En el barrio de los cines de versión original una chica y un chico mantienen una apacible discusión sobre qué clase de cine resulta más eficaz para desconectar y pasar un buen rato: una comedia o una de acción.
Tras deliberarlo al son de una ración de empanadillas, enfilan una comedia española llamada Fuera de carta. La película ha sido concebida por un grupeto de guionistas de series oficialmente divertidas como Aída o Siete vidas. El chico no las tiene consigo, pero las empanadillas han entrado sin sobresaltos y su amiga rivaliza con el en despistes y ensoñaciones, así que supone que la pantalla puede llevar sorpresas.
Por esta vez, nos e equivoca. Fuera de carta es divertida de un modo objetivo a la manera en la que se puede decir que Scarlett Johansson es una diosa de nuestro tiempo.
La cinta narra la historia de Maxi (brillante señor Cámara, cuyo talento siguen en progresión), un cocinero egocéntrico y habilidoso, al que la vida parece sonreír. Tiene a su servicio a una plantilla de currantes que hacen las veces de familia, conformada por algún bala perdida entrañable, suerte en la que sobresale el señor Tejero. Tampoco le anda a la zaga Lola Dueñas, que para la ocasión se pone el traje de tía buena atormentada, un traje bastante apropiado para una de las chicas más fluyentes de nuestro cine, capaz de sobresaltarnos con una sonrisa que no le cabe en el traje. Todo se complica para el señor Maxi cuando aparecen en escena sus hijos, que acaban de perder a su madre como consecuencia de un cáncer.
El caso es que la película no cae demasiado en el drama y se convierte en un continuo disparate. Apenas es verosímil, otra veces parece una caricatura pero por encima de esas impresiones se impone la risa o la sonrisa. Resulta complicado encontrar historias con tanta densidad de chistes o situaciones logradas. A veces este costumbrismo de antihéroes se hace predecible y agradable, a la manera en la que el trapecista consigue que su chica se ría con los mismos chistes de anteayer. En otras, la historia se parece a uno de los viejos cuentos de Disney, con cantidades generosas de moralina.
Es lo que ocurre con los directores noveles, que rebosan detalles brillantes y carecen de ese toque sutil del que ha castigado la barra del ver unas cuantas docenas de veces. No obstante, los amantes de toda la vida del cine español pueden estar contentos porque ese exceso de sal gorda se compensa con detalles estilosos como la aparición de secundarios tipo Luis Varela (recitador de los dos mejores chistes de la cinta) o Chus Lampreave, encasillada en un personaje de la movida que sigue fascinando por su toque de ingenuo y malicioso propio de la tía abuela del pueblo de toda la vida. El cine español también puede servir para eso. De hecho, va implícito en su ADN. Disparata aguas, crea un cuento y nos hace reírnos de las pequeñas miserias con un toque excesivo que nos reconcilia con el nuestro carácter mediterráneo, donde por el mismo viaje un tipo puede haber sido cocinero, putero, marido, muerdealmohadas (citas textuales del personaje) cabrón, buena persona, rey de la incorrección y desastroso entrañable. Al final, ya de vuelta a la pista de despegue del búho, el chico le reconoce a la chica su buen gusto, mientras la luna se hace la serena.
Tras deliberarlo al son de una ración de empanadillas, enfilan una comedia española llamada Fuera de carta. La película ha sido concebida por un grupeto de guionistas de series oficialmente divertidas como Aída o Siete vidas. El chico no las tiene consigo, pero las empanadillas han entrado sin sobresaltos y su amiga rivaliza con el en despistes y ensoñaciones, así que supone que la pantalla puede llevar sorpresas.
Por esta vez, nos e equivoca. Fuera de carta es divertida de un modo objetivo a la manera en la que se puede decir que Scarlett Johansson es una diosa de nuestro tiempo.
La cinta narra la historia de Maxi (brillante señor Cámara, cuyo talento siguen en progresión), un cocinero egocéntrico y habilidoso, al que la vida parece sonreír. Tiene a su servicio a una plantilla de currantes que hacen las veces de familia, conformada por algún bala perdida entrañable, suerte en la que sobresale el señor Tejero. Tampoco le anda a la zaga Lola Dueñas, que para la ocasión se pone el traje de tía buena atormentada, un traje bastante apropiado para una de las chicas más fluyentes de nuestro cine, capaz de sobresaltarnos con una sonrisa que no le cabe en el traje. Todo se complica para el señor Maxi cuando aparecen en escena sus hijos, que acaban de perder a su madre como consecuencia de un cáncer.
El caso es que la película no cae demasiado en el drama y se convierte en un continuo disparate. Apenas es verosímil, otra veces parece una caricatura pero por encima de esas impresiones se impone la risa o la sonrisa. Resulta complicado encontrar historias con tanta densidad de chistes o situaciones logradas. A veces este costumbrismo de antihéroes se hace predecible y agradable, a la manera en la que el trapecista consigue que su chica se ría con los mismos chistes de anteayer. En otras, la historia se parece a uno de los viejos cuentos de Disney, con cantidades generosas de moralina.
Es lo que ocurre con los directores noveles, que rebosan detalles brillantes y carecen de ese toque sutil del que ha castigado la barra del ver unas cuantas docenas de veces. No obstante, los amantes de toda la vida del cine español pueden estar contentos porque ese exceso de sal gorda se compensa con detalles estilosos como la aparición de secundarios tipo Luis Varela (recitador de los dos mejores chistes de la cinta) o Chus Lampreave, encasillada en un personaje de la movida que sigue fascinando por su toque de ingenuo y malicioso propio de la tía abuela del pueblo de toda la vida. El cine español también puede servir para eso. De hecho, va implícito en su ADN. Disparata aguas, crea un cuento y nos hace reírnos de las pequeñas miserias con un toque excesivo que nos reconcilia con el nuestro carácter mediterráneo, donde por el mismo viaje un tipo puede haber sido cocinero, putero, marido, muerdealmohadas (citas textuales del personaje) cabrón, buena persona, rey de la incorrección y desastroso entrañable. Al final, ya de vuelta a la pista de despegue del búho, el chico le reconoce a la chica su buen gusto, mientras la luna se hace la serena.