados del
baloncesto merengue mantenemos la fe en el equipo, aunque los primeros indicios
de esta saga no hayan sido muy alentadores. En esa línea meto la décima Copa de Europa en
la que el Madrid de fútbol ganó en Mayo, con una demostración del material del
que están hechos los más grandes.
El Real compitió en aburrimiento contra el Atleti en una
primera parte que no hizo honor a los momentos de brillante fútbol que ambos equipos
han encadenado a lo largo de la temporada. La segunda parte fue otra historia.
Isco y Marcelo pusieron la poesía y Ramos hizo una oda al orgullo competitivo
con uno de esos cabezazos ganadores que se graban en la memoria colectiva.
Mientras hay vida, hay oportunidad para la plenitud. Después, concretaron Bale,
Marcelo y Cristiano (que dejó a Miley Cyrcus en una aprendiz de la
provocación). Espacio y tiempo para un momento competente de serenidad, dominio
y acierto personal y colectivo.
Ramos no tiene buena prensa. Al menos no entre buena parte
de mis amigos, algunos de ellos miembros ilustres de la yihad merengue. Hacen
chanza de su dispersión y sus meteduras de pata en las redes sociales. A mí sin
embargo se me hace simpático. Es un tipo que va de cara. Es capaz de reírse de sí
mismo y ha demostrado valentía en los momentos importantes de la selección y el
Madrid. Valentía y decisión, un binomio que mezclado con trabajo, confianza y
unas innegables condiciones físicas, técnicas y, por qué no, mentales (“el
resentimiento es para los perdedores, las excusas son para los que bajan los brazos”), le han llevado a ser
considerado por muchos uno de los mejores centrales del mundo, si no el mejor.
Ya sabemos, no obstante, que ese maravilloso estado de forma
no ha cuajado en el mundial, donde nuestra selección ha vivido una pesadilla
que parece inversamente proporcional al trío de coronas del que veníamos. Así
es la vida. Buen momento para tirar del manual de Carlo Ancelotti “cuando estoy
contento, procuro vivirlo con serenidad, sin grandes euforias. Disfrutándolo
pero tranquilo. Y cuando las cosas vienen mal dadas, busco no deprimirme demasiado”.
Llámalo equilibrio. Una tendencia que
Davide y yo identificamos con nuestro libro de estilo particular con la ataraxia,
que heredamos de los abuelos griegos y el tío Dean Martin: “un camino de
equilibrio emocional, control de las pasiones y afirmación del ánimo”.
Respecto al batacazo de la selección, sirve para tener
presente algunas ideas aplicables en la construcción de un proyecto vital, del
tipo que sea, en el día a día. Necesitas dar continuidad a lo que tienes (lo que
has elaborado, progresado, recibido, compartido, aprendido…Ese río de vivencias
que hace que las cosas funcionen de una manera bastante fluida) y, al tiempo,
tener presente que la vida (el deporte) es cambio. La vida es un deslizamiento
suave que no debes apresar; si te agarras demasiado a ella (la nostalgia, el
apego, los miedos, la ansiedad por lo que viene o te gustaría que viniera),
antes o después te estancarás o te darás un batacazo.
La vida, como el proyecto de una selección, funciona cuando
estás presente y agradecido, y la vives con confianza y serenidad. En el caso
de la selección ha faltado (palabra de Xabi Alonso) intensidad y hambre. Limpieza
mental. Algo inconsciente que es difícil cuidar cuando estás en la cima (pienso
en el retiro de Jordan en plenitud tras ganar tres anillos o la apatía
premundialista de Messi este año). La motivación necesita de líderes valientes,
reflexivos e imaginativos (ya sea líderes exteriores o nuestro liderazgo
interior).
Del Bosque, del que admiro tantas cosas, esta vez tampoco ha
estado a la altura. Ha primado el amiguismo por encima de la meritocracia (Gabi,
Carvajal, Isco, Llorente, Negredo y Navas o Delofeu nos habrían dado mucho más
margen de reacción tras el batacazo contra Holanda).
De todo se aprende. Ya sea
él el que pilote el cambio generacional o un nuevo técnico. Sea como fuere,
harán bien en tener presente esa idea de continuidad y cambio con la que hemos ‘encapsulado’ esta reflexión. En esta
selección todavía hay mucho jugador válido (incluidos varios veteranos que
ahora mismo están en la picota, como Xabi Alonso o Iker Casillas).
Haremos bien en no apuntarnos al deporte nacional de la
bipolaridad. Somos los mejores. Somos un desastre. La vida no está en los extremos,
por eso espero que esta noche los aficionados al baloncesto viajantes
recuperamos nuestra primera noche milanesa y volvamos a ver desplegada la magia
del Chacho, la juventud crepuscular de Felipe o el instinto de acertar sin
pensar de Rudy y Lllul.
Quién sabe, puede que hasta a Laso le haya sentado bien su
rotura del talón de Aquiles y, entre la maleza de sus flamantes muletas,
visualice un partido con mayor agresividad defensiva, mejor circulación de
balón, más flexibilidad para dar continuidad a los que se lo merezcan (las
rotaciones dejan de ser sagradas en las finales) y un repertorio estratégico
más matizado cuando aterricen los finales ajustados.
Ya lo dijeron los clásicos, en la vida, como en deporte: continuidad
y cambio J.