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(A José Hierro, en la noche donde esta playa celebra sus primeras 100 miradas)
Esquinando rascacielos
descuenta temblores a la belleza
con el mismo asombro
con que roba chocolatinas a los fantasmas.
Adolescente
confinado en las paredes antiguas de su piel
invita a probar todo el humo
del incendio en el azul de su házmelo.
Ella le ignora con los ojos bien abiertos.
Y Don José musica sus alucinaciones
para disimular el la vergüenza
de quien apenas contiene la piel sublevada.
En sus mágicos bolsillos
palabras como economía, sordera o
dinosaurio
fermentan en una lluvia de imágenes
aún por descifrar.
Un tipo raro
este dibujante
de olvidos.
Sus ojos proyectan kriptonita
y deseo.
Kriptonita para palpar a las camareras,
esa cara hirviendo que reblandece
promesas.
Deseo para conciliar conciencia y vacío
en un futuro cargado de revoluciones
con la noche y el disparate
como únicas banderas.
Esquinando rascacielos
descuenta temblores a la belleza
con el mismo asombro
con que roba chocolatinas a los fantasmas.
Adolescente
confinado en las paredes antiguas de su piel
invita a probar todo el humo
del incendio en el azul de su házmelo.
Ella le ignora con los ojos bien abiertos.
Y Don José musica sus alucinaciones
para disimular el la vergüenza
de quien apenas contiene la piel sublevada.
En sus mágicos bolsillos
palabras como economía, sordera o
dinosaurio
fermentan en una lluvia de imágenes
aún por descifrar.
Un tipo raro
este dibujante
de olvidos.
Sus ojos proyectan kriptonita
y deseo.
Kriptonita para palpar a las camareras,
esa cara hirviendo que reblandece
promesas.
Deseo para conciliar conciencia y vacío
en un futuro cargado de revoluciones
con la noche y el disparate
como únicas banderas.
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