En democracia, el estado tiene (debería tener) el monopolio de la violencia.
La violencia es la musa de algunos policías*.
Algunos policías se beben la sangre y mastican el dolor.
El dolor es el combustible que lleva a la gente a la calle.
La calle es nuestro salón colectivo.
Lo colectivo, el bien común, debería ser el fin último de un político.
El político necesita el aplauso tanto como el cómico.
El cómico es el cirujano que hace habitable la adversidad.
La adversidad es una guitarra desafinada que pide a gritos tacto, paciencia y...Talento.
El talento espera en un intercambiador colectivo, promovido por la tecnología.
La tecnología puede ayudarnos para compartir propuestas afinadas de cambio.
El cambio prefiere que seamos proactivos, la esperanza quiere que metamos las manos en el barro.
*¿Quién 'modula' al vigilante?
Pd: No se trata de no sentir violencia, hablamos de la alquimia que permite catalizarla hacia un
estado de avance colectivo.